Mostrando entradas con la etiqueta Cernuda. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cernuda. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de febrero de 2024

352. Vivir, pensar

 "Cogemos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar."*

Por frases como esta, supongo, me hice, hace ya muchos años ("adolescente fui", dice Cernuda), fan de Camus. Unos años después llegó Sartre y me llevó con él. Después (y también antes) llegaron muchos más, claro, y todo se hizo más incierto, rico e interesante. No sé decir desde cuándo, pero en algún momento ya estaba ahí la costumbre de pensar. Y fue gracias a ella, contra la sutil ironía de Camus, como reconocí aquella otra "costumbre", más profunda y esencial, que tampoco he abandonado nunca, de vivir (no pasivamente, sino lanzado heideggerianamente, podría decirse a la vida).


* Camus A. El mito de Sísifo. Traducción de Esther Benítez. Barcelona: Penguin, Random House, 2023, p. 19.



domingo, 14 de enero de 2024

347. ¿Dónde la política?

 Ya he escrito aquí antes que solo vale la pena dejar registrado en estos QSY (me parece) aquello que me choca (y esta idea nunca deja de evocarme el Anstoβ ‒el golpe, el choquefichteano*) o, dicho en términos más analíticos, quizás, el residuo o sedimento que queda después de leer y pensar, como una especie de razón (ratio) entre "lo esperado y lo vivido" (Cernuda). Me viene ocurriendo, y lo he recogido aquí también con ocasión de algunas lecturas de Morin y Latour, que encuentro cierta superficialidad y trivialidad en lo que leo, cuando no se aborda, en algún momento, al menos, en una perspectiva política (pragmática). No ocurre lo mismo cuando el autor, como es el caso de Riechmann, se inscribe en una tradición marxista**, en la que el pensamiento nunca está separado de la acción (no en un sentido meramente general o teórico, sino en un concreto e imperioso "¿y ahora qué hacemos, y quiénes y cómo?").

He leído recientemente con mucho interés El ser humano como animal, de Markus Gabriel***, un texto que me ha sorprendido, en parte, porque el autor ha elegido un camino en cierto modo paralelo al que yo mismo vengo adoptando desde hace algo más de un año para mi Ánima, animalidad, animalismo. Se trata de un itinerario que lleva desde la ontología de la vida a la pregunta por el animal y lo animal humano, como acceso a (o justificación de) una ontología política (biopolítica, en mi caso). El terreno y los autores principales de referencia son los conocidos (ya se ha desarrollado toda una disciplina académica de animal studies), y el punto de llegada para Gabriel (¿era necesario todo ese rodeo para llegar hasta aquí?) es algo así como una fundamentación del pluralismo liberal y la democracia social en el más puro sentido "occidental". El mejor de los mundos, el jardín de Borrell, en suma. Hay también en el libro una elaborada ética del desconocimiento, basada en todo lo que desconocemos (y aun desconocemos que desconocemos) sobre la vida y el ser humano (como animal), y basada también en una dimensión espiritual del animal humano extrañamente agnóstica (no atea) y que no acabo de ver (prefiero la de Santayana). Aunque en el texto se habla mucho de política, se trata de una política institucional (el espíritu hegeliano) y fantasmal, profesional, donde se intenta mejorar las cosas razonablemente (dentro del jardín) y donde uno se lleva las manos a la cabeza sobre las tragedias del mundo (fuera del jardín), el cambio climático, las guerras neocoloniales (cada vez más, cada vez peores) y los desplazamientos masivos de los parias de la tierra (hacia el jardín). Sea usted consciente, razonablemente ético, persiga el bien, pero no se escandalice ni sufra demasiado, no se vuelva loco y se convierta en un activista, en un extremista que cuestione la tradición (occidental, moderna, ilustrada y capitalista). Y sobre todo, no haga usted nada, que ya lo hacen (o no) las instituciones por usted.

No escribiría esto ahora si no hubiera experimentado algo parecido al comenzar a leer Decir el mal, de Ana Carrasco-Conde****, un ensayo (voy entendiendo) sobre las raíces cotidianas del mal, de los grandes males, entendidos estos desde el más acá, y no desde cualquier forma de más allá metafísico. 

"En la tradición filosófica, los rompecabezas habituales en los que hemos estado inmersos para explicar el mal son tres y los tres deben ser repensados: aquel que sostiene que existe un orden bueno al que se opone el acto calificado como «malo» (Platón, Agustín de Hipona, Schelling); aquel según el cual el orden mismo se basa en una convención de lo que se considera bueno o malo (Sade, Bataille); o el que afirma que el mal es el resultado de un orden estructural que no solo lo produce (Arendt, Adorno), sino que lo normaliza (Segato)." (pp. 10 - 11)

Seguimos sin noticias de Marx (salvo por la referencia a Adorno, que algo promete). Solo estoy comenzando la lectura, y habría hecho bien en esperar un poco, pero de nuevo siento esa misma inquietud, ese choque: ¿dónde está la política (pragmática) como fuente e instrumento del mal (y del bien) y de la posibilidad real de combatirlo? Avanzaré en la lectura y volveré pronto con un nuevo QSY.

 

* Una secuela, entre otras, de mi intensísima (y feliz) dedicación, hace unos treinta años, a estudiar las nociones de vida y animalidad en la Naturphilosophie del idealismo alemán (Kant, Fichte, Schelling y Hegel). 

** La de F. Fernández Buey y M. Sacristán (en sentido próximo-distal).

*** Gabriel M. El ser humano como animal. Por qué no encajamos del todo en la naturaleza. Barcelona: Pasado & Presente, 2023.

**** Carrasco-Conde A. Decir el mal. Comprender no es justificar. Barcelona: Galaxia-Gutenberg, 2021.


lunes, 21 de agosto de 2023

332. Kallifatides o el Libro de buen amor (contiene spoiler)

 Espero no acostumbrarme mucho a esto de comentar las novelas cuando uno aún las tiene a medias, aunque no deja de ser un ejercicio estimulante que permite evaluar la continuidad de la propia lectura, y el juego literario entre lo esperado y, como diría Cernuda, lo vivido. En el caso de esta última de Kallifatides, el autor sabe mantenernos expectantes hasta el final (y, entiendo que es también lo que se propuso, en cierto modo militantes, partidistas). ¿De qué? Que cada uno/a haga su propia lectura y verá. Quiero entender el texto, en conjunto, como una fábula, donde la referencia continua a Aristóteles y su Poética (Christo, el protagonista, y su catarsis), no impide alguna que otra vulneración del principio de verosimilitud recomendado por el Estagirita. Por eso y por las sentencias o frases algo lapidarias que proliferan en el texto (a quién no le mordió Sartre, como a Iris Murdoch) en torno al amor, que sabemos ("quien lo probó lo sabe") o intuimos (¿afortunadamente?) como verdades eternas. Una espléndida fábula que acaba ¿bien?



miércoles, 3 de agosto de 2022

270. Eugénio de Andrade, poesía y prosa

 Creo que tengo dicho por aquí en algún sitio lo mucho que me suele gustar la prosa de los poetas, la que ellos escriben (la lista es infinita, Goethe, Poe, Shelley, Pessoa, Gide, Auden, JRJ, Machado, por recordar ahora rápidamente solo a algunos), y también, de vez en cuando, la que los críticos y comentaristas escriben sobre ellos. Siempre es una grata sorpresa encontrar textos de este último grupo que estén a la altura del placer que produce la lectura de los autores de referencia. El último ha sido el prefácio de José Tolentino Mendonça a la Poesia (sin tilde) de Eugénio de Andrade (Assírio & Alvim: Porto, 2021). Fue en Oporto, precisamente, donde compré el libro hace unas semanas, después de un memorable (y pequeño, como el país, según se repité allí tópicamente) encuentro entre neuropatólogos portugueses y españoles.

Dice cosas como estas Tolentino en su presentación:

"Sobretudo, não consentia em distrair-se da responsabilidade que é viver diante das coisas tão elementares como a luz da manhá, os goivos que florescem, o branco da página, o silente grito das vítimas ou o olhar do seu gato."

Sí, así se escribe de un poeta de la sensibilidad y nítida expresión de Eugénio de Andrade, que recuerda a Cernuda y en algo también a Claudio Rodríguez.  

Y también, más adelante, cuenta esto sobre cierta prosa del poeta:

"Foi, do princípio ao fim, desconcertante como um adolescente insolente e límpido. Ouvi Álvaro Siza contar uma historia passada em 74, que o demostra bem. Andava um grupo de alunos de Belas-Artes a pintar um mural quando viram aproximar-se Eugénio de Andrade que, nessa altura, no Porto, era já um mito. Vencendo o obstáculo da reverência que sentiam, dirigiram-se a ele perguntando-lhe se nâo queria deixar nada escrito no mural. Esperavam, naturalmente, um verso, uma dessas palavras que só um poeta pudesse grafar. Eugénio assentiu, pegou no pincel e escreveu:«abaixo o fascismo»."

Solo en eso se equivoca el comentarista: nada desconcertante.



miércoles, 8 de abril de 2020

148. Cernuda en primavera

"Verdor nuevo los espinos
Tienen ya por la colina,
Toda de púrpura y nieve
En el aire estremecida.

Cuántos ciclos florecidos
Les has visto; aunque a la cita
Ellos serán siempre fieles,
Tú no lo serás un día.

Antes que la sombra caiga,
Aprende cómo es la dicha
Ante los espinos blancos
Y rojos en flor. Ve. Mira."

                         Los espinos, Como quien espera el alba.


martes, 24 de marzo de 2020

143. Shelley en Mad Men

Si resulta tan simpática la serie Mad Men, a pesar de la evidente zafiedad de algunos de sus protagonistas masculinos, será seguramente por esas mujeres vivas e inteligentes que los soportan, mientras persiguen, en ocasiones trágicamente, su propio destino personal. Muchas de las cosas que vemos parecen ya anacrónicas en su contexto histórico narrativo (E.E.U.U., años 1960s y un grupo característico de businessmen -publicistas- exigiendo violentamente su parte del lote -dinero, poder, mujeres), mientras asoma algún que otro rayo de luz que anuncia el 68.

Los episodios están llenos de éxitos y fracasos, personales y colectivos, siempre personales en último término. En la quinta temporada de la serie (episodio 9), después de uno de esos éxitos, uno de los "creativos", cuyo trabajo ha resultado clave para obtener un contrato, le dice a los demás:

"Look on my works... and despair!"

Uno de ellos, un judio listo, ambicioso y algo genioide*, le responde: "se ve que no conoces el resto de los versos."

No se cita al autor del poema, Shelley, seguramente porque es un verso de sobra conocido por la audiencia anglosajona de la serie**. Lo busco y lo encuentro (en la web), y encuentro también, claro, el sentido de ese brevísimo diálogo. El verso pertenece a un soneto publicado por Shelley en enero de 1818, uno de sus poemas más conocidos, Ozymandias.

"I met a traveller from an antique land"
("Conocí a un viajero de un antiguo país"***)

El viajero habla de unas ruinas que vio en medio del desierto, las de Ramsés II (Ozymandias en su transliteración griega), y de la inscripción que leyó en su pedestal:

"My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!"
("Me llamo Ozimandias, rey de reyes.
Contempla mis obras, tú, poderoso y desespera.")

Por un lado el pedestal, el poder y la soberbia, y por otro las ruinas esparcidas que conservan "su frío gesto de dominio y desprecio", pero ruinas al fin. Así concluye el poema con el último terceto que el otro "creativo" sí recordaba:

"Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreek, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away."
("Nada permanece. Alrededor de la decadencia
de esta inmensa ruina, ilimitada y desnuda
se extiende lejana la arena solitaria.")

No es ese poder (que Shelley conocía bien) el que permanece, sino este otro que hoy vemos que lucha para salvar la vida de millones de personas.



* Creo que debo a Eloy Terrón el uso de este término tan descriptivo que, sin embargo, no reconoce el DRAE ni la Fundéu.

** Es interesante explorar en cada mundo cultural qué cosas pueden darse por sabidas, y para ello son muy útiles la poesía y la música (o ambas en combinación). En nuestras conversaciones (España, s. XXI) aparecen sin darnos cuenta versos del Romancero, de Calderón, Lope, Bécquer, Espronceda, Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Cernuda, entre otros muchos; y siempre me ha fascinado (como en esta ocasión) escuchar a nativos británicos o norteamericanos medio-decir (como hacemos nosotros) versos que a mí me ha costado mucho trabajo conocer (Shakespeare, los románticos ingleses, algunos poetas norteamericanos de los siglos XIX y XX). Lo mismo ocurre, naturalmente, con la poesía francesa, italiana, portuguesa o alemana (etc.), por decir lo más cercano culturalmente, y los ciudadanos que la aprenden como parte de su cultura nacional.

*** En esta ocasión, me convence la traducción de Ángel Rupérez en Lírica inglesa del siglo XIX. Edición bilingüe de Ángel Rupérez. Homo Legens. Madrid, 2007.



sábado, 29 de febrero de 2020

138. Almayer y su locura

Kasper Almayer, el personaje de Conrad (Almayer's folly, La locura de Almayer) es un héroe trágico de la memoria personal. El único occidental ("hombre blanco") en la costa este de Borneo, fue allí en busca de fortuna y, abandonado por su compañía, acabó creando un precario emporio comercial, lleno de trampas y engaños, en un complejo equilibrio de poder entre malayos, árabes y el ejército colonial holandés. Tuvo una hija, Nina, con una mujer malaya, y despues de veinte años en Borneo, decidió dedicar el resto de su vida a crear una última fortuna que le permitiera volver con Nina a Europa como un comerciante rico de ultramar. No contaba, sin embargo, con que Nina se enamoraría de uno de sus socios comerciales, el hijo del rajá de Bali, y que acabaría huyendo con él. Sintiéndose traicionado y en el extremo de la desesperación, Almayer se propuso entonces, y esa fue la última de sus locuras, olvidarla del todo, absoluta, radical, originariamente. Empezó -y es imposible no ver esa escena con la claridad cinematográfica que tantas veces se ha atribuido a los textos de Conrad (aunque sus novelas no se vean realmente como películas, creo, sino propiamente como novelas*)- empezó, digo, borrando cuidadosamente, una a una, las huellas que Nina había dejado en la arena de la playa cuando embarcó junto a su amante. Después destruyó todo lo que pudiera recordarle a su hija, enmudeció y quedó reducido a una vida latente cuyo único objetivo era olvidar la existencia de Nina. Finalmente, solo el opio y su propia muerte le permitieron cumplir su trágico destino. "Allá, allá lejos;/ donde habite el olvido","ojala que tu nombre se le olvide a esa voz", ¿habrá mayor tragedia humana que querer olvidar aquello que más se resiste al olvido?


* Hay una película basada en esta historia (https://www.imdb.com/title/tt1532530/), como hay tantas películas que han recreado y aun reinterpretado (p. ej., Apocalypse now) las grandes historias de Conrad. No la he visto (todavía), pero no necesito ver en una pantalla la escena de las huellas para comprender (que también es, en cierto sentido, ver, noéticamente) su hondo y pleno significado, que solo la palabra puede transmitir (dicho sea esto último como un mínimo homenaje a Emilio Lledó).


miércoles, 1 de enero de 2020

123. José Hierro

Iba en busca de un soneto para añadir a la colección (ver QSY de 03/04/2019) y encontré (de momento) este bonito (y claro) texto en la Introducción del poeta*.

"El soneto existe -ya lo sabemos de sobra- porque Andrea Navagiero le contó el truco a Boscán y éste a Garcilaso. El bueno del Marqués de Santillana estuvo a punto de frustrar el invento con sus espantosos cuarenta y dos sonetos fechos (eso creía él desde su sordera para el endecasílabo) al itálico modo. Eran como el  artilugio volador de alas de pájaro de Leonardo, comparado con los de alas inmóviles de Bleriot y Compañía. Dios le perdone por su buena voluntad. Después de Garcilaso, todo ha sido fácil, Dios le premie por su delicadísimo oído."

La técnica del arte, oculta y transparente en el soneto, que sostiene el texto eminente en alto, como indica Gadamer (aquí la asociación no es nada gratuita).

Disfruto muy especialmente de la prosa (no sin técnica) de los poetas (JRJ, Machado, Salinas, Cernuda, Lorca, Ángel González... y Shelley, Gide, Pessoa, Char, Auden, y tantos otros**).

* José Hierro. Sonetos. Madrid: Ayto. de S. Sebastián de los Reyes, 1999.

** No querría liarme, pero en otro plano, algo inclinado con respecto a este, habría que situar a los escritores de (más o menos abundante) prosa que además son poetas, y muchas veces enormes (por decir algunos a salto de mata, Goethe, Víctor Hugo, Hardy, Unamuno, Poe, Borges, Hesse, Günther Grass, Handke,... y amplíese -si procede- esta lista y la anterior de acuerdo con la experiencia y las preferencias de cada cual).



domingo, 20 de octubre de 2019

103. Luis Cernuda

(...)

"No digas que no esperabas
Todo ello en el principio,
Y acepta, como si iguales,
Lo esperado y lo vivido."

                Para estar contigo, La Realidad y el Deseo.


sábado, 16 de marzo de 2019

44. Mozart


Un hombre toca el clarinete sobre una grabación a unos metros de mí, en la puerta de “El Corte Inglés”. Espero a M. en medio del tráfago propio de este sitio. Creo que es el concierto de Mozart. No suena muy bien, pero esa música se impone inmediatamente de forma natural sobre todo lo demás, lo enmarca y lo colorea, lo dramatiza. De alguna forma, que es sobre todo evocadora, matiza y modula las figuras que pasan, caras, expresiones, personas, grupos, y las breves historias que brotan de ellas.

 "Voz más divina que otra alguna, humana
Al mismo tiempo, podemos siempre oírla,
Dejarla que despierte sueños idos,
Del ser que fuimos y al vivir matamos.
                                                               Luis Cernuda, Mozart
(De Huellas, 2012)



sábado, 2 de junio de 2018

18. Ducha o bici

Cuando era joven, o muy joven, tenía la costumbre de dar largos paseos solitarios, con frecuencia por el barrio de El Viso, no lejos de mi casa, que me ayudaban, como suele decirse, a aclararme las ideas. Ahora ya no lo hago, ya no soy tan solitario, prefiero leer a Rousseau que practicarlo, y del soliloquio de Cernuda me quedo con todo menos con la soledad. Sin embargo, esa misma impresión de dejar que las ideas fluyan libremente, como en busca de algo que a veces encuentran, sin que uno sepa bien por qué, la experimento con cierta frecuencia mientras me ducho, con o sin música, y cuando monto en bici. En la ducha, uno cierra los ojos, como en el poema de Emilio Prados ("Cerré mi puerta al mundo...") y por unos momentos el mundo se hace íntimo, cálido y acogedor, y se encuentra uno pensando en mil cosas casi sin darse cuenta. En bicicleta, el ritmo del movimiento físico, la velocidad, el mundo que uno ve pasar, adquieren unas dimensiones igualmente agradables, humanas, y la reflexión se activa y fluye por caminos inesperados.

Por si tuviera algún sentido a lo largo del tiempo, en este blog indicaré las notas cuyas ideas de origen hayan surgido en la ducha (Dx) o en la bici (Bx). Esta que aquí termina, por cierto, es Dx.