En el aniversario de su muerte, conviene recordar a uno de los (nuestros) grandes que supo estar a la altura de aquellas feroces circunstancias. A la altura política y también poética. Hablamos todavía de las dos Españas (cómo no recordar aquel otro soneto de su hermano, malgré tout, [§114]), porque vivimos en esta parte del mundo, pero sabemos que en este mundo moderno/posmoderno hay (y hubo entonces) en todas partes un lado bueno donde estar -mejor, por decirlo también aristotélicamente- y un lado peor. Machado estuvo siempre en el lado bueno y lo dejó, cómo no, escrito.
"Tu carta -oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte-,
tu carta, heroico Líster, me consuela,
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.
Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.
Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,
de monte a mar, esta palabra mía:
"Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría."
Hace unos años, volviendo de Suiza en coche, después de atravesar el denso tráfico de la A7, que sigue el curso del Ródano, y de habérmelas con el viento lateral de la A9 (La Languedocienne), me desvié, cerca ya de la frontera, por una preciosa carretera costera llena de curvas, hacia Collioure. Es fácil encontrar la tumba de Machado, muy cerca de la entrada de un pequeño cementerio, algo alejado de las calles más bullliciosas de aquel pueblo tan turístico. Emociona estar allí. En palabras de Luis García Montero, "saber elegir una derrota ante la
tumba de Machado, ponerse por voluntad en el lugar de los vencidos, supone
aceptar una tradición que no es optimista ni pesimista. Se trata de no sostener
el relato en los triunfos, sino en las convicciones".* Allí piensa uno en los "pasados posibles" de los que habla mi profesora, y en lo presentes que están.