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sábado, 28 de septiembre de 2019

91. Incomprensión

Nos hemos reunido como jurado para decidir, fallar, un premio que todos los años se concede (lo hace generosamente una fundación) a la mejor tesis en una determinada disciplina científica. Estamos cenando, después de la reunión, en un restaurante elegante y, cómo no, la conversación tarda poco en internarse por parajes políticos. Se trata de un grupo de varones (sí, así es) muy competentes en su profesión, algunos ya jubilados, formados y cultos. Cada uno da su opinión sobre la situación política del país y las próximas elecciones generales. Como podría esperarse, el marco, la estructura y los límites del discurso (lógos) común (aquello que nos indica que todos estamos hablando de lo mismo) viene dado previamente (para mi desesperación o, al menos, decepción) por los medios de comunicación: todo aquello que se repite indefinidamente con machaconería publicitaria. 

Empiezo a notar esa sensación ya familiar de no-pertenencia ("nosaltres no som d'eixe món"), o de pertenenecia, más bien, a ese ámbito definido/indefinido y uno/múltiple que venimos llamando "izquierda". Suelo hablar (mucho) de política con amigos y familiares, en un contexto compartido, y lleno de matices y eternas, también tópicas, discusiones, de comprensión (sobre cómo funciona el mundo humano), compasión (por las injusticias, las desigualdades y el sufrimiento que generan) y esperanza (en la posibilidad de un mundo diferente, mejor). Sin embargo, cuando me veo envuelto en este otro tipo de conversaciones (in partibus infidelium) me produce una mezcla de curiosidad y melancolía la profunda y esencial incomprensión mutua que generan las discusiones políticas "irreductibles". ¿Cómo puede este hombre repetir ese argumento ramplón o cínico, o ese dato manifiestamente erróneo, oído mil veces en las televisiones corporativas, solo porque le permite justificar sin más una opinión previa, claramente ideológica? ¿Cómo podemos llegar a ser tan diferentes, tan profunda y mutuamente incomprensibles? ¿Qué formas de vida, qué itinerarios vitales, qué intereses, hay detrás de posiciones políticas, y, en consecuencia, morales, tan esencialmente diferentes? 

La diferencia, nos enseñan los filósofos desde hace miles de años, es fuente de conocimiento. Me consuela pensar que esos momentos de perplejidad e incomprensión sobre lo que (me) dicen algunos congéneres durante discusiones políticas tan "extremas" puede dar lugar a alguna que otra reflexión de ontología política. ¿De qué están/estamos hechos cuando hablamos/hablan así? ¿Y cómo hemos llegado unos y otros hasta aquí (o allí)? ¿Cómo es posible que funcione una sociedad cruzada de abismos tan profundos? (Dx)

Coda: Alguna respuesta a estas preguntas o, de nuevo, algún consuelo, puede haber en el modo en que se desarrolló la reunión previa para la concesión del premio. Algo de discusión, sí, pero en un contexto enteramente racional y respetuoso con todos los participantes, tanto los candidatos como los miembros del jurado, y con argumentos basados en la evidencia de los textos que teníamos delante. Hay que darle la razón a Husserl, cuando sugería que la comunidad de los científicos es el mejor modelo de discusión y consenso entre personas*.


* Esto está muy bien explicado en el último capítulo, Cultura fáctica y cultura auténtica (p. 277 y ss.), del libro de Javier San Martín, Teoría de la Cultura, Ed. Síntesis, Madrid, 1999.


(Escuchando Boucan d'enfer, de Renaud.)