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sábado, 26 de marzo de 2022

254. Dual use

 Fue en aquel comité ético (de investigación) europeo, poco antes de abandonarlo cumplido ya el periodo preceptivo de permanencia, donde aprendí el verdadero alcance de este término. Dual use, doble uso, civil y militar, de la investigación científico-técnica realizada (solo aparentemente) en el ámbito (académico, p. ej.) no militar. ¿Doble? Ahora que la guerra (esta guerra, principalmente) lo ocupa todo desde la unilateralidad de alguna de las partes enfrentadas (información, noticias, internet, economía, política, cultura), descubrimos la cara oculta de una vida colectiva (política) que se venía desarrollando (solo aparentemente) en paz. Para bellum, ¿en qué medida, en esta prehistoria (Marx) inacabada, todo es en último término -o mejor, en potencia- para la guerra? ¿Y la guerra de quién (Nietzsche)?

En una de sus conferencias sobre Nietzsche, precisamente, dedica Heidegger unas páginas especialmente lúcidas, como en otros muchos lugares de su obra, a definir lo que diferencia radicalmente la actividad cietífico-técnica del ejercicio del pensamiento filosófico. 

"De acuerdo con la disposición gobal que adopta la historia del hombre sobre la tierra, el carácter técnico idustrial que se viene abriendo paso desde hace un siglo y medio seguirá contribuyendo a determinar el destino de la ciencia actual. El contenido semántico de la palabra «ciencia» (Wissenschaft) se desarrollará por consiguiente en la dirección que queda acotada por la palabra francesa science, por la que se entienden las disciplinas matemático-técnicas. Los grandes sectores industriales y el Estado Mayor están mejor «enterados» de las necesidades científicas que las «universidades»; también disponen ya de mayores medios y de fuerzas más adecuadas, ya que efectivamente se encuentran más próximos a lo «real»."*

Los sectores industriales, el Estado Mayor y lo "real". ¿Puede haber algo más "real" que ese misil que vemos acertar** con prodigiosa precisión su objetivo dual (civil y militar)? ¿Cuánta investigación civil (para curar, para jugar) se oculta tras esa perfección militar (para matar)(§116)? ¿No es esta una expresión de la razón cínica***  esencialmente característica de nuestro tiempo?


* Martin Heidegger. Nietzsche. Ariel: Barcelona, 2017 (p. 219)

** Del término latino certum, "cosa cierta" (DRAE).

***En esto, no en otras cosas, tengo que darle la razón a Sloterdijk.



sábado, 14 de septiembre de 2019

89. Andros

Termino, por el momento, mi silenciosa discusión (Auseinandersetzung) veraniega con Sloterdijk. La dejo para más adelante, para otro verano, quizás. Aunque encuentro su perspectiva (¿ideología?) muy alejada de la mía (me pregunto si eso fue siempre así en su caso, o si hubo alguna vez un desplazamiento), comparto el mundo cultural, literario y filosófico, del que habla con brillantez. Somos hijos, tataranietos, de la Paideia, y siempre gusta oir hablar de sus personajes y sus historias. Ahí, lo sabemos, tenemos una casa (¿de verano?).

Tengo que agradecerle también el descubrimiento de un ejemplo, un episodio, una referencia sugestiva, de esas que abundan en la Grecia clásica, aunque entiendo que me interesó más bien contra la intención de Sloterdijk al proponerlo. No consigo que me llegue a emocionar (como podría decir Carlos Boyero) el contexto, la defensa de la sofística ("la unidad irrenunciable de saber y poder") en la historia de la cultura occidental (y Odiseo como su primera encarnación), contra la impotencia (amechanía) y el resentimiento que esta genera. Como digo, esa discusión, en el tablero adecuado (el de las estructuras de poder efectivo de la sociedad actual y el de sus consecuencias en sufrimiento humano), mejor para otro momento.

El episodio que menciona Sloterdijk está en Heródoto, Historia, Libro VIII, 111. Primero, como lo cuenta el filósofo alemán: "Cuando Temístocles quiso imponer a los andrios un tributo de dinero con el argumento de que Atenas tenía dos dioses poderosos y solícitos de su lado (Peitho, la persuasión, y Ananké, la necesidad), parece que los andrios contestaron que podía que esa alianza aportara suerte a Atenas pero ellos eran, por el contrario, la patria de dos diosas menos solícitas (Penia y Amecania)."* Excusas, nos dice Sloterdijk, eso de refugiarse en la pobreza y la impotencia para no pagar. Y algo aún más inquietante: "Hoy da la impresión de que los andrios se han impuesto casi por doquier".

Vayamos a Heródoto**. El episodio tiene lugar poco después de la victoria de Salamina y, una vez vencidos los bárbaros, Temístocles ("cuya codicia no conocía freno") se dedica a cobrar el tributo debido a Atenas por las colonias, especialmente las que habían apoyado a los invasores, y así "asediaron Andros con ánimo de arrasarla." En el curso de la negociación, a la demanda (amenaza) ateniense los andrios responden que "con razón era Atenas una ciudad poderosa y próspera, teniendo en cuenta que hasta gozaba de divinidades serviciales. Dado que, por su parte, carecían de tierras hasta límites verdaderamente extremos y que dos divinidades poco serviciales, Pobreza e Incapacidad, no abandonaban su isla, sino que residían allí permanentemente, ellos -concluyeron-, como contaban con el patronazgo de esas divinidades, no le iban a entregar dinero, pues el poderío de los atenienses nunca sería superior a su propia impotencia."

Quiero señalar especialmente esta última frase, que he subrayado, y que me hace pensar en el debolismo de Vattimo, más que "pensamiento débil", como él mismo ha escrito, el "pensamiento de los débiles"***. Reflexionar sobre la impotencia, todo aquello que el poder (paradójicamente) ha establecido ya como imposible, es una manera de explorar y extender los límites de lo realmente posible. Y de llegar a saber en qué sentido(s) el poder "no es superior" a esa impotencia.


* P. Sloterdijk. Odiseo el Sofista. En: ¿Qué sucedió en el siglo XX? Traducción de Isidoro Reguera. Ed. Siruela, 2018.

** Heródoto. Historia. Traducción de Carlos Schrader. Ed. Gredos, 2000.

*** G. Vattimo. El pensamiento de los débiles. A Parte Rei 54, noviembre 2007.



jueves, 29 de agosto de 2019

83. Bloch y la esperanza cotidiana


Ernst Bloch (1885 – 1977), filósofo marxista alemán, tiene una presencia regular e importante en estas notas. Desde hace muchos años viene siendo para mí una referencia, muchas veces involuntaria, ante cuestiones tan diversas como las que abarca su filosofía. Uno de sus textos principales, Das Prinzip Hoffnung (El Principio Esperanza), ocupa un lugar estratégico en mi memoria intelectual. Su filosofía no solo nos infunde ánimo, sino que tiene su fundamento en ese ánimo, lanzado hacia el futuro (como anticipación, esperanza), que constituye un eje esencial de nuestras vidas, de cualquier aspecto de la vida y de la historia. Si algo de lo que nos dice Bloch no fuera verdadero (tomemos este término con la ironía de Rorty), debería serlo (dicho esto en un tono hegeliano no muy alejado del propio Bloch).

No entiendo bien (es una manera de decirlo) el tono que emplea Sloterdijk* contra Bloch cuando se ocupa de los tres “josefistas”** del s. XX, de los tres interpretadores de sueños, Freud, Bloch y Derrida. “Salta a la vista de los lectores de Bloch desde siempre la exaltada tosquedad de su ontología política, que evoca, por una parte, una idea gótica de imperio y no tiene reparo alguno, por otra, en defender el régimen de terror estalinista, los procesos-espectáculo y el absurdo teatro de las mentiras, que se justificaba por la necesidad de ‘realizar’ las grandes ideas del comunismo.” También Derrida recibe lo suyo por no haber abandonado definitivamente el sueño utópico. “(…) en los impedimentos que se oponen a la construcción de un monumento en honor de los asesinados por el comunismo se nota de manera clarísima la mano de los «espectros de Marx»”. Por otra parte, no es posible entender, unas páginas más adelante, la función histórica que Sloterdijk atribuye al Decamerón y a la potencia utópica de la poesía, si no es en el marco (y en el tono) del pensamiento de Bloch***. “En una de las horas más oscuras de la historia de la humanidad, en la que ni siquiera el Evangelio pudo ya romper el predominio de las malas nuevas, las novellas asumen una función paraevangélica, propagan la buena nueva de que siempre y a pesar de todo sigue habiendo en el mundo un arte de la vida que promete un nuevo inicio (…)”. ¿Hay aquí también indicios del autoexorcismo anticomunista (esa especie de “sálvese quien pueda”), tan propio de muchos intelectuales en la segunda mitad del s. XX?)

¿Qué pensaría hoy Bloch del anticomunismo globalmente triunfante, y del que aquí, en nuestro país, hic et nunc, nos mantiene atados al poste (l’estaca) de un posibilismo temeroso y ramplón? No hay esperanza, no hay salida, no hay posibilidad de cambio real, precisamente (noi fummo i gattopardi, i leoni…) en nombre del cambio posible. En la introducción de una edición inglesa de Avicena y la izquierda aristotélica****, encuentro la pregunta que Adolphe Lowe (1893 – 1995), sociólogo y economista alemán, exiliado a Inglaterra en 1933, le formuló por carta a Bloch en 1972 (traduzco a partir del texto inglés): “¿Quién es ahora el ejecutor de este proceso, después de que el proletariado haya resultado ser un falso mito? ¿Qué ha sido de la dinámica básica del proceso histórico, cuando la tecnología reciente ha llevado en todas las áreas a un pseudoimperio de la libertad a este lado de la revolución? O, dicho de otra manera, ¿qué es hoy la revolución?” Loren Goldman, autor de la Introducción, nos cuenta que Bloch le respondió que ya tendrían la oportunidad de discutirlo en persona, pero que, en cualquier caso, él “creía en las sorpresas”.


* P. Sloterdijk. El pensador en el castillo encantado. Sobre la interpretación de los sueños de Derrida. En: ¿Qué sucedió en el siglo XX? Traducción de Isidoro Reguera. Ed. Siruela, 2018.

** En referencia al José de Thomas Mann (José y sus hermanos). Agradezco a Faustino Cordón que me indujera a leer esta inolvidable novela (entre otras), mientras él, ya octogenario, la releía con placer. La escena inicial de José frente a la luna es uno de los textos más bonitos que he leído.
 
*** P. Sloterdijk, loc. cit., El Renacimiento permanente. La novella italiana y las noticias de la Modernidad.

**** Ernst Bloch. Avicenna and the Aristotelian Left. Columbia University Press, 2019.



jueves, 23 de mayo de 2019

61. Hobbes, el multimillonario y algo más de biopolítica

En un importante texto, recientemente reeditado y extensamente ampliado, de Félix Duque (Filosofía de la técnica de la naturaleza*), el filósofo nos conduce reflexivamente a través de los estadios históricos (orgánico, artesanal, mecánico, cibernético y hacia un más allá solo intuido) que han conformado las nociones de técnica, naturaleza, y, en consecuencia de ser humano (y de su "naturaleza"). Para ello nos invita a un diálogo con los textos y los filósofos que han encarnado o discutido esas nociones, Platón, Aristóteles, Descartes (también Galileo y Newton), Kant, Hegel, Heidegger, y, en los últimos capítulos, con algunos poetas (Hölderlin, Rilke, Celan), artistas plásticos (Bill Viola) y arquitectos. La noción de naturaleza (falsamente entendida como "primaria") como producto de la técnica (la "técnica de la naturaleza") propia de cada uno de esos estadios; y así también la noción de ser humano, de vida humana y de la forma de Estado característica de cada época. Nos recuerda Félix Duque, p. ej., cómo el Estado moderno (absolutista) se conforma, en uno de sus téoricos principales, Thomas Hobbes, como una máquina (estadio mecánico) dirigida a preservar la naturaleza humana, el derecho natural del hombre, derivado de "las tres pasiones que engendran las Leyes de la Naturaleza: miedo a la muerte, deseo de lo necesario para una vida cómoda, y esperanza de alcanzar ésta por su industriosidad (industry)."** Miedo a la muerte, a que a uno le mate el hombre lupus en constante bellum de todos contra todos***. 

He vuelto a pensar en este miedo, de una forma u otra inscrito en la raíz del Estado moderno (esto es, entendamos de una u otra forma quién, qué grupo o institución social, se beneficia de ellos -del miedo y del Estado), ahora que se debate, en plena campaña electoral, sobre las donaciones de un multimillonario (que se encuentra entre los diez más ricos del planeta) al sistema sanitario público de nuestro país. El debate ha generado, en la izquierda diversa, una extensa y sana respuesta en defensa del Estado "social y democrático de Derecho"****. Hay algo que decir sobre la forma de la donación, que muestra algunos aspectos, diríamos que toscos, del gesto. ¿Por qué no se trata de una donación anónima? ¿Por qué no se dona al Estado sin más para que éste lo administre como mejor determine? Claro, cómo distinguiríamos esto último de unos impuestos, y, como se ha dicho, de una rebaja de impuestos. No, se dona muy directamente, no al sistema sanitario público en conjunto (ni siquiera un multimillonario como este podría competir con la financiación de un sistema como el nuestro), sino, localmente, aquí y aquí y aquí, como un regalo caído del cielo, a aquello que identificamos, bien lo sabemos, como una de las principales amenazas a una vida humana féliz: el cáncer. Ni siquiera a la investigación de posibles tratamientos, donde nuestro Estado invierte cantidades claramente insuficientes, sino al diagnóstico y al tratamiento de acuerdo con los protocolos actuales, que en nuestro país están garantizados.

Esto nos lleva al fondo, a la materia de la donación. ¿Qué produce, qué genera, y qué finalidad tiene? Produce, en la población diana (target, en términos de marketing), pacientes, potenciales, actuales y pasados, y también en cierto sector político, agradecimiento y admiración (honor, orgullo, thymós*****). Valdría la pena, si no se ha hecho ya, comparar el miedo a la muerte de los tiempos de Hobbes, y en su propio país, con el que tiene la población actual en nuestro mundo (sí, todavía quedan otros mundos, extensos). Se trata ahora del miedo a la enfermedad, a la vejez y a la fragilidad, y es el Estado actual, son nuestros sistemas sanitarios públicos, los que nos permiten olvidarnos de todo eso durante largos periodos de nuestra vida y alcanzar unas cotas de supervivencia (en la salud y en la enfermedad) hasta ahora desconocidas. El Estado, que vive (no es un decir: vive, vivimos, hegelianamente) de nuestros impuestos. Que los multimillonarios paguen los suyos (aunque sabemos que nunca lo harán) y, mientras no quieran formar parte de nuestra comunidad política, que nos dejen sencillamente en paz. (Dx)


* Félix Duque. Filosofía de la técnica de la naturaleza. Abada Ed., Madrid, 2019.

** Loc. cit., p. 182.

*** Sobre ese miedo y la incertidumbre que implica la guerra total, indeterminada, tiene el filósofo algunas cosas muy lúcidas que decir en el último capítulo del libro, dedicado al terrorismo de las últimas décadas.

**** Ver, p. ej., El dilema Amancio, de Gerardo Tecé: https://ctxt.es/es/20190522/Firmas/26315/gerardo-tece-amancio-ortega-sanidad-publica-donacion-maria-munoz.htm

***** También en el sentido propuesto recientemente por Sloterdijk, totalmente opuesto al de este texto, y que merecería un próximo QSY dedicado enteramente a él.