viernes, 10 de noviembre de 2017

9. Música y pensamiento



La música es perfecta cuando, escuchada, deja de sentirse para convertirse en pensamiento. Algo parecido le ocurre al pensamiento con respecto a la realidad cuando se hace claro y ligero y nos libera del tremendo peso de querer entender, entendiendo.
Shostakóvich, Op. 57. Intermezzo, cuarto movimiento. Esa tensión mantenida y modulada de los violines sobre el ritmo constante que marca el piano representa a la vez un pensamiento y un sentimiento, de modo que es lo mismo oírla que pensarla. (Huellas, 1992)

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Sí, ciertamente, he sido y soy todavía capaz de conmoverme profundamente con la gran música, de un modo que otras formas artísticas pocas veces alcanzan, llevando nuestra capacidad emocional, aparentemente, más allá de nosotros mismos, o al menos de nuestro horizonte cotidiano. El Andante del Concierto para piano Nº 2 de Brahms, o el Benedictus dei de la Missa Solemnis de Beethoven (por poner un par ejemplos que llevo especialmente conmigo desde hace muchos años) siguen teniendo ese intenso efecto luminoso sobre mí. "Siempre la claridad viene del cielo" (Claudio Rodríguez). De esa claridad hablo. Sin embargo (entiéndase aquí solo un matiz, un giro, una inclinación, más que un "pero"), han sido sobre todo las canciones de Bob Dylan, Leonard Cohen, Dire Straits, Aztec Camera o Billy Joel (entre otros muchos) las que le han devuelto, alegre o melancólicamente, el sentido, al menos durante unos instantes, a muchas horas oscuras de mi vida. (Huellas, 2018)

Y no exagero, que podría parecer, habría que añadir. (2019)

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"Para que el hilo tenue tan infinitamente se prolongue,
para que solo quede por decir
la total extensión de lo indecible,
para que la libertad se manifieste,
para que andar del otro lado de la muerte sea
semplice e cantabile
y aquí y allí la música nos lleve
al centro, al fuego, al aire,
al agua antenatal que envuelve
la forma indescifrable
de lo que nunca nadie aún ha hecho
nacer en la mañana del mundo."

José Ángel Valente, Arietta, opus 111.

(Segundo movimiento de la Sonata Nº 32 en do menor, de Beethoven, la última que escribió.)




sábado, 7 de octubre de 2017

8. Einstein y el cerebro


Hace unos cuantos años, con motivo del centenario del annus mirabilis de Einstein (1905), organicé algunas actividades de divulgación para recordar su figura como paradigma actual de la inteligencia humana. Tomé como hilo conductor las peripecias de su cerebro, desde que fue extraído en 1955 durante la autopsia del físico por el patólogo del hospital de Princeton, Thomas S. Harvey, hasta que fue descubierto en 1978 por un periodista del New Jersey Monthly. Durante esos años Harvey había viajado por el país con el cerebro de Einstein, como con un tesoro, al tiempo que veía cómo se arruinaba su vida profesional. Se trata de una historia llena de sugerencias y evocaciones para alguien que se dedica a la donación de tejido cerebral para investigación.

Leí mucho entonces sobre la vida de Einstein, donde descubrí alguna sombra, y sobre su obra, e hice un serio esfuerzo, y no era la primera vez, por entender bien sus principales aportaciones teóricas, y también la teoría de la relatividad. Algo conseguí a ese respecto, y desde entonces creo tener una idea más completa de ese hombre de capacidades cognitivas prodigiosas, humanamente lúcido y pacifista -esto último también con alguna sombra. 

De todo lo que leí entonces recuerdo con frecuencia, y especialmente en estos últimos días de "ruido y furia", aquella frase antimilitarista de Einstein: "Si hay alguien que pueda desfilar con placer al compás de la música, al punto lo detesto sin más; el cerebro lo ha recibido solo por error, pues con la médula espinal le habría bastado."(*)


(*) Carl Seelig. Albert Einstein. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2005; pág. 40.