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sábado, 11 de diciembre de 2021

239. "Qué se yo", según Merleau-Ponty

Trotando entre textos, y buscando en realidad uno que está unas páginas más adelante en Lo visible y lo invisible, encuentro este, que no puedo dejar de incluir aquí:

"Por ese camino, finalmente, se vería lo que es la interrogación filosófica. No el an sit, y la duda, en que el Ser está sobreentendido, y tampoco el «sólo sé que no sé nada» en que ya asoma la certeza absoluta de las ideas, sino un «¿qué sé yo?» verdadero, que no es completamente* el de Montaigne. Porque el «¿qué sé yo?» podría ser simple recurso a la dilucidación de las cosas que sabemos, sin examen alguno de la idea de saber. Sería entonces una de esas preguntas de conocimiento, como acaso puede serlo también «¿dónde estoy?», en las que uno sólo duda sobre la necesidad de hacer entidades -el espacio, el saber- tomadas como evidentes en sí mismas. Pero ya, cuando yo digo, en el curso de una frase, «qué sé yo?», es otra clase de pregunta la que nace, porque desborda la idea del saber mismo, invoca no sé qué lugar inteligible donde deberían encontrarse hechos, ejemplos, ideas, que me faltan**; insinúa que el modo interrogativo no es un derivado por inversión o por trastrocamiento del indicativo y del positivo, ni afirmación ni negación veladas o esperadas, sino una manera original de apuntar a algo, por decir de algún modo, una pregunta-saber, que por principio no puede ser superada por ningún enunciado o «respuesta», modo propio, quizás, de nuestra relación con el Ser, como si él fuera el interlocutor mudo o reticente de nuestras preguntas. «¿Qué sé yo?» es no sólo «¿qué es saber?» y no sólo «¿quién soy yo?», sino, finalmente, «¿qué hay?» e incluso «¿qué es el hay?». Estas preguntas no apelan a la exhibición de algo dicho que les pondría fin, sino al develamiento de un Ser que no está planteado porque no necesita estarlo, porque está silenciosamente detrás de todas nuestras afirmaciones, negaciones e, incluso detrás de todas las preguntas formuladas. No es que haya que olvidar éstas en su silencio, ni se trata de apresarlo en nuestro palabrerío, sino que la filosofía es la reconversión del silencio y de la palabra uno en otra (…)."***

 

* En francés, tout à fait, y la traducción, naturalmente, es correcta en sentido literal, pero algo incomoda en la lectura. "Que no es enteramente equivalente" al de Montaigne, entiendo, que lo es solo en parte.

** La negrita es mía.

*** Maurice Merleau-Ponty. Lo visible y lo invisible. Traducción de Estela Consigli y Bernard Capdevielle. Buenos Aires: Nueva Visión, 2010. Pp. 117 - 118.



martes, 24 de agosto de 2021

224. Val de Nebra

 Como todos lo veranos desde hace bastantes años, exploro en bici el Val de Nebra. A estas alturas -de otro tipo de alturas va también la cosa, como se verá- creo que lo conozco bien, aunque cada año encuentro algo cambiado: una pista forestal asfaltada, o cerrada por la vegetación, o alguna otra pista o vereda olvidada (quizás) que (re)descubro con placer. ¿Es posible que haya en el valle siempre más cosas que las que ya tengo incorporadas a mi mapa -no diré "mental", sino, en todo caso, "existencial"? "Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía", nos recuerda Hamlet; y sí, afortunadamente siempre hay más cosas. De filosofía va también esto, como también se verá.

Suelo acceder al valle desde la parte ancha y abierta que da al mar, a la ría, a través de alguno de los caminos, casi sin curvas y más o menos paralelos, que, ascendiendo ligeramente, se dirigen hacia la parte más alta y profunda. Ese primer tramo de aproximación, recorrido con pedaleo regular, tranquilo, disfrutando, me permite entrar en calor, y el sol, la vegetación de los márgenes y los pájaros que salen volando a mi paso me devuelven al estado de ánimo adecuado, siempre renovado. Al fondo, el valle está cerrado por dos montes, el Iroite, a la izquierda, enorme, masivo, inalcanzable (en bici, para mí, hoy), y el Enxa, a la derecha, que presenta un perfil más acogedor y tentador (para la ascensión), pero de momento también inaccesible. De uno a otro monte, una pequeña cadena montañosa separa este gran espacio abierto del resto de la Sierra de Barbanza. Largos caminos, paralelos entre sí y perpendiculares a los anteriores, completan la malla que permite recorrer el valle en todas direcciones, con suaves cuestas que llevan a algunas aldeas bien definidas: Agrelo, Tores, Orseño, Puilla, Noal, Cabanela, Castelo... Otras aldeas se encuentran en los márgenes de la parte llana del valle, o en sus laderas, menos accesibles: Nebra, Laranga, Calo, Queiro...

Hay días en que me gusta recorrer lo conocido, yendo de aquí para allá por la parte llana del valle, y encontrar, si acaso, sin haberlos buscado conscientemente, detalles, rincones o novedades antes desconocidos (o no reconocidos). O disfrutar sencillamente del placer (diríase que ontológico) del reconocimiento, de la familiaridad con los lugares y las cosas, de la calidez de su presencia. Otras veces, no sé por qué, prefiero explorar los márgenes, buscar pequeñas veredas para ascender sin excesivo sufrimiento, aunque no sin algún esfuerzo. Pequeños trucos, estrategias, para ascender en zig-zag siguiendo tramos de cuesta cortos seguidos de otros horizontales más largos. Poco a poco, sin prisa, a la justa medida de mis fuerzas, el ángulo de visión sobre el imponente paisaje de la ría va alzándose conmigo. Es solo la suma de esos pequeños esfuerzos acumulados lo que me permite llegar allí. Y vale la pena entonces pararse un momento a mirar. Nada nuevo ahí abajo en la ría, claro, sino el ángulo, el punto de vista conseguido.

A veces me imagino, me digo, con la cadencia suave del pensamiento que acompaña al pedaleo, que algo parecido vengo haciendo en mis devaneos filosófico-científicos desde hace más o menos el mismo tiempo. Podría llamar filosofía al Iroite y al Enxa ciencia, las mías: mi filosofía y mi ciencia. Y a la trama de caminos que los reúne en el valle podría también llamarla método (méthodos, camino en griego, e iter, itineris en latín; sin olvidar que el tao también es camino). Y cada una de las aldeas  podría adoptar el nombre de alguna figura eminente: Darwin, Heidegger, Gadamer, Merleau-Ponty, Derrida, Deleuze, Vattimo, Ricoeur... unas más accesibles y otras algo menos. Y así voy de aquí para allá, de unas a otras o explorando caminos que no sé todavía adónde van, en un itinerario interminable, tejiendo una red de experiencia que comienza en el llano y va poco a poco ascendiendo. (Bx)



domingo, 8 de noviembre de 2020

187. Una frase de Sartre

 Antes tenía menos filósofos-amigos, ahora es todo más complejo. He leído bastante más y una frase rotunda (las coleccionaba sin darme cuenta) ya no sirve para concluir (rematar) una reflexión. Si acaso aún para iniciarla. Entre aquellos pocos, Sartre era mi favorito. Algún profesor de filosofía me sugirió desconfiar de los que "lo darían todo" por una frase perfecta, pero si hay valores en esto (no sabría decirlo) pocas cosas valoro más que un texto bien escrito (y, en consecuencia, leído). No, ninguna verdad puede encerrarse en una frase, seguramente, pero hay frases que apuntan, como la flecha en el arco, no en la diana, hacia alguna verdad, intuida, señalada. Aunque sea una verdad histórica (temporal), como parecen serlo todas.

M. (la llamaré Mu a partir de ahora, en consideración a una vida docente dedicada a las Matemáticas) revisa, ordena y clasifica paciente, meticulosamente, textos de y sobre su padre. Amor filial y textual que lleva de vez en cuando a algún descubrimiento. De eso se trata, de conservar y descubrir. Entre los muchos papeles (textos sobre papel, frágiles, amarillentos, supervivientes), hace unos días, un artículo de Méndez Ferrín (1989) sobre la masacre en la que fue asesinado Ignacio Ellacuría*. "Ignacio Ellacuría non era comunista, non. Era algo moito peor e mais perigoso para o poder: igual que Salvador Allende e que Olof Palme era un non anticomunista, e o capitalismo parece como se xurase borrar tais persoas da face da terra." Como si el texto (la huella signada, nos diría Derrida) viniera ahora desde esa caja de cartón a recordarnos aquellos años en que pensábamos en un marco de comunismo-anticomunismo, y Sartre no era todavía una anomalía equivocada (malhumorada y agresiva) del pensamiento francés de postguerra, el artículo concluye (él sí) con una conocida (entonces) frase del filósofo (mejor -no solo dicho-, escritor) francés: "Un anticomunista é un can; ningén me fará trocar de opinión."

Esa frase, sí, esa frase era una de ellas. Internet, como siempre, me acerca rápidamente al contexto original en que fue escrita, y de paso me descubre su presencia testimonial, como un trazo, en una canción reciente de un combativo grupo musical**. La frase dichosa (feliz) pertenece a una de las partes de "Los comunistas y la paz", que Sartre publicó en Temps Modernes a partir 1952, en un momento crítico de la Guerra Fría, y que dio lugar a su polémica pública con Claude Lefort, miembro del colectivo "Socialismo o Barbarie"***. La polémica con Lefort, como las que inmediatamente después le enfrentarían a Camus**** y Merleau-Ponty, deberían ser para nosotros, que no hemos tenido nunca nada parecido en nuestra triste historia "nacional", de lectura obligatoria para abordar las trifulcas de la izquierda en nuestro país. 

Acudo finalmente a mi biografía de Sartre de referencia***** en busca de un mayor detalle. Cohen-Solal nos recuerda el contexto histórico particularmente crítico, la manifestación del 28 de mayo de 1952 en París contra la visita del general norteamericano Ridgway y el uso de armas químicas y bacteriológicas en la Guerra de Corea. La manifestación fue prohíbida por el gobierno, apoyada por el PCF, y unas declaraciones del prefecto de policía de París parecen pedir una réplica: "Un comunista es un soldado ruso. Lo es de buena fe o por aberración." Jacques Duclos, secretario del PCF, había sido detenido por llevar unas palomas muertas (regalo gastronómico de un militante) que la policía tomó por palomas mensajeras enviadas desde Moscú con instrucciones subversivas (sic). Eran los tiempos del maccarthismo (1950 - 1956) y del delirio anticomunista occidental, antecedente del trumpismo recién derrotado (aparentemente). En el texto de Cohen-Solal encontré la frase, subrayada (§169). Sartre, indignado, se enfrenta a la burguesía anticomunista y sale en defensa del PCF, con el que había mantenido unas relaciones tormentosas durante décadas. "Se rompieron los últimos lazos, se transformó mi visión: un anticomunista es un perro, no salgo de ahí y nunca me retractaré..."

La frase de un no anticomunista ejemplar que define tan bien su época como la nuestra. Solo que hoy somos algo más animalistas y ya no entendemos bien lo del perro.


* Xosé Luis Méndez Ferrín. E matan. Faro de Vigo, 20 de noviembre, 1989.

** https://www.youtube.com/watch?v=XIcKVtR2gkg

*** https://www.cairn.info/revue-rue-descartes-2019-2-page-65.htm

**** Polémica Sartre - Camus. Buenos Aires: Ediciones del Escarabajo de Oro, 1964.

***** Annie Cohen-Solal. Sartre (1905 - 1980). Traducción de Agustín López Tobajas y Christine Monot. Barcelona: Edhasa, 1989.



viernes, 24 de enero de 2020

131. Lo que se dice y lo dicho

Lo dice, precisamente, Michel Foucault en El orden del discurso*, ese texto/discurso admirable:

"En resumen, puede sospecharse que hay regularmente en las sociedades una especie de nivelación entre discursos: los discursos que «se dicen» en el curso de los días y de las conversaciones, y que desaparecen en el acto mismo que los ha pronunciado; y los discursos que están en el origen de cierto número de actos nuevos de palabras que los reanudan, los transforman o hablan de ellos, en resumen, discursos que, indefinidamente, más allá de su formulación, son dichos, permanecen dichos, y están todavía por decir. Los conocemos en nuestro sistema de cultura: son los textos religiosos o jurídicos, son también esos textos curiosos, cuando se considera su estatuto, y que se llaman «literarios»; y también en cierta medida los textos centíficos."

A continuación, una vez definida esta división, Foucault la fluidifica, la quiebra. "Es cierto que esta diferencia no es ni estable, ni constante, ni absoluta." También la dramatiza (o la ironiza). "La desaparición radical de este desnivel no puede ser nunca más que juego, utopía o angustia."

Sí, en esta última frase están convocados algunos asuntos recurrentes de estos QSY, el juego, (Glasperlenspiel, Hesse), la utopía (Experimentum mundi, Bloch) y los maestros de la fenomenología existencial (Sartre y Merleau-Ponty) que acabaron presentándome a sus severos padres (Husserl y Heidegger).

Más allá de tanta gente ilustre, autores en el sentido foucaultiano, queda la cuestión, experimental en estos QSY, como se viene diciendo (p. ej., §4), de esa ligera, aunque radical transición, que lleva de lo meramente pensado (o vivido) a lo escrito (lo dicho). Ahí hay un misterio. 

* Michel Foucault. El orden del discurso. Traducción de Alberto González Troyano. Barcelona: Ed. Austral, 2019.