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sábado, 24 de mayo de 2025

416. Faustino Cordón y los priones

 La biografía de Cordón ha sido, sin duda, la magdalena de Proust que nos ha devuelto de un forma tan vívida a aquellos años (1980, fundamentalmente) en que creímos sincera y apasionadamente en la biología teórica, en una determinada biología teórica. Mi participación en la difusión del libro (entrevistas, actos de presentación y artículos) han acabado siempre en una defensa de la biología teórica. Hace unos días me vi haciendo un alegato en favor de una biología teórica "no reducida a meros modelos matemáticos", frente a las miradas de incomprensión (así las interpreté) de los asistentes (profesores y alumnos) a la presentación del libro en la Facultad de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. Recordé entonces la pasión (y la seriedad) con que comencé a escribir mis Huellas (Huellas. Veredas. Contrapunto). Se trataba entonces de pequeñas notas, de anotaciones rápidas de ideas, planes o estrategias de trabajo, también de guiones para organizar lo escrito, que acabaron formando un pequeño diario. Hace diez años comencé a "poner en limpio" (y a comentar y anotar) aquel diario en esas Huellas que ahora me resultan tan derridianas y que no han dejado nunca de "depositarse" desde entonces. La Nota previa que escribí entonces (2015) pretendía (lo mismo que la evocación que ahora intento), no perder (en el olvido) aquella pasión y aquel impulso originario:

 "A los 24 años, en lo más alto de mi romanticismo científico, enamorado de la Neurología Comparada, devoto (ya para siempre) de Darwin, y presunto continuador del pensamiento de Faustino Cordón, maestro en tantas cosas, decidí iniciar algo así como un diario científico para anotar informalmente todo lo que en adelante iba a vivir en el desarrollo de esa singular ciencia evolucionista. A esas páginas, llenas de dibujos y esquemas sobre experimentos entre audaces y fantásticos, de momentos de extrema confianza en mí mismo, y también de duda y perplejidad, jalonados de signos de admiración e interrogación, fueron siguiendo otras, más serenas, en las que poco a poco buena parte de mis lecturas y reflexiones iban dejando algunas huellas. Desde entonces, aunque cada vez con menos frecuencia, he seguido escribiendo esos textos, siempre con la idea de registrar algún momento de reflexión, por breve que fuera, si me parecía que no debía perder del todo su pequeña estela verbal; y también, confieso, por el puro placer de escribir. Ahora, más de treinta años después de aquellas primeras notas, convertido ya en científico profesional y filósofo amateur, me parece oportuno volver sobre ellas -no todas, quizás-, y especialmente sobre aquellas que transcriben y comentan textos literarios, filosóficos o científicos que quise, de este modo, conservar para más adelante. Es posible que así sea el camino de la reflexión y de la vida, un camino marcado por innumerables huellas, antiguas o recientes, huellas de otros, y también algunas, pocas, nuestras."

 ¿Es posible que esa línea de sutura que he venido imaginando entre la ciencia y la filosofía del ser vivo, entre zoé y bíos, resulte ser un espacio virtual, como el que existe entre dos membranas anatómicas (como las que Foucault evocaba en las descripciones de Bichat), y que sea ese el lugar propio de la biología teórica? Quizás, y también es posible que Alfonso Ogayar y yo podamos recuperar ese espacio en un gesto de justicia (hermenéutica) hacia la figura y la obra de Cordón. Se dice en la biografía, y se viene repitiendo en las presentaciones y en algunos artículos de prensa, que Cordón descubrió los priones décadas antes de que Stanley Prusiner formulara su hipótesis del prion. Por diferentes motivos, Alfonso y yo nos hemos visto envueltos en cuestiones relacionadas con los priones, más teóricos los suyos y muy prácticos los míos. No, Cordón no descubrió los priones, eso podemos discutirlo bien. Sin embargo, la teoría evolucionista de Cordón constituye un marco idóneo para entender la existencia de los priones y de las propiedades prionoides de las proteínas. Por ahí empezaremos.

 

 

jueves, 7 de abril de 2022

255. Cordón & Terrón

 Ayer, homenaje a Faustino Cordón en el Club de Amigos de la Unesco de Madrid (CAUM)*. Homenaje necesario, en el que también era necesario y esperable que no se hablara menos de Eloy Terrón que de Faustino. "Hablábamos entonces de Cordón y Terrón como se habla de Marx y Engels", recordó con entusiasmo uno de los intervinientes. 

Fue un acto agradable, tan poco académico como lo fueron los homenajeados, una reunión de "rojos", como aquellas en las que aprendimos tanto con ellos. 

Alfonso Ogayar y yo, sentados en la última fila, señalados e interpelados como "colaboradores" por algunos de los ponentes. Extrañas sensaciones, treinta años después. ¿Puede uno "traicionar" un pensamiento y extraer a la vez lo mejor de él? Es lo que dice Heidegger que hay que hacer con los grandes pensadores.

Vi claro, una vez más, que la obra de Cordón, su pensamiento, resulta más rico y estimulante cuando se analiza en un contexto filosófico que si se sitúa en un marco meramente científico, más aun si este último se limita al de la ciencia académica de su tiempo y su país. Y aun más  -y esto es lo peor- si se hace en una perspectiva estrechamente cientifista. 

 "Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa", dice Celaya, y parafraseando podemos decir: ser científico no es ser científico sino otra cosa (más), pensador, inductor de nuevo pensamiento. Si el pensamiento de Cordón no ha tenido el debido reconocimiento en su país (y sí, algo más, en un país vecino con mejores tradiciones intelectuales, Francia), el problema (o el síntoma) es del país (mayoritariamente reaccionario y culturalmente colonizado).


* https://caum.es/2021/12/15/faustino-cordon/

** Aviso, en De tranquilamente hablando (1947).



sábado, 6 de febrero de 2021

200. Antiguo futuro

Tomo la idea del título del espléndido libro de Irene Vallejo (El infinito en un junco) (§195), que voy leyendo muy poco a poco para que me dure más, o quién sabe si para acercarme al ritmo con que ella lo escribió (§185). "Qué antiguo puede llegar a ser el futuro", dice, con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan en 2016. Un premio al canto, a la oralidad de la literatura occidental, como si fuera un premio tardío (¡y tanto!) a los poetas orales, los aedos griegos, que la inventaron, antes de que quedara fijada por escrito en Homero. Celebré mucho entonces la concesión del premio -Irene Vallejo sobrevuela con gracia e ironía la polémica asociada-, y defendí en algunas conversaciones que al escuchar a Dylan es tan importante lo que dice, lo que canta, como la forma precisa en que lo dice. Dylan canta y recita al mismo tiempo, como un poeta proclamando (Gadamer dixit) sus versos. 

Alguna analogía con este futuro anterior, de ida y vuelta, me sugirió la lectura de un artículo de prensa que me envió hace poco Alfonso Ogayar, buen amigo, profesor y biólogo teórico*. Con motivo de la reciente publicación en castellano de un libro sobre las polémicas que mantuvieron Richard Dawkins y Stephen J. Gould**, José Manuel Sánchez-Ron habla de ellos en el artículo, y de sus diferentes perfiles personales y científicos, y también ideológicos. Alfonso y yo, desde nuestra común navegación al lado de Faustino Cordón, siempre hemos sido más de Gould, en cuanto a teoría evolutiva, en una tradición que hemos entendido consistentemente darwinista***. Sin embargo, en el artículo se presta más atención a lo ideológico, incluyendo la actitud de ambos autores ante la religión. Dawkins, "liberal", y Gould, "socialista", ambos términos en su idiosincrático sentido estadounidense. En mi correo de respuesta, escribí esto: "Leí hace años el libro de Gould sobre ciencia y religión****, y me pareció muy astuto, muy fino. A Dawkins, ateo militante (y en teoría, solo en teoría, "uno de los nuestros") lo sigo en twitter, y hay que ver cómo habla de los 'socialistas' del Partido Demócrata (Sanders y compañía, que sí son de los nuestros), dice cosas que podría firmar Trump."

No hacía mucho tiempo que Alfonso y yo habíamos comentado un "cruce" atípico análogo entre ideología y teoría biológica en las primeras décadas del siglo pasado, con motivo de otro artículo intercambiado*****. No hay biología sin biopolítica, al parecer. Ernst Haeckel, autor fundamental en la historia del darwinismo y el evolucionismo, y en esa perspectiva histórica también "uno de los nuestros", fue un ferviente defensor del nacionalismo y el imperialismo alemán, además del darwinismo social y la eugenesia. Fue uno de los autores más respetados por los ideólogos nazis. En cambio, uno de sus discípulos, Hans Driesch, destacado representante del neovitalismo (que solemos asociar a un oscuro conjunto de fuerzas, impulsos o espíritus vitales) promovió el pacifismo y el universalismo, lo que le costó su puesto académico. Por su parte, en aquellos funestos años, Heidegger, ese admirador de Hitler al que dedico tantas horas de estudio (intentaré dejar claro algún día por qué) fue un profundo crítico del biologismo en todas sus formas. 

Recordemos, en fin, lo que decía Ernst Bloch, citando a Lenin: "el idealismo inteligente está más cerca del materialismo inteligente que el materialismo tosco".


* https://elcultural.com/gould-versus-dawkins

** Kim Sterelny. Richard Dawkins contra Stephen Jay Gould. Ed. Arpa, 2020.

*** Entre mis libros favoritos de evolución, y en mi biblioteca, está The structure of evolutionary theory (Belknap Press: Cambridge, 2002), de Gould, un verdadero placer para la lectura. Alfonso me regaló  Ontogenia y filogenia. La ley fundamental biogenética (Crítica: Barcelona, 2010) una vez que fui a dar una charla a su instituto. La ley biogenética de Haeckel, claro.

**** Stephen J. Gould. Ciencia versus religión: un falso conflicto. Crítica: Barcelona 2007.

***** Giuseppe Bianco. Philosophies of life. In: P. Gordon, W. Breckman (Eds.). The Cambridge History of Modern European Thought, Vol. 1. CUP: Cambridge, 2019.