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sábado, 4 de octubre de 2025

437. Citar de memoria

 "Y cito de memoria...", sí, hacíamos bromas con eso, entre otras cosas, porque no era fácil citar con precisión. Sí, era cuestión de memoria y de tener los textos más o menos a mano. Internet acabó con eso, con la necesidad de ir a buscar los documentos físicos, y también (empezó a acabar) con la necesidad de recordar, de saber de memoria. Y también introdujo su propia imprecisión (que es más bien la del que busca en la web, cada vez más falto de memoria). La IA es solo un paso más en este camino del olvido individual a favor de una no-memoria colectiva (porque la memoria colectiva es de suyo compartida).

 Se conmemora en estos días el centenario del nacimiento de Manuel Sacristán (1925 - 1985), filósofo español al que respeto mucho, aún desde un desconocimiento relativo (tengo por ahí para leer, cuando pueda ser, su tesis, muy crítica, sobre Heidegger). He leído ahora algunos textos interesantes sobre el filósofo, pero me gustaría traer a este QSY un artículo reciente que recoge la polémica de Sacristán y Gustavo Bueno a finales de los 60 e inicios de los 70 del siglo pasado, Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores (así se titulaba el texto de Sacristán que la inició)*. La discusión sigue siendo hoy pertinente, creo, y el autor del artículo, David Sánchez Piñeiro, destaca que había más acuerdo entre los autores, en realidad, de lo que el tono de la polémica podría sugerir. No es eso, sin embargo, lo que más me interesa de su artículo en este momento, y en el fondo creo que se trata de una discusión demasiado académica (para mí)En este caso, me interesa más lo anecdótico (que en ocasiones resulta esconder algo más sustantivo detrás). Dice Bueno en su respuesta, justificando su demora y explicando algunas dificultades que encontró al redactarla (tomo la cita del artículo de Sánchez Piñeiro) que “ni siquiera he tenido tiempo de consultar los [libros] que tengo en las estanterías más altas, para llegar a las cuales necesito de una escalera que no he tenido a mano”. Citaba de memoria, pues, y además hacía gala de ello, irónicamente (y con cierta mala leche, diríamos, como si su interlocutor no mereciera la molestia de hacerse con una escalera). 

 Una anécdota que hoy resultaría imposible, y no enteramente para bien ni para mal. Esa ambigüedad, quizás, es la que me ha hecho sonreír, con alguna nostalgia de aquellas discusiones en las que tantas veces "citábamos de memoria".

 

 * https://www.nortes.me/2025/09/30/sacristan-versus-bueno-cronica-de-una-polemica-filosofica/

 

 

domingo, 14 de enero de 2024

347. ¿Dónde la política?

 Ya he escrito aquí antes que solo vale la pena dejar registrado en estos QSY (me parece) aquello que me choca (y esta idea nunca deja de evocarme el Anstoβ ‒el golpe, el choquefichteano*) o, dicho en términos más analíticos, quizás, el residuo o sedimento que queda después de leer y pensar, como una especie de razón (ratio) entre "lo esperado y lo vivido" (Cernuda). Me viene ocurriendo, y lo he recogido aquí también con ocasión de algunas lecturas de Morin y Latour, que encuentro cierta superficialidad y trivialidad en lo que leo, cuando no se aborda, en algún momento, al menos, en una perspectiva política (pragmática). No ocurre lo mismo cuando el autor, como es el caso de Riechmann, se inscribe en una tradición marxista**, en la que el pensamiento nunca está separado de la acción (no en un sentido meramente general o teórico, sino en un concreto e imperioso "¿y ahora qué hacemos, y quiénes y cómo?").

He leído recientemente con mucho interés El ser humano como animal, de Markus Gabriel***, un texto que me ha sorprendido, en parte, porque el autor ha elegido un camino en cierto modo paralelo al que yo mismo vengo adoptando desde hace algo más de un año para mi Ánima, animalidad, animalismo. Se trata de un itinerario que lleva desde la ontología de la vida a la pregunta por el animal y lo animal humano, como acceso a (o justificación de) una ontología política (biopolítica, en mi caso). El terreno y los autores principales de referencia son los conocidos (ya se ha desarrollado toda una disciplina académica de animal studies), y el punto de llegada para Gabriel (¿era necesario todo ese rodeo para llegar hasta aquí?) es algo así como una fundamentación del pluralismo liberal y la democracia social en el más puro sentido "occidental". El mejor de los mundos, el jardín de Borrell, en suma. Hay también en el libro una elaborada ética del desconocimiento, basada en todo lo que desconocemos (y aun desconocemos que desconocemos) sobre la vida y el ser humano (como animal), y basada también en una dimensión espiritual del animal humano extrañamente agnóstica (no atea) y que no acabo de ver (prefiero la de Santayana). Aunque en el texto se habla mucho de política, se trata de una política institucional (el espíritu hegeliano) y fantasmal, profesional, donde se intenta mejorar las cosas razonablemente (dentro del jardín) y donde uno se lleva las manos a la cabeza sobre las tragedias del mundo (fuera del jardín), el cambio climático, las guerras neocoloniales (cada vez más, cada vez peores) y los desplazamientos masivos de los parias de la tierra (hacia el jardín). Sea usted consciente, razonablemente ético, persiga el bien, pero no se escandalice ni sufra demasiado, no se vuelva loco y se convierta en un activista, en un extremista que cuestione la tradición (occidental, moderna, ilustrada y capitalista). Y sobre todo, no haga usted nada, que ya lo hacen (o no) las instituciones por usted.

No escribiría esto ahora si no hubiera experimentado algo parecido al comenzar a leer Decir el mal, de Ana Carrasco-Conde****, un ensayo (voy entendiendo) sobre las raíces cotidianas del mal, de los grandes males, entendidos estos desde el más acá, y no desde cualquier forma de más allá metafísico. 

"En la tradición filosófica, los rompecabezas habituales en los que hemos estado inmersos para explicar el mal son tres y los tres deben ser repensados: aquel que sostiene que existe un orden bueno al que se opone el acto calificado como «malo» (Platón, Agustín de Hipona, Schelling); aquel según el cual el orden mismo se basa en una convención de lo que se considera bueno o malo (Sade, Bataille); o el que afirma que el mal es el resultado de un orden estructural que no solo lo produce (Arendt, Adorno), sino que lo normaliza (Segato)." (pp. 10 - 11)

Seguimos sin noticias de Marx (salvo por la referencia a Adorno, que algo promete). Solo estoy comenzando la lectura, y habría hecho bien en esperar un poco, pero de nuevo siento esa misma inquietud, ese choque: ¿dónde está la política (pragmática) como fuente e instrumento del mal (y del bien) y de la posibilidad real de combatirlo? Avanzaré en la lectura y volveré pronto con un nuevo QSY.

 

* Una secuela, entre otras, de mi intensísima (y feliz) dedicación, hace unos treinta años, a estudiar las nociones de vida y animalidad en la Naturphilosophie del idealismo alemán (Kant, Fichte, Schelling y Hegel). 

** La de F. Fernández Buey y M. Sacristán (en sentido próximo-distal).

*** Gabriel M. El ser humano como animal. Por qué no encajamos del todo en la naturaleza. Barcelona: Pasado & Presente, 2023.

**** Carrasco-Conde A. Decir el mal. Comprender no es justificar. Barcelona: Galaxia-Gutenberg, 2021.