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domingo, 12 de enero de 2025

399. Aporías de la democracia: biopolíticas públicas

No es fácil precisar el concepto de biopolítica, porque los autores que han pensado en este ámbito de cuestiones (Arendt, Foucault, Negri, Esposito, Sloterdijk, Zizek, entre otros) han destacado diferentes aspectos de un tema común (amplio y de límites difusos). El propio Foucault, que nos enseñó a pensar cómo el poder político alcanza los niveles más profundos de nuestra existencia biológica, llegó a proponer y a utilizar tres nociones diferentes de "biopolítica"*. Hace un tiempo hice un primer viaje (de ida y vuelta) a la biopolítica, y me emplacé a mí mismo a ir recogiendo materiales para lo que entiendo desde entonces como una (posible) biopolítica afirmativa, de signo contrario a la "necropolítica" dominante**. 

En algunas de estas recientes comidas navideñas, Mu y yo, de nuevo, a vueltas con la defensa de la sanidad y la educación públicas; cuando las correspondientes entidades privadas, cada vez más poderosas (como ponen de manifiesto el affaire MUFACE y la proliferación ilimitada de las universidades privadas en el país, a punto de superar en número a las públicas) se permiten desafiar al Estado negociando con las vidas de miles, cientos de miles de personas. En alguna de esas discusiones se me ocurrió recurrir a la ingenua sugerencia de Edgar Morin [§280], en cuanto a la posible capacidad de una masa (una multitud, diría Negri) de consumidores o usuarios para enfrentarse a una política (o anti-política) determinada. Asumimos el deterioro progresivo de la sanidad pública en los últimos años, deterioro limitado a los tiempos de demora en las citas para las patologías o condiciones no graves ni urgentes, esto es, cuidadosamente calculado para trasladar toda esa carga asistencial "de bajo riesgo" a la sanidad privada). Asumimos también el empeoramiento de las condiciones de trabajo de los profesores de la enseñanza pública, la reducción forzada de plazas para alumnos y la creación de guetos sociales disuasorios. Bien (es un decir), sin embargo... ¿y si, con una precisa organización política en cuanto a su organización espacio-temporal, como si de una huelga general se tratara, decidiera todo el mundo, a la vez, renunciar a la sanidad y a la educación privada (concertada) (todo el mundo con la suficiente conciencia política y social, se entiende) y reclamar su derecho (humano, constitucional) a un servicio público de calidad? Eso es imposible, es la respuesta inmediata, nadie se va a jugar la vida (biológica o biográfica) de esa manera. Y esa es precisamente la cuestión, cuya ambivalencia Foucault supo diseccionar perfectamente, y que de alguna forma representa los dos signos, positivo y negativo, de la biopolítica. Una buena política (pública) hoy, en un país como el nuestro (esto conviene no olvidarlo), permitiría curar, cuidar y educar en un grado (técnico y de equidad) excelente. Sin embargo, esas mismas políticas alcanzan niveles tan profundos y frágiles de la vida, que dejan a la población inerme cuando, en malas manos, van dirigidas, en último término, contra la vida, la vida mejor de la mayoría.


*Lemke, T. Introducción a la biopolítica. México: Fondo de Cultura Económica, 2017 (p. 49).

** https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=8773159