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domingo, 14 de enero de 2024

347. ¿Dónde la política?

 Ya he escrito aquí antes que solo vale la pena dejar registrado en estos QSY (me parece) aquello que me choca (y esta idea nunca deja de evocarme el Anstoβ ‒el golpe, el choquefichteano*) o, dicho en términos más analíticos, quizás, el residuo o sedimento que queda después de leer y pensar, como una especie de razón (ratio) entre "lo esperado y lo vivido" (Cernuda). Me viene ocurriendo, y lo he recogido aquí también con ocasión de algunas lecturas de Morin y Latour, que encuentro cierta superficialidad y trivialidad en lo que leo, cuando no se aborda, en algún momento, al menos, en una perspectiva política (pragmática). No ocurre lo mismo cuando el autor, como es el caso de Riechmann, se inscribe en una tradición marxista**, en la que el pensamiento nunca está separado de la acción (no en un sentido meramente general o teórico, sino en un concreto e imperioso "¿y ahora qué hacemos, y quiénes y cómo?").

He leído recientemente con mucho interés El ser humano como animal, de Markus Gabriel***, un texto que me ha sorprendido, en parte, porque el autor ha elegido un camino en cierto modo paralelo al que yo mismo vengo adoptando desde hace algo más de un año para mi Ánima, animalidad, animalismo. Se trata de un itinerario que lleva desde la ontología de la vida a la pregunta por el animal y lo animal humano, como acceso a (o justificación de) una ontología política (biopolítica, en mi caso). El terreno y los autores principales de referencia son los conocidos (ya se ha desarrollado toda una disciplina académica de animal studies), y el punto de llegada para Gabriel (¿era necesario todo ese rodeo para llegar hasta aquí?) es algo así como una fundamentación del pluralismo liberal y la democracia social en el más puro sentido "occidental". El mejor de los mundos, el jardín de Borrell, en suma. Hay también en el libro una elaborada ética del desconocimiento, basada en todo lo que desconocemos (y aun desconocemos que desconocemos) sobre la vida y el ser humano (como animal), y basada también en una dimensión espiritual del animal humano extrañamente agnóstica (no atea) y que no acabo de ver (prefiero la de Santayana). Aunque en el texto se habla mucho de política, se trata de una política institucional (el espíritu hegeliano) y fantasmal, profesional, donde se intenta mejorar las cosas razonablemente (dentro del jardín) y donde uno se lleva las manos a la cabeza sobre las tragedias del mundo (fuera del jardín), el cambio climático, las guerras neocoloniales (cada vez más, cada vez peores) y los desplazamientos masivos de los parias de la tierra (hacia el jardín). Sea usted consciente, razonablemente ético, persiga el bien, pero no se escandalice ni sufra demasiado, no se vuelva loco y se convierta en un activista, en un extremista que cuestione la tradición (occidental, moderna, ilustrada y capitalista). Y sobre todo, no haga usted nada, que ya lo hacen (o no) las instituciones por usted.

No escribiría esto ahora si no hubiera experimentado algo parecido al comenzar a leer Decir el mal, de Ana Carrasco-Conde****, un ensayo (voy entendiendo) sobre las raíces cotidianas del mal, de los grandes males, entendidos estos desde el más acá, y no desde cualquier forma de más allá metafísico. 

"En la tradición filosófica, los rompecabezas habituales en los que hemos estado inmersos para explicar el mal son tres y los tres deben ser repensados: aquel que sostiene que existe un orden bueno al que se opone el acto calificado como «malo» (Platón, Agustín de Hipona, Schelling); aquel según el cual el orden mismo se basa en una convención de lo que se considera bueno o malo (Sade, Bataille); o el que afirma que el mal es el resultado de un orden estructural que no solo lo produce (Arendt, Adorno), sino que lo normaliza (Segato)." (pp. 10 - 11)

Seguimos sin noticias de Marx (salvo por la referencia a Adorno, que algo promete). Solo estoy comenzando la lectura, y habría hecho bien en esperar un poco, pero de nuevo siento esa misma inquietud, ese choque: ¿dónde está la política (pragmática) como fuente e instrumento del mal (y del bien) y de la posibilidad real de combatirlo? Avanzaré en la lectura y volveré pronto con un nuevo QSY.

 

* Una secuela, entre otras, de mi intensísima (y feliz) dedicación, hace unos treinta años, a estudiar las nociones de vida y animalidad en la Naturphilosophie del idealismo alemán (Kant, Fichte, Schelling y Hegel). 

** La de F. Fernández Buey y M. Sacristán (en sentido próximo-distal).

*** Gabriel M. El ser humano como animal. Por qué no encajamos del todo en la naturaleza. Barcelona: Pasado & Presente, 2023.

**** Carrasco-Conde A. Decir el mal. Comprender no es justificar. Barcelona: Galaxia-Gutenberg, 2021.


domingo, 4 de diciembre de 2022

280. Edgar Morin y el viejo topo

 ¿Cómo no simpatizar con Edgar Morin, en el más profundo sentido del término? El centenario y lúcido pensador ofrece en Cambiemos de vía (2020)* la visión de un mundo posible y, sobre todo, necesario, que hemos podido atisbar a consecuencia de la pandemia. Simpatizar, digo, a pesar de ciertas trazas de trotskismo que creo descubrir en algunas de sus propuestas ("a pesar" es aquí una broma personal difícil de traducir), por esa manía mía (y, posiblemente, de nuestra izquierda y nuestra generación) de intentar clasificar cualquier perspectiva política como si de una especie botánica se tratara. Morin sugiere líneas de crítica y reflexión, principios de actuación individual y colectiva, e incluso algunos órganos políticos de ámbito nacional (Consejo de la Ecología, Consejo del Futuro, Consejo de las Edades) o planetario (Consejo Mundial de las Conciencias). ¿Cómo no simpatizar, digo, con una política basada en los "principios republicanos de Libertad, Igualdad y Fraternidad", alimentados por "cuatro fuentes posteriores": la socialista (solidaridad), la libertaria (autonomía), la comunista (fraternidad) y la ecológica? En relación con esta última:

"La toma de conciencia de la comunidad de destino compartido terrestre entre la naturaleza viva y la aventura humana debe convertirse en un elemento esencial de nuestro tiempo: debemos sentirnos solidarios con este planeta de cuya existencia depende nuestra vida; debemos reconocer nuestra filiación biológica y nuestra filiación ontológica; es el cordón umbilical que hay que reanudar." (p. 93) (Las cursivas son mías.)
 
El filósofo francés habla también de metamorfosis, de regeneración (y, en particular, de una "regeneración permanente"), de "buena" utopía, la de la esperanza en un mundo mejor, "la que aspira a una reforma de la globalización, al abandono del neoliberalismo, al control del hipercapitalismo" (p. 99). Lo que no sugiere el filósofo es cómo se puede hacer todo eso, qué movimientos o procesos políticos existen ya o habría que poner en marcha o apoyar para perseguir esos objetivos conjuntamente en todo el mundo, o al menos en algunos lugares (geo)estratégicos. No habla de poder político, por el mismo motivo, seguramente, que tampoco habla del papel del Estado en estas posibles transformaciones. Sin embargo, Morin confía, entre otras cosas, en la fuerza profunda de los procesos históricos, en el hecho de que "el presente siempre está trabajado por fuerzas subterráneas, como el viejo topo del que habla Hegel, que finalmente desintegra un suelo que parecía firme" (p. 97).

Bueno, aquí tenemos, al menos, un posible, aunque metafórico, agente histórico: el "viejo topo". ¿Qué hay detrás de esta interesante metáfora?
 
 "Well said, old mole! Canst work i'th'earth so fast?
A worthy pioneer!"
 
("Así se habla, topo viejo! Rápido caminas bajo tierra.
Valiente zapador...")**

Esto le dice Hamlet al espectro de su padre, medio en broma, al final del Acto I (Escena V) de la obra, durante el juramento de Horacio y Marcelo. ¿Qué representa el "viejo topo" en la obra de Shakespeare? ¿El pasado, el crimen cometido por Claudio, el espectro que viene a recordarlo? Todo ello, seguramente. En la Introducción a la historia de la filosofía, Hegel recoge la metáfora shakespeariana y la extiende a la historia efectiva de la humanidad, donde el "viejo topo" parece representar a la tradición viva que trabaja en lo profundo y es capaz de romper la "corteza superficial" del presente. También Marx, en El 18 de brumario de Luis Bonaparte (y en otros lugares) identifica al "viejo topo" con la revolución y con una representación popular de la beneficencia (Robin Goodfellow) que remite al Puck de El Sueño de una noche de verano. El "viejo topo" llegó a aparecer en el título de un artículo de Rosa Luxemburgo de 1917, precisamente.***

Es posible que Morin, con la ayuda de Shakespeare, reinterpretado por Hegel y Marx, nos esté dando alguna clave más cuando, hablando del espíritu solidario de los seres humanos, dice:

"En todos y cada uno de nosotros hay un potencial de solidaridad que se revela en circunstancias excepcionales como las que acabamos de vivir, y en una minoría hay una pulsión altruista permanente. No se trata, pues, de promulgar la solidaridad, sino de liberar la fuerza disponible de las buenas voluntades y de fomentar las acciones solidarias." (p. 75)

¿Quién?, preguntaba yo. Los de siempre, pues, esa minoría altruista que a veces (cuando el "viejo topo" asoma a la superficie) es capaz de sacar a los demás de su pequeño mundo egoista para integrarlos en un nosotros. Los nuestros.

 

* Morin, Edgar. Cambiemos de vía. Lecciones de la pandemia. Traducción de Núria Petit. Paidós: Barcelona, 2020.

** Shakespeare, William. Hamlet. Traducción de M. A. Conejero, T. Dionís-Bayer y C. Pérez Gallego. Cátedra: Madrid, 2021.

*** Estas referencias se incluirán aquí tan pronto como encuentre su lugar exacto. Todas ellas están recogidas con cierta imprecisión en el blog: 

http://blogdelviejotopo.blogspot.com/2013/06/el-termino-viejo-topo-en-la-tradicion.html.



sábado, 23 de octubre de 2021

234. Poderes terrenales

Las últimas escaramuzas entre los poderes fácticos y políticos del país me devuelven a un QSY de hace algo más de dos años (§70). De poder a poder, decía entonces, cuando se trataba de construir un gobierno a partir de las dos izquierdas, la del temor y la de la esperanza. Otra vez se ponen en juego todos los "poderes terrenales" (recordando la magnífica novela de Anthony Burgess), cuando las medidas del gobierno, superviviente de la pandemia, se acercan al núcleo efectivo del sistema: el trabajo y el capital (Marx). Que la "astucia de la razón" asista a los nuestros (las nuestras) en esta nueva navegación por los límites de lo posible.



jueves, 23 de mayo de 2019

61. Hobbes, el multimillonario y algo más de biopolítica

En un importante texto, recientemente reeditado y extensamente ampliado, de Félix Duque (Filosofía de la técnica de la naturaleza*), el filósofo nos conduce reflexivamente a través de los estadios históricos (orgánico, artesanal, mecánico, cibernético y hacia un más allá solo intuido) que han conformado las nociones de técnica, naturaleza, y, en consecuencia de ser humano (y de su "naturaleza"). Para ello nos invita a un diálogo con los textos y los filósofos que han encarnado o discutido esas nociones, Platón, Aristóteles, Descartes (también Galileo y Newton), Kant, Hegel, Heidegger, y, en los últimos capítulos, con algunos poetas (Hölderlin, Rilke, Celan), artistas plásticos (Bill Viola) y arquitectos. La noción de naturaleza (falsamente entendida como "primaria") como producto de la técnica (la "técnica de la naturaleza") propia de cada uno de esos estadios; y así también la noción de ser humano, de vida humana y de la forma de Estado característica de cada época. Nos recuerda Félix Duque, p. ej., cómo el Estado moderno (absolutista) se conforma, en uno de sus téoricos principales, Thomas Hobbes, como una máquina (estadio mecánico) dirigida a preservar la naturaleza humana, el derecho natural del hombre, derivado de "las tres pasiones que engendran las Leyes de la Naturaleza: miedo a la muerte, deseo de lo necesario para una vida cómoda, y esperanza de alcanzar ésta por su industriosidad (industry)."** Miedo a la muerte, a que a uno le mate el hombre lupus en constante bellum de todos contra todos***. 

He vuelto a pensar en este miedo, de una forma u otra inscrito en la raíz del Estado moderno (esto es, entendamos de una u otra forma quién, qué grupo o institución social, se beneficia de ellos -del miedo y del Estado), ahora que se debate, en plena campaña electoral, sobre las donaciones de un multimillonario (que se encuentra entre los diez más ricos del planeta) al sistema sanitario público de nuestro país. El debate ha generado, en la izquierda diversa, una extensa y sana respuesta en defensa del Estado "social y democrático de Derecho"****. Hay algo que decir sobre la forma de la donación, que muestra algunos aspectos, diríamos que toscos, del gesto. ¿Por qué no se trata de una donación anónima? ¿Por qué no se dona al Estado sin más para que éste lo administre como mejor determine? Claro, cómo distinguiríamos esto último de unos impuestos, y, como se ha dicho, de una rebaja de impuestos. No, se dona muy directamente, no al sistema sanitario público en conjunto (ni siquiera un multimillonario como este podría competir con la financiación de un sistema como el nuestro), sino, localmente, aquí y aquí y aquí, como un regalo caído del cielo, a aquello que identificamos, bien lo sabemos, como una de las principales amenazas a una vida humana féliz: el cáncer. Ni siquiera a la investigación de posibles tratamientos, donde nuestro Estado invierte cantidades claramente insuficientes, sino al diagnóstico y al tratamiento de acuerdo con los protocolos actuales, que en nuestro país están garantizados.

Esto nos lleva al fondo, a la materia de la donación. ¿Qué produce, qué genera, y qué finalidad tiene? Produce, en la población diana (target, en términos de marketing), pacientes, potenciales, actuales y pasados, y también en cierto sector político, agradecimiento y admiración (honor, orgullo, thymós*****). Valdría la pena, si no se ha hecho ya, comparar el miedo a la muerte de los tiempos de Hobbes, y en su propio país, con el que tiene la población actual en nuestro mundo (sí, todavía quedan otros mundos, extensos). Se trata ahora del miedo a la enfermedad, a la vejez y a la fragilidad, y es el Estado actual, son nuestros sistemas sanitarios públicos, los que nos permiten olvidarnos de todo eso durante largos periodos de nuestra vida y alcanzar unas cotas de supervivencia (en la salud y en la enfermedad) hasta ahora desconocidas. El Estado, que vive (no es un decir: vive, vivimos, hegelianamente) de nuestros impuestos. Que los multimillonarios paguen los suyos (aunque sabemos que nunca lo harán) y, mientras no quieran formar parte de nuestra comunidad política, que nos dejen sencillamente en paz. (Dx)


* Félix Duque. Filosofía de la técnica de la naturaleza. Abada Ed., Madrid, 2019.

** Loc. cit., p. 182.

*** Sobre ese miedo y la incertidumbre que implica la guerra total, indeterminada, tiene el filósofo algunas cosas muy lúcidas que decir en el último capítulo del libro, dedicado al terrorismo de las últimas décadas.

**** Ver, p. ej., El dilema Amancio, de Gerardo Tecé: https://ctxt.es/es/20190522/Firmas/26315/gerardo-tece-amancio-ortega-sanidad-publica-donacion-maria-munoz.htm

***** También en el sentido propuesto recientemente por Sloterdijk, totalmente opuesto al de este texto, y que merecería un próximo QSY dedicado enteramente a él.