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lunes, 14 de agosto de 2017

4. Huellas


Parece inevitable que acaben llegando a este blog algunos fragmentos, comentados, de los textos (míos y de otros) que, en forma de diario, desde hace unos cuantos años voy redactando, transcribiendo y anotando (jugando así con los tiempos de la vida) bajo el título de Huellas (Huellas. Veredas. Contrapunto. Paseo con la ciencia y la filosofía. 1984 - ). A pesar de la exigencia de "pudor autobiográfico" proclamada en un texto anterior. En el límite de tal exigencia, mejor.

En una nota de estas Huellas ya preveía, con las correspondientes dudas, esta transferencia, a partir de algún momento, entre lo meramente personal y lo (posiblemente) público:
Nota. Hay aquí un dilema latente sobre el que conviene reflexionar un poco. Todos estos textos nacieron "hasta cierto punto", como suele decirse (y habrá que ver dónde está ese "punto"), sin la intención de que fueran leídos más allá de mi círculo más proximo, y aun ahí, en todo caso, solo por cierta curiosidad biográfica (de la biografía común). Imaginaba e imagino. Eso garantiza la libertad a la hora de escribir, y algo que podría llamar "verdad". Sin embargo, al transcribirlas y comentarlas, esa limitación en la lectura se hace más improbable. ¿Para qué entonces tanto esfuerzo en el detalle? ¿Solo para uno mismo? Si en algún momento decido exponer estos textos a una amplia lectura (en un blog, p. ej.), ¿cómo afectaría eso a los nuevos textos que escribiera a partir de ese momento? Me imagino que se generaría en mí algo así como una conciencia de autor, y que al escribir estaría considerando cada nuevo texto desde una posible lectura diferente de la mía. Además, imagino también que empezaría a preocuparme de una forma más "técnica" por la "calidad" del texto escrito. Así visto, parece lógico pensar en no hacer nada público mientras no tenga una forma más o menos definitiva.

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Sobre esto, un texto de Gadamer:
"Ahora bien, hay, ciertamente, fijaciones escritas de lo hablado en las que no se trata de un texto en el sentido de la palabra que se sostiene. Este es el modo en que cumplen su función, la de servir únicamente de apoyo a la memoria, los apuntes privados, las notas, la escritura al dictado. En estos casos es claro que la anotación escrita solo toma vida recurriendo a la memoria reciente. Un texto de este tipo no se enuncia a sí mismo y, si fuese publicado, no sería nada que "dice" algo. Es solo la huella escrita de un recuerdo que vive por sí mismo." (H.-G. Gadamer, Acerca de la verdad de la palabra, en Arte y verdad de la palabra, Ed. Paidós, 1998.)

Es eso, y eso es lo que son, solamente, Huellas. La pregunta es en qué punto comienzan a sostenerse por sí mismas. Este blog puede entenderse, en el sentido expresado en el texto anterior, como un experimento gadameriano. (2018)
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En su obra sobre Flaubert, el personaje-narrador creado por Julian Barnes, ese apasionado y descreído Geoffrey Braithwaite, escribe sobre las Memorias de Mauriac, e introduce de este modo una compleja reflexión (también desde el punto de vista literario) sobre el uso que el autor de Madame Bovary hizo en sus novelas de sus propios recuerdos personales. 

“El otro día estaba leyendo a Mauriac: las Mémoires intérieurs, escritas justo al final de su vida. Es el momento en el que se amontonan hasta enquistarse las últimas píldoras de vanidad, el momento en el que el yo empieza a murmurar patéticamente: «Acordaos de mí, acordaos de mí…»; es el momento en que se escriben las autobiografías, en el que se llevan a cabo los últimos actos jactanciosos, y se ponen por escrito los recuerdos que ningún otro cerebro conserva, creyendo, equivocadamente, que poseen algún valor.

Sin embargo, eso es precisamente lo que Mauriac se niega a hacer. Escribe sus Mémoires, pero no son sus memorias. Nos ahorra en esas páginas los juegos infantiles, esa primera criada en el desván húmedo, el tío astuto que tiene un montón de anécdotas que contar, todo eso. Mauriac prefiere hablarnos de los libros que ha leído, de los pintores que le han gustado, de las obras de teatro que ha visto representar. Se encuentra a sí mismo mirando la obra de los demás.”[1]

No está mal como ideal, no. Quién pudiera saber hacerlo, sin dejar a cada paso alguna huella involuntaria de su propio paso. Algo de ese juego pudoroso (juego, insisto) hay también en estas Huellas. (2018)


[1] “El loro de Flaubert”, de Julian Barnes. Traducción de Antonio Mauri. Ed. Anagrama, Barcelona, 2015. Pág. 116.

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La huella que en mí dejó un instante, y que anoté en ese momento lo mejor que pude. (2018)

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Contra esta fidelidad buscada de la memoria, encuentro el poema Criptomemorias, de José Ángel Valente.

"Debiéramos tal vez
reescribir despacio nuestras vidas,
hacer en ellas cambios de latitud y fechas (...)"

Debiéramos quizás, como dice el poeta, pensar en qué medida estamos ya haciendo esto justamente cuando pretendemos lo contrario.

"Debiéramos dejar falsos testigos,
perfiles maquillados,
huellas rotas (...)"

No debemos, en todo caso, olvidar este otro ámbito, este extremo, posible de la memoria. (2018)

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Sobre el experimento gadameriano mencionado más arriba: notas, con el mismo valor simbólico e instrumental que el de las marcas que hacemos en un texto cuando lo leemos y nos llama la atención, nos interesa. ¿Para quién las hacemos? (2018)