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lunes, 21 de agosto de 2023

332. Kallifatides o el Libro de buen amor (contiene spoiler)

 Espero no acostumbrarme mucho a esto de comentar las novelas cuando uno aún las tiene a medias, aunque no deja de ser un ejercicio estimulante que permite evaluar la continuidad de la propia lectura, y el juego literario entre lo esperado y, como diría Cernuda, lo vivido. En el caso de esta última de Kallifatides, el autor sabe mantenernos expectantes hasta el final (y, entiendo que es también lo que se propuso, en cierto modo militantes, partidistas). ¿De qué? Que cada uno/a haga su propia lectura y verá. Quiero entender el texto, en conjunto, como una fábula, donde la referencia continua a Aristóteles y su Poética (Christo, el protagonista, y su catarsis), no impide alguna que otra vulneración del principio de verosimilitud recomendado por el Estagirita. Por eso y por las sentencias o frases algo lapidarias que proliferan en el texto (a quién no le mordió Sartre, como a Iris Murdoch) en torno al amor, que sabemos ("quien lo probó lo sabe") o intuimos (¿afortunadamente?) como verdades eternas. Una espléndida fábula que acaba ¿bien?



viernes, 28 de julio de 2023

321. El sueño de una noche de verano (1)

Venimos hablando últimamente de felicidad y de amistad, nociones muy aristotélicas y estrechamente vinculadas. Y de su fragilidad. Por aquí también cayó un rayo hace tiempo. Uno entre unos cuantos, y de los peores. Cuando nos recuperamos del primer golpe (¿se recupera uno alguna vez del todo?), recordé en Huellas tres textos que había estado rumiando durante aquellos meses. Uno de ellos era una sentencia de Epicuro y otro un poema de Emilio Prados. Habrá ocasión de volver sobre ellos, quizás. El tercero, un soneto de Lope, habla de la amistad y del miedo a perderla.

 "Yo digo siempre, y lo diré, y lo digo,
que es la amistad el bien mayor humano,
más ¿qué español, qué griego, qué romano
nos ha de dar este perfecto amigo?
Alabo, reverencio, amo, bendigo
aquel a quien el cielo soberano
dio un amigo perfeto, y no es en vano,
que fue, confieso, liberal conmigo.
Tener un grande amigo y obligalle
es el último bien, y por querelle, 
el alma, el bien y el mal comunicalle;
mas yo quiero vivir sin conocelle;
que no quiero la gloria de ganalle
por no tener el miedo de perdelle."

 


lunes, 20 de julio de 2020

170. Tres sonetos

Entre los Sonetos de Antero de Quental encuentro uno espléndido, Ideal, que me hace volar hacia otros poemas recordados, también sonetos. Los convoco aquí en silencioso diálogo. Dice el primer cuarteto:

"Aquela que eu adoro não é feita
De lírios nem de rosas purpurinas,
Não tem as formas lânguidas, divinas,
Da antiga Venus de cintura estreita..."

¿Cómo no pensar inmediatamente en el Soneto 130 de Shakespeare? Aquí también el primer cuarteto:

"My mistress' eyes are nothing like the sun;
Coral is far more red than her lips' red;
If snow be white, why then her breasts are dun;
If hairs be wires, black wires grow on her head.
(...)"

A muchos nos gustaría convertirnos en traductores de estos versos, dice Luis Antonio de Villena de los 154 Sonetos: "Maravillosos sonetos. Yo creo que por eso son tantos los lectores que se quieren convertir en traductores de este conjunto hermoso."* Sin embargo, esta vez no lo intentaré. Creo que ese primer verso, dulcemente cantado por Sting, se me acabaría resistiendo. Cuando se quiera hablar de lo intraducible en poesía, aquí hay un buen ejemplo. Basta con revisar las traducciones que uno encuentra en la web para darse cuenta de ello, a veces con dolor (neurálgico). De Villena tiene razón, son infinitas. 

Si están aquí los poetas ironizando sobre la belleza ideal en sus respectivas épocas y las correspondientes manifestaciones poéticas hiperbólicas más o menos convencionales, como sugieren algunos críticos**, o si están (o en qué medida, también) hablando efectivamente de su dama, podemos juzgarlo con motivo de este otro soneto de este otro (quizá el más) grande:

"Celebró de Amarilis la hermosura
Virgilio en su bucólica divina,
Propercio de su Cintia, y de Corina
Ovidio en oro, en rosa, en nieve pura;

Catulo de su Lesbia la escultura
a la inmortalidad pórfido inclina;
Petrarca por el mundo, peregrina,
constituyó de Laura la figura;

yo, pues Amor me manda que presuma
de la humilde prisión de tus cabellos,
poeta montañés, con ruda pluma,

Juana, celebraré tus ojos bellos:
que vale más de tu jabón la espuma
que todas ellas, y que todos ellos."

(Propone lo que ha de cantar en fe de los méritos del sujeto. Rimas de Tomé de Burguillos. Lope de Vega.) 


* http://luisantoniodevillena.es/web/articulos/los-sonetos-de-shakespeare/

** Así lo indica, p. ej., John Kerrigan en su comentario al Soneto 130 en la edición de Penguin de 1986.



martes, 24 de marzo de 2020

143. Shelley en Mad Men

Si resulta tan simpática la serie Mad Men, a pesar de la evidente zafiedad de algunos de sus protagonistas masculinos, será seguramente por esas mujeres vivas e inteligentes que los soportan, mientras persiguen, en ocasiones trágicamente, su propio destino personal. Muchas de las cosas que vemos parecen ya anacrónicas en su contexto histórico narrativo (E.E.U.U., años 1960s y un grupo característico de businessmen -publicistas- exigiendo violentamente su parte del lote -dinero, poder, mujeres), mientras asoma algún que otro rayo de luz que anuncia el 68.

Los episodios están llenos de éxitos y fracasos, personales y colectivos, siempre personales en último término. En la quinta temporada de la serie (episodio 9), después de uno de esos éxitos, uno de los "creativos", cuyo trabajo ha resultado clave para obtener un contrato, le dice a los demás:

"Look on my works... and despair!"

Uno de ellos, un judio listo, ambicioso y algo genioide*, le responde: "se ve que no conoces el resto de los versos."

No se cita al autor del poema, Shelley, seguramente porque es un verso de sobra conocido por la audiencia anglosajona de la serie**. Lo busco y lo encuentro (en la web), y encuentro también, claro, el sentido de ese brevísimo diálogo. El verso pertenece a un soneto publicado por Shelley en enero de 1818, uno de sus poemas más conocidos, Ozymandias.

"I met a traveller from an antique land"
("Conocí a un viajero de un antiguo país"***)

El viajero habla de unas ruinas que vio en medio del desierto, las de Ramsés II (Ozymandias en su transliteración griega), y de la inscripción que leyó en su pedestal:

"My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!"
("Me llamo Ozimandias, rey de reyes.
Contempla mis obras, tú, poderoso y desespera.")

Por un lado el pedestal, el poder y la soberbia, y por otro las ruinas esparcidas que conservan "su frío gesto de dominio y desprecio", pero ruinas al fin. Así concluye el poema con el último terceto que el otro "creativo" sí recordaba:

"Nothing beside remains. Round the decay
Of that colossal wreek, boundless and bare
The lone and level sands stretch far away."
("Nada permanece. Alrededor de la decadencia
de esta inmensa ruina, ilimitada y desnuda
se extiende lejana la arena solitaria.")

No es ese poder (que Shelley conocía bien) el que permanece, sino este otro que hoy vemos que lucha para salvar la vida de millones de personas.



* Creo que debo a Eloy Terrón el uso de este término tan descriptivo que, sin embargo, no reconoce el DRAE ni la Fundéu.

** Es interesante explorar en cada mundo cultural qué cosas pueden darse por sabidas, y para ello son muy útiles la poesía y la música (o ambas en combinación). En nuestras conversaciones (España, s. XXI) aparecen sin darnos cuenta versos del Romancero, de Calderón, Lope, Bécquer, Espronceda, Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Cernuda, entre otros muchos; y siempre me ha fascinado (como en esta ocasión) escuchar a nativos británicos o norteamericanos medio-decir (como hacemos nosotros) versos que a mí me ha costado mucho trabajo conocer (Shakespeare, los románticos ingleses, algunos poetas norteamericanos de los siglos XIX y XX). Lo mismo ocurre, naturalmente, con la poesía francesa, italiana, portuguesa o alemana (etc.), por decir lo más cercano culturalmente, y los ciudadanos que la aprenden como parte de su cultura nacional.

*** En esta ocasión, me convence la traducción de Ángel Rupérez en Lírica inglesa del siglo XIX. Edición bilingüe de Ángel Rupérez. Homo Legens. Madrid, 2007.



jueves, 22 de agosto de 2019

76. McEwan & Conrad

Con la publicación, hace unas semanas, del texto de una conferencia reciente en Sicilia, nos ha ofrecido Ian McEwan una amable e inteligente lectura de verano*. El artículo habla del amor y el deseo en la literatura, tan predominante solo como deseo (sexual), según el autor, con unas buenas dosis de antropología y neuroquímica y, en consecuencia, de sana y divertida ironía. 

Comencé a leer el artículo, como me ocurre muchas veces, imaginando el camino que tomaría el autor y, por algún motivo (el sedimento de mis propias lecturas, también de McEwan, supongo), pensé que del efecto del deseo agudo (cumplido o no) en la literatura, el autor iba a a pasar al de sus secuelas crónicas (por no abandonar la terminología clínica del propio McEwan). No, no iban por ahí los tiros, y aunque el novelista se aproxima un momento a ese ámbito, anunciado en las novelas de los ss. XVIII y XIX por “el sonido de las campanas de la iglesia” (evocando para ello nada menos que a Jane Austen), pronto se aleja de este territorio oscuro, sórdido y patriarcal. 

En mis anotaciones mentales al margen del texto, desde nuestro Siglo de Oro literario (el de mi L1), eché de menos, entre las referencias, en el campo del deseo agudo, en dos extremos opuestos, naturalmente a don Quijote** (el amor más imposible de la historia de la literatura, si es que esta expresión tiene sentido), y el espléndido manifiesto fáctico del soneto de Lope: “esto es amor, quien lo probó lo sabe.” En cuanto a la expresión del amor/deseo a largo plazo (“amor para vivir”, canta Pablo Milanés), creo que hay mucho que decir en torno al binomio griego éros/philía, y a su elaboración por Platón (sobre todo eros, amor-deseo, sublimado), y por Aristóteles (sobre todo, pero no solo**, philía, amor-amistad). McEwan se pregunta por el impacto que tendrán sobre la literatura (la gran literatura, se entiende) los cambios radicales (para mejor) que se han dado, en las últimas generaciones, en los hábitos y valores que intervienen (roles, si se quiere) en el deseo y el amor. En el amor agudo, y sobre todo en el otro (añado yo).

Unos días después de leer el artículo de McEwan terminé Romance, una de las novelas que Joseph Conrad escribió conjuntamente con su amigo-socio Ford Madox Ford. No es la mejor novela de Conrad (de hecho, J. Stape, su sobrio y poco entusiasta biógrafo, dice que es la peor***), quizá porque en ella se dan algunas situaciones inverosímiles (y truculentas) que se resuelven también de forma inverosímil. Sin embargo, me parece que el mejor estilo de Conrad brilla en su párrafo final. John Kemp, en primera persona, habla de la vida en común con Seraphina, mucho tiempo después de que “sonaran las campanas” para la sufrida (en grado extremo) pareja protagonista. 

“And, looking back, we see Romance -that subtle thing that is mirage- that is life. It is the goodness of the years we have lived through, of the old time when we did this or that, when we dwelt here or there. Looking back, it seems a wonderful enough thing that I who am this, and she who is that, commencing so far away a life that, after such sufferings borne together and apart, ended so tranquilly there in a world so stable - that she and I should have passed through so much, good chance and evil chance, sad hours and joyful, all lived down and swept away into the little heap of dust that is life. That, too, is Romance!”****

De ese otro amor lento y largo, de esa otra fase, parece que Kemp-Conrad nos quiere decir, también, “quien lo probó lo sabe”. La biografía de Stape nos ofrece algún indicio.


* https://elpais.com/cultura/2019/08/08/babelia/1565281328_525926.html

** Siguiendo a Harold Bloom (Hamlet), aquí considerado como algo más que un personaje literario.

** El uso del término eroménon (lo que amamos, ansiamos, deseamos) en De partibus animalium I IV 644b 34, otro hallazgo feliz del Corpus, merecería, por sí mismo, todo un ensayo, o al menos un QSY.

*** Stape, J. Las vidas de Joseph Conrad. Ed. Lumen, 2007.

**** Como, de vacaciones, no tengo a mano ninguna traducción del texto, aventuraré aquí mi propia traducción al castellano. “Y, mirando atrás, vemos el Romance -esa cosa sutil que es espejismo- que es la vida. Es la benignidad de los años que hemos recorrido, de aquellos tiempos en que hicimos esto o aquello, cuando estuvimos por aquí o por allí. Mirando atrás, ya parece algo bastante maravilloso que yo, tal como soy, y ella, tal como es, comenzando en tiempos tan lejanos una vida que, después de tantos sufrimientos soportados juntos y por separado, terminó de un modo tan tranquilo en un mundo tan estable -que ella y yo hayamos pasado por tantas cosas, buenas y malas ocasiones, horas tristes y alegres, todas ellas olvidadas y barridas para formar ese pequeño montón de polvo que es la vida. ¡Eso también es Romance!” Nota a la traducción (la cursiva es mía): no hay equivalente exacto de romance en castellano, y en el significado del término inglés hay una connotación de aventura y de historia antigua, heroica o exótica, inusual, como, por ejemplo, se recoge en la clasificación de algunas obras tardías de Shakespeare (La tempestad y El cuento de invierno, entre otros) como romances. Hay una aproximación en el adjetivo romancesco (lo característico de la novela). En la novela de Conrad-Madox, el protagonista busca una vida excepcional y estimulante de aventuras y peligros.