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jueves, 11 de mayo de 2023

295. Las dos culturas

 Aunque llevo toda la vida es un decir oyendo hablar de "las dos culturas", esa noción siempre asociada a C. P. Snow, a un texto suyo muy citado (¿y muy leído?) durante décadas, me he mantenido intuitivamente, creo, alejado de ese "tópico". Intuía también que esa cuestión no era ajena a mi zigzagueo habitual entre la ciencia y la filosofía, pero creo que la veía, de lejos, en su aspecto más superficial, más banal. Los de "ciencias", los de "letras", todo eso. Evitar las ingenuidades filosóficas de los científicos y las ingenuidades científicas de los filósofos, eso me propuse en algún momento como programa personal, como lema. También esto, así enunciado, tenía su buena dosis de banalidad (y de dificultad). Sin embargo, ahí está la cosa, ahí sigue, más como marco que como tópico, y habría de llegar el momento por qué no pensarlo así en que no podría rehuir el encuentro con el tópico; en que no querría ya evitarlo, por mejor decirlo. 

Como tantas cosas buenas, el encuentro fue en una librería, El Buscón, librería duradera y resistente, de barrio y universal (internetera). Andaba yo buscando algo vagamente, o no, solo esperando (Heráclito), quizás, y practicando ese ejercicio visual que aprendí muy joven, el de leer a toda velocidad los títulos y autores de los lomos de los libros, el de escanear rápidamente y de forma semi-inconsciente toda una pared de una librería. Así hacemos los patólogos cuando sobrevolamos al microscopio mares de células y tejidos en espera de que aparezca algo anómalo. Allí estaba, The two cultures, un librito delgado, Cambridge University Press, editado por primera vez en 1959, en una reimpresión de 2000, con veintitrés reimpresiones previas*. Muy leído, ciertamente (al menos, la edición original en inglés). Pues hasta aquí llegó mi algo forzada indiferencia, Mr. Snow. Veamos qué tenemos que decirnos sesenta y cuatro años después de aquella famosa conferencia (7 de mayo de 1959). 

Quedaban pocos meses para que yo naciera (lo autobiográfico, como nos enseñó Dilthey, nos da una medida, una conexión, un marco, en este caso temporal), cuando Charles Percy Snow pronunció su famosa conferencia, una Rede Lecture, en la Senate House de Cambridge con el título de "Las dos culturas y la revolución científica." El impacto periodístico y cultural fue enorme, dentro y fuera de Europa, y dio lugar durante años a una extensa literatura de comentarios, en su mayor parte elogiosos, y unos pocos, también famosos, inesperadamente agresivos (p. ej., el de F. R. Leavis). Snow había tocado una tecla clave de la cultura y la educación occidentales desde hacía décadas, algo que él había empezado a ver, como físico (años 1930s), en el laboratorio Cavendish de Cambridge (con Rutherford), y que había confirmado durante su vida profesional posterior como novelista de éxito. Llegó a ocupar un alto cargo de Educación en un gobierno laborista y tuvo la oportunidad de actuar contra esa división social en las "dos culturas" creando la primera infraestructura educativa estatal para la formación masiva de ingenieros en su país. Snow pensaba que la revolución científica de las primeras décadas del s. XX exigía que los dirigentes o gobernantes no tuvieran una formación basada solo en las Humanidades, y que el Reino Unido se encontraba, a este respecto muy por detrás de la URSS y de Estados Unidos. Vale la pena escuchar sus propias palabras, tal como él mismo resumía su propuesta cuatro años después de la conferencia original ("The two cultures: a second look"). Traduzco:

"Se trata de algo como esto. En nuestra sociedad (esto es, la sociedad occidental avanzada) hemos perdido incluso la más mínima intención de conservar una cultura común. Las personas que conocemos que han recibido una educación más intensa ya no pueden comunicarse entre ellas en el plano de sus principales preocupaciones intelectuales. Esto constituye un problema serio para nuestra vida creativa, intelectual y, sobre todo, normal. Nos está llevando a interpretar erróneamente el pasado, a juzgar mal el presente, y a negar nuestras esperanzas sobre el futuro. Nos está haciendo difícil o imposible adoptar acciones correctas.

Presenté el ejemplo más incisivo de esta falta de comunicación mediante los dos grupos de gente que representan lo que he bautizado como "las dos culturas." Uno de ellos incluía a los científicos, en cuyo peso, mérito e influencia no es necesario insistir. El otro incluía a los intelectuales literarios. No quise decir que los intelectuales literarios son los que toman las decisiones principales en el mundo Occidental. Quise decir que los intelectuales literarios representan, verbalizan y en gran medida configuran el estado de ánimo de la cultura no científica: no toman las decisiones, pero sus palabras se filtran en la mente de los que lo hacen. Entre estos dos grupos los científicos y los intelectuales literarios hay poca comunicación y, en lugar de camaradería, hay algo así como hostilidad."**

¿Sigue valiendo este diagnóstico en la era de internet, en el laberinto cultural que hoy todos habitamos (F. Jarauta)?*** ¿Y en la naciente era de la inteligencia artificial? La cultura común, esa "tercera cultura" añorada por Snow, ¿no ha acabado siendo la cultura tecnocientífica de los ingenieros que él mismo contribuyó a construir? 

 Me pregunto por qué esta fórmula de Snow, "las dos culturas", sigue siendo tan socorrida. Por qué todos, aún hoy, parecemos entender con ella algo tan evidente que no hace falta explicarlo. Es posible que, en realidad, la cuestión principal no esté (solo) situada en ese eje cultural (y educativo) intuido por Snow, sino en el problema, aun más general, de la especialización, la de la educación, el conocimiento y el trabajo. 

"El continuo avance de la ciencia en expansión se invierte en la desconexión mutua de las parcelas atomizadas (...). La continua creación de lenguajes especializados para cada rama del saber impide la existencia del saber; el especialista en lo particular (y todos lo somos ya, seamos o no científicos) es analfabeto en general."****

Sí, esto es así y no hay que olvidarlo, pero es posible que haya algo más. Que no se trate solo de los lenguajes, de las palabras (y los conceptos), sino también de los modos, las maneras de hablar y pensar. Y también de mirar y ver. Es posible que en el límite, en los extremos, de lo que Snow llamó "las dos culturas" se encuentren esas prácticas que, de un modo un tanto idealizado, esquemático, vengo llamando "ciencia" y filosofía". Lo empírico y lo especulativo (¿narrativo, metafórico?), que tan bien podemos ver entreverado (en el origen, diríamos) en Aristóteles. Siempre separado lo uno de lo otro, siempre diferente, pero también en diálogo permanente.


* Snow, C. P. The two cultures. Cambridge University Press: Cambridge, 2000.

** Ibid., p. 60-61.

*** Jarauta, F. El mundo como laberinto. https://mondiplo.com/el-mundo-como-laberinto.

**** Duque, F. Filosofía de la técnica de la naturaleza. Abada Ed.:  Madrid, 2019, p. 282.



viernes, 20 de diciembre de 2019

117. El arco


Entenderíamos algunas, si no muchas, cosas de nuestra vida, si supiéramos recorrer dialécticamente el arco* que separa (y une) lo posible y lo inevitable. (De Huellas, 2019)

* Heráclito: “En realidad el nombre del arco es vida (bíos), aunque su acción es muerte”. Fragmento [A 8], Colli, G., La sabiduría griega, III. Traducción de Dionisio Mínguez. Barcelona: Ed. Trotta, 2010. 



viernes, 19 de abril de 2019

52. Vota Portugal

Decimos "sí se puede" porque entrevemos que algo se puede hacer en el ámbito político (si se genera la fuerza política suficiente) -cuánto y en cuántas direcciones, no sabemos. Siguiendo a Aristóteles (de nuevo), podemos pensar que la política, la ciencia que nos dice "lo que debemos hacer y lo que debemos evitar"  y la ética, que se ocupa de "cosas que son generalmente así" y de "cosas que pueden ser de otra manera" (a diferencia de la Física, p. ej.) forman parte de un mismo ámbito de conocimiento práctico (Ética Nicomáquea I)*. Ética y política, lo que debemos hacer, lo que podemos cambiar.

Tenemos intuiciones fuertes de las cosas que tendrían que "ser de otra manera" de forma inmediata  en nuestro país (por mencionar algunas): habría que i) garantizar una educación pública universal de alta calidad efectiva (esto es, eliminar la enseñanza concertada y la segregación socioeconómica del alumnado, y dejar trabajar -dejar literalmente trabajar "en paz"- a un profesorado público altamente capacitado; ii) garantizar una atención sanitaria (y sociosanitaria, no olvidemos) universal y (de nuevo) de alta calidad, a la altura de la excelente formación de nuestros profesionales sanitarios; iii) garantizar una renta básica a la población que permita abordar directamente, sin eufemismos del "bienestar", las desigualdades sociales actuales (a todas las edades); iv) garantizar una financiación del Estado suficiente para desarrollar los puntos anteriores, mediante un sistema fiscal justo y eficaz, y un modelo productivo basado en la generación de conocimiento, potenciando y aprovechando al máximo la I+D+i propia (académica e industrial); y v) desarrollar una acción internacional ecopacifista dirigida a evitar las guerras neocoloniales y las migraciones masivas que generan, y a promover la protección de la biosfera.

Sabemos además, con Ernst Bloch, que lo utópico (la dimensión utópica de la esperanza) es por sí mismo (en alguna proporción misteriosa y a veces sorprendente) un motor (anticipador) de lo posible, de su realización; pero también hemos aprendido (y la derecha política ha aprendido a utilizarlo muy bien, al igual que la izquierda "moderada") la potencia de lo anti-utópico, de las "falsas esperanzas" (there is no alternative, TINA, Margaret Thatcher; que para esa izquierda "moderada" viene siendo TINOA, there is no other alternative). Realpolitik.

A este respecto, tenemos nuestra propia carta robada (Poe) ahí al lado, bien cerca y a la vista de todos, en Portugal, con un pacto de gobierno (desde noviembre de 2015) entre el Partido Socialista, el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista Portugués. Los resultados de ese pacto para la población portuguesa durante estos años también están a la vista de todos (crecimiento, salario mínimo, educación, fiscalidad, pensiones, regreso de emigrantes, aunque todavía queda mucho que hacer, al parecer, en sanidad). No se trata aquí, en este pequeño apunte de ontología política, de discutir las estrategias políticas (no menos importantes que los objetivos), ni la especificidad histórica y geopolítica de Portugal, que han hecho posible estos logros (solemos decirlo así, con este positivismo, "posible" cuando es ya "real"). Se trata, más bien, de señalar la "anomalía" portuguesa (en el contexto occidental), el éxito social y político de lo que se calificó entonces, en sus inicios, como geringonça (chapuza, artefacto, jerigonza). Lo inesperado, y como nos enseñó Heráclito,

"el que no espera lo utópico, jamás llegará a descubrirlo (...)"**.

Lo que consiguieron los portugueses, inesperadamente, votando. Votemos Portugal, por si aquí también se puede.

(Ah, se me olvidaba: la clave del éxito del pacto de la geringonça no parece ser el Partido Socialista.)



* W. D. Ross. Aristóteles. Ed. Sudamericana, 1957.
** G. Colli. La sabiduría griega, III. Heráclito. Traducción de Dionisio Mínguez. Ed. Trotta, 2010. Fragmento A63.