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miércoles, 1 de enero de 2020

123. José Hierro

Iba en busca de un soneto para añadir a la colección (ver QSY de 03/04/2019) y encontré (de momento) este bonito (y claro) texto en la Introducción del poeta*.

"El soneto existe -ya lo sabemos de sobra- porque Andrea Navagiero le contó el truco a Boscán y éste a Garcilaso. El bueno del Marqués de Santillana estuvo a punto de frustrar el invento con sus espantosos cuarenta y dos sonetos fechos (eso creía él desde su sordera para el endecasílabo) al itálico modo. Eran como el  artilugio volador de alas de pájaro de Leonardo, comparado con los de alas inmóviles de Bleriot y Compañía. Dios le perdone por su buena voluntad. Después de Garcilaso, todo ha sido fácil, Dios le premie por su delicadísimo oído."

La técnica del arte, oculta y transparente en el soneto, que sostiene el texto eminente en alto, como indica Gadamer (aquí la asociación no es nada gratuita).

Disfruto muy especialmente de la prosa (no sin técnica) de los poetas (JRJ, Machado, Salinas, Cernuda, Lorca, Ángel González... y Shelley, Gide, Pessoa, Char, Auden, y tantos otros**).

* José Hierro. Sonetos. Madrid: Ayto. de S. Sebastián de los Reyes, 1999.

** No querría liarme, pero en otro plano, algo inclinado con respecto a este, habría que situar a los escritores de (más o menos abundante) prosa que además son poetas, y muchas veces enormes (por decir algunos a salto de mata, Goethe, Víctor Hugo, Hardy, Unamuno, Poe, Borges, Hesse, Günther Grass, Handke,... y amplíese -si procede- esta lista y la anterior de acuerdo con la experiencia y las preferencias de cada cual).



lunes, 11 de febrero de 2019

40. Leer, vivir


Hay algo magnético y perfecto en las narraciones de esos inmensos escritores-viajeros (Melville, Conrad… también Cervantes), que pertenece a la más pura esencia de las historias contadas sobre las cosas humanas. Es como si hubieran visto clara y definitivamente dentro de la naturaleza (existencia) humana, y nos condujeran narrativamente por ese espacio real y mítico, transparente. Sea como sea, o como uno sea capaz de expresarlo pobremente, hay momentos de máxima lucidez narrativa (lectora, mejor) en que nos sentimos perfectamente incorporados (en cierto modo con el narrador, pero también con los personajes) a una historia contada. Me ocurre ahora releyendo Nostromo, de nuevo una historia perfecta y perfectamente contada. Hay otras ocasiones, como en el Jude de Hardy, en que esa sensación es aún más intensa, y llega a doler (también en Tess). Pero eso tiene que ver más con la naturaleza de la historia y de los personajes. Conrad nos protege un poco de eso (también Melville); y me admira aun más que sea capaz de relatar cosas tan humanamente terribles poniéndonos a salvo del ¿sentimentalismo? (y no digamos Melville).

Todo eso no deja de ser aun un poco confuso para mí. Me quedo con el insustituible sabor y la perfección de la narración que, de alguna forma, nos permite vivir dentro de ella. No se me ocurre otra función que pudiera ser más esencial a la narrativa: vivir. (De Huellas, 2011)