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domingo, 18 de junio de 2023

304. La vida o la muerte

Vivo en una ciudad cuyo alcalde acaba de ser reelegido por mayoría absoluta después de haber erigido un monumento, delante del Museo Nacional de Ciencias Naturales, no a Alexander von Humboldt, Darwin, Lamarck o Buffon, sino a la Legión Española. Así, a pocos metros de un lugar sagrado (o que debería serlo) donde uno puede aprender y admirar las ciencias de la vida y de la tierra, leemos inscripciones sobre el "espíritu de la muerte" y cosas por el estilo. Y ello, como digo, en una ciudad que un día fue "rompeolas", y en la tercera década del tercer milenio de la Era Común.



martes, 24 de agosto de 2021

224. Val de Nebra

 Como todos lo veranos desde hace bastantes años, exploro en bici el Val de Nebra. A estas alturas -de otro tipo de alturas va también la cosa, como se verá- creo que lo conozco bien, aunque cada año encuentro algo cambiado: una pista forestal asfaltada, o cerrada por la vegetación, o alguna otra pista o vereda olvidada (quizás) que (re)descubro con placer. ¿Es posible que haya en el valle siempre más cosas que las que ya tengo incorporadas a mi mapa -no diré "mental", sino, en todo caso, "existencial"? "Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía", nos recuerda Hamlet; y sí, afortunadamente siempre hay más cosas. De filosofía va también esto, como también se verá.

Suelo acceder al valle desde la parte ancha y abierta que da al mar, a la ría, a través de alguno de los caminos, casi sin curvas y más o menos paralelos, que, ascendiendo ligeramente, se dirigen hacia la parte más alta y profunda. Ese primer tramo de aproximación, recorrido con pedaleo regular, tranquilo, disfrutando, me permite entrar en calor, y el sol, la vegetación de los márgenes y los pájaros que salen volando a mi paso me devuelven al estado de ánimo adecuado, siempre renovado. Al fondo, el valle está cerrado por dos montes, el Iroite, a la izquierda, enorme, masivo, inalcanzable (en bici, para mí, hoy), y el Enxa, a la derecha, que presenta un perfil más acogedor y tentador (para la ascensión), pero de momento también inaccesible. De uno a otro monte, una pequeña cadena montañosa separa este gran espacio abierto del resto de la Sierra de Barbanza. Largos caminos, paralelos entre sí y perpendiculares a los anteriores, completan la malla que permite recorrer el valle en todas direcciones, con suaves cuestas que llevan a algunas aldeas bien definidas: Agrelo, Tores, Orseño, Puilla, Noal, Cabanela, Castelo... Otras aldeas se encuentran en los márgenes de la parte llana del valle, o en sus laderas, menos accesibles: Nebra, Laranga, Calo, Queiro...

Hay días en que me gusta recorrer lo conocido, yendo de aquí para allá por la parte llana del valle, y encontrar, si acaso, sin haberlos buscado conscientemente, detalles, rincones o novedades antes desconocidos (o no reconocidos). O disfrutar sencillamente del placer (diríase que ontológico) del reconocimiento, de la familiaridad con los lugares y las cosas, de la calidez de su presencia. Otras veces, no sé por qué, prefiero explorar los márgenes, buscar pequeñas veredas para ascender sin excesivo sufrimiento, aunque no sin algún esfuerzo. Pequeños trucos, estrategias, para ascender en zig-zag siguiendo tramos de cuesta cortos seguidos de otros horizontales más largos. Poco a poco, sin prisa, a la justa medida de mis fuerzas, el ángulo de visión sobre el imponente paisaje de la ría va alzándose conmigo. Es solo la suma de esos pequeños esfuerzos acumulados lo que me permite llegar allí. Y vale la pena entonces pararse un momento a mirar. Nada nuevo ahí abajo en la ría, claro, sino el ángulo, el punto de vista conseguido.

A veces me imagino, me digo, con la cadencia suave del pensamiento que acompaña al pedaleo, que algo parecido vengo haciendo en mis devaneos filosófico-científicos desde hace más o menos el mismo tiempo. Podría llamar filosofía al Iroite y al Enxa ciencia, las mías: mi filosofía y mi ciencia. Y a la trama de caminos que los reúne en el valle podría también llamarla método (méthodos, camino en griego, e iter, itineris en latín; sin olvidar que el tao también es camino). Y cada una de las aldeas  podría adoptar el nombre de alguna figura eminente: Darwin, Heidegger, Gadamer, Merleau-Ponty, Derrida, Deleuze, Vattimo, Ricoeur... unas más accesibles y otras algo menos. Y así voy de aquí para allá, de unas a otras o explorando caminos que no sé todavía adónde van, en un itinerario interminable, tejiendo una red de experiencia que comienza en el llano y va poco a poco ascendiendo. (Bx)



domingo, 21 de marzo de 2021

208. Es bonito saber

 Me comprometí a dar una charla sobre los efectos de la COVID-19 sobre el sistema nervioso, ahora y en el futuro post-pandémico (difícil todavía de intuir). Como en tantas ocasiones, sobre lo que sé y lo que no sé. Lo que uno puede ofrecer en este contexto (lo que posiblemente se espera de uno) es un lugar desde el que estudiar y actualizar los datos, lo que "se" sabe hasta el momento. Un lugar (así dijo Darwin una vez) que es también hábito, experiencia, un lugar donde se vive, habitado. Construir. Habitar. Pensar (Heidegger). 

Como siempre, el tiempo aprieta, pero es posible hacerse (desde este lugar, punto de vista, Standpunkt) rápidamente con lo principal que hay que saber sobre una cuestión, un campo (otro lugar, este compartido) que se viene desarrollando desde hace solo un año. Internet, Pubmed, lo inconmensurable hecho hábito, rutina. Rápidamente, la familiaridad antigua, sedimentada, se extiende, acogedora, al nuevo conocimiento. Las cosas encajan, ocupan su lugar propio, con nosotros. Vamos sabiendo, entendiendo, y sabiendo también lo que aún no entendemos . 

Metafísica, A I: "Todos los hombres desean por naturaleza saber". Y el deseo cumplido produce placer. 



sábado, 4 de julio de 2020

168. Sagan

Tengo mucho respeto por la buena divulgación científica. Todas nuestras vocaciones (científicas, filosóficas, artísticas) tienen detrás una cultura activa, que nos llama (vocación = Ruf, llamada), nos convoca. Mi despertar científico no tuvo que ver con lo cósmico/cosmológico, sino que vino de la mano de los naturalistas, Darwin, el primero (y definitivo), y de los etólogos europeos (Lorenz, Heinroth, Tinbergen, v. Frisch, Leyhausen, Eibl-Ebesfeldt). Con ellos descubrí la emoción de saber y de preguntar(me).

He participado con gusto, desde mi particular ángulo de visión/práctica científica, en el homenaje a Cosmos, de Carl Sagan, en su 40 aniversario, que se ha hecho público hace unos días. Me consta que sus editores, Alicia Parra y Quintín Garrido, han hecho un trabajo paciente y exquisito. 

Aquí el enlace al texto completo:


Y aquí el enlace a mi contribución:





miércoles, 22 de abril de 2020

153. Ginkgo biloba

En mi terraza hay un ginkgo que tiene más años que mis hijos, creo, y mis hijos andan ya por los veintimuchos. Ha crecido lo que ha podido, el pobre, en un tiesto que, no siendo pequeño, tampoco le permite más que una altura de unos dos metros y medio, como mucho. Aun así, todos los años por estas fechas tiene un brotar espléndido, y en pocos días está lleno de esas hojas misteriosas, de un verde puro y luminoso, que siendo una parece que en algún momento quieren ser dos. Así lo vio Goethe, viéndose él mismo en ellas. 

"Dieses Baumes Blatt, der von Osten
Meinen Garten anvertraut,
Gibt geheimen Sinn zu kosten
Wie's den Wissenden erbaut.

Ist es ein lebendig Wesen
Das sich in sich selbst getrennt?
Sind es zwei, die sich erlesen,
Dass man sie als eines kennt?

Solche fragen zu erwidern
Fand ich wohl den rechten Sinn.
Fühlst du nicht an meinen Liedern
Dass ich eins un doppelt bin?"

Diré lo que yo escucho aquí y cómo sé decirlo en castellano:

"La hoja de este árbol que de Oriente
fue confiado a mi jardín
ofrece al paladar un sentido oculto,
de esos que gustan a los sabios.

¿Se trata de un ser viviente
que en sí mismo se ha escindido?
¿Son dos que han elegido
que se les reconoza como uno solo?

Al enfrentarme a estas preguntas
hallé, quizá, su sentido verdadero.
¿No sientes en mis canciones
que uno y doble soy?"

Es sabido que el poema tiene como motivo (en qué medida, solo el poeta lo sabía) su relación apasionada con Marianne von Willemer (Suleika), pero me gustaría centrarme ahora en el texto. Antes, quisiera recordar(me) cuándo y dónde encontré a Goethe. (Cuándo entra cada uno de estos grandes autores en nuestra vida, en general podemos decirlo, en el espacio y en el tiempo). Creo no inventarme un recuerdo ad hoc si digo que Fausto (entero) fue el primer texto serio que leí en mi vida (de lector). Recuerdo el lugar (en Galicia) y el tiempo (verano, vacaciones) y, por una referencia temporal de las que no se duda (una muerte), tendría entonces 13 o 14 años*. Sin embargo, encontré a Goethe de verdad, y no solo como gran autor, sino como "sabio intemporal" (Hermann Hesse**), entre los 25 y los 30 años, mientras trabajaba en biología teórica con Faustino Cordón, maestro. Comentábamos las Conversaciones de Eckermann, las novelas, los poemas, el Fausto, e incorporábamos a las discusiones de aquella biología teórica tan singular (Darwin, siempre Darwin) versos y expresiones de Goethe ("das geistige Band"***) que nos servían de lema en nuestra búsqueda de la esencia del ser vivo (aunque entonces pensáramos que lo que buscábamos era su efímera e inasible manifestación material). Goethe es de los autores que siempre han venido conmigo ("conmigo vais"), y en mi vida médica posterior me he recordado muchas veces aquella frase de Poesía y verdad: "la Medicina ocupa a todo el hombre porque se ocupa de todo el hombre."

Mis disculpas por atentar contra el "pudor autobiográfico" enunciado en §2. El poema. Lo primero que llama la atención en él es la cercanía, la proximidad de todo, y la estrecha relación sensorial que media en ese espacio, mundo, de cálida intimidad física ("mi jardín"). La hoja está ahí en la mano del poeta, que la contempla y examina mientras nos la muestra y nos invita a que busquemos y saboreemos (kosten) su secreto sentido, oculto. "¿No sientes...?" (Fühlst du nicht...), sí, aquí está la hoja, en mi mano, y aquí estoy yo, mírame. La hoja como "ser viviente" o ser vivo (lebendig Wesen) prepara la metáfora central del poema, y también metonimia teórica, diríamos, si pensamos en la Urpflanze (protoplanta) de Goethe como "hoja primordial" (y a la vez en el ginkgo como "árbol fósil"). ¿Es una hoja, son dos, es una hoja que quiere ser reconocida como dos? Uno y dos, diferenciación biológica, la de la planta en su crecimiento (de hecho, la hoja del ginkgo brota sin esa cisura que más tarde permite el juego visual uno-dos) y la de los que la contemplamos. Uno-dos, yo-tú-nos, diferencia/indiferencia que recuerda a Las cabezas trocadas de Thomas Mann**** (yo soy tú y tú eres yo), y más remotamente, al homble doble platónico. Dualidad oculta en la voz del poeta ("mis canciones"), con otro de nuestros grandes, "a ti debida".


* En realidad, el primer texto que leí pocos años después, con auténtico disfrute literario, fue El vizconde de Bragelonne, de Dumas.

** Dank an Goethe. Citado en Goethe, Gedichte - Poesías. Barcelona: Bosch, 1978.

*** "Wer will was lebendig’s erkennen und beschreiben, / Sucht erst den Geist heraus zu treiben, / Dann hat er die Teile in seiner Hand, / Fehlt leider! nur das geistige Band." (Faust 1, Studierzimmer. (Mephistopheles)

**** Otra dualidad misteriosa e iluminadora, la de Mann-Goethe en Carlota en Weimar.




sábado, 26 de mayo de 2018

17. Atheos

Uno de los testimonios clásicos que nos ha llegado de Tales de Mileto dice: "Y entre los que afirman que hay un único principio motor, esos a los que [Aristóteles] llama por su cuenta físicos, unos dicen que es limitado. Por ejemplo, Tales de Mileto, hijo de Examio, e Hipón, que parece que era ateo, decían que ese principio es el agua, basándose en lo que se manifiesta a los sentidos; pues el calor vive por lo húmedo, mientras los muertos están secos, y las semillas de todo son húmedas, y cualquier alimento está lleno de humedad." (Simplicio, Comentario a la Física de Aristóteles 23, 21)* Parece ser, así, que de Hipón de Samos, que en la segunda mitad del siglo V defendió una versión modificada de la idea del agua como principio de las cosas, se decía que era ateo (atheos). Los testimonios dicen que un siglo antes Tales había visto el mundo "animado y lleno de divinidades", pero de Hipón, a quien Aristóteles no apreciaba mucho intelectualmente, se dice que era ateo. El eufemismo "agnóstico", de apariencia tan clásica, tardaría aún muchos siglos en nacer (en 1869, diez años después de El origen de las especies, y  precisamente de la mano de uno de los principales defensores de Darwin, T. H. Huxley). Así, pues, los griegos clásicos, que llamaban a las cosas por su nombre, aunque tanto nos cueste entenderlos, decían de Hipón que era ateo.



*Giorgio Colli, La sabiduría griega II. Ed. Trotta, 2008.

sábado, 3 de febrero de 2018

10. Aristóteles y los seres vivos (primer encuentro)



Acostumbramos a pensar que las ideas y las cosas que manejan los científicos actuales pertenecen a un ámbito íntimo y secreto de la naturaleza y del quehacer humano, algo reservado a unos pocos que -no sabemos bien por qué- disponen de las claves para descifrar esos hechos semiocultos. Pero es  importante darse cuenta de que, si hay algo realmente privativo de la praxis del científico, es aquello que está irreductiblemente incorporado a él mismo como familiaridad con su ámbito especializado de estudio, eso que he llamado “complejo técnica-objeto”, esto es, ese mismo ámbito de cosas considerado desde un reducido grupo de técnicas, y solo desde él. Es este elemento cuantitativo, cuantificador, el que constituye y da forma al objeto en cuanto tal y se hace inseparable de él, consustancial a él. Es, por decir así, el correlato científico del fenómeno. Ahora bien, ¿qué ocurre con las ideas que se aplican a esos “complejos” y, en parte, se desarrollan sobre el análisis y la reflexión en torno a ellos? Tales ideas son las comunes, quiero decir con ello las de todos, o las que en cada época puede conocer y utilizar una persona debidamente informada. Por eso tienen los estudios científicos esa capacidad sorprendente de desbordarse cada cierto tiempo (Galileo, Newton, Darwin, Einstein) e inundar el mundo de las ideas contemporáneas: porque se trata de las mismas ideas, comunes y generales, en suma, de una misma racionalidad.
¿Pero de dónde surge y cómo se desarrolla históricamente algo así como una idea del ser vivo? Hemos de admitir que, en gran medida, es a partir del mundo científico de los “complejos técnica-objeto” de donde surgen y se desarrollan las ideas. Pero también tenemos que admitir ya que las ideas se desarrollan históricamente en términos de sus propias contradicciones y de su modo de racionalidad y, muy principalmente, en términos del conjunto de la praxis humana sobre su realidad material.
Hay, pues, una fuente de desarrollo de las ideas en lo cuantitativo, en el análisis directo (técnico) de los hechos empíricos -en la ciencia, en suma. Y hay otra fuente -quizá solo virtualmente diferente de la anterior- en lo cualitativo, en lo que en cada época se piensa que son las cosas, y en cómo se piensa que son, en su modo propio de ser.
La biología de Aristóteles tiene la notable particularidad -estratégica para este análisis- de que en ella los hechos naturales se analizan con categorías cualitativas y es, en consecuencia, una biología que no deja de ser filosofía. En ningún autor mejor que en Aristóteles podemos aprender lo que hay de filosófico en todo análisis del ser vivo, esto es, su fondo cualitativo, la reflexión subyacente sobre el ser vivo en cuanto modo de ser. No existe todavía el “complejo técnica-objeto”. Lo científico se limita a la mera observación y no se despega aún, por ello, de la reflexión filosófica. En Aristóteles podemos aprender qué es una idea del ser vivo, si es que queremos descubrir qué idea podemos hacernos hoy de los seres vivos por detrás y por encima de la amalgama -por lo demás fecunda y riquísima- de “complejos técnica-objeto” que la biología actual ofrece. (De Huellas, 1992)
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Creo que hoy sé algo más, y puede que en esto me deje llevar en cierto modo por el análisis “genético” que W. Jaeger (*) hizo de la filosofía aristotélica. Es posible que los tratados aristotélicos representen, entre otras muchas cosas, ese primer punto de escisión, de divergencia, en Occidente, entre la reflexión filosófica y la investigación científica (istoría) de los seres vivos; si intentamos decirlo en los propios términos aristotélicos (¿y también heideggerianos?), entre los seres vivos en cuanto modo de ser, y en cuanto entes o entidades de una determinada clase o género de la realidad. (2018)

(*) Para W. Jaeger (Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo intelectual) esta escisión (o evolución) se habría producido entre lo que considera como el primer Aristóteles, cuasi platónico y puramente metafísico (en sus problemas fundamentales) y el último, entregado al estudio de la naturaleza, y de la historia del hombre y sus instituciones. [Muchos autores posteriores han rechazado este abordaje y sus conclusiones, entre ellos I. Düring (Aristóteles): "Esta construcción de su desarrollo es, a mi parecer, falsa".]