No podía prever, o quizá sí en el fondo, en algún fondo que
llegara a establecerse (término este -fondo- demasiado duro y definitivo), una
competencia (o algo así) entre estos textos ocasionales (ya Huellas) y esos
otros públicos (aunque tan discretamente) del Qué sé yo. Y eso que en muchas
ocasiones se trata de textos compartidos, los mismos textos, o casi. Veo que
han bastado unos cuantos meses de QSY, estos últimos más intensos, y más
activos, en la reflexión política (ontología política, me decía, no sé si
algo irónicamente) para que me haya dado cuenta de lo específico (y mejor,
diríamos aristotélicamente) de cada una de esas “superficies de inscripción”
(me gusta esta expresión de T. Oñate, otra maestra). Hay ya una tensión entre
estas Huellas y los QSY, que me lleva a defender ambos textos por su propia
singularidad (valga, o no, la redundancia) performativa (término que tomo
prestado de la filosofía del lenguaje, a la que nunca le he quitado ojo, aunque
la mirada de estos últimos años haya sido un tanto oblicua).
Cada nuevo texto
de QSY, sea cual sea su origen, obliga a una construcción de su estructura y de
su sentido, y (en consecuencia) a una claridad expresiva que forma parte ya de
la mera intención de escribirlo. Porque, más o menos leídos (eso no es
relevante para el experimento gadameriano en que, como he insistido varias
veces, consisten), se trata de textos públicos, publicados. He podido
experimentar durante estos meses lo que eso supone, la diferencia esencial
entre una nota personal y un texto ¿trans-personal?.
Hay un límite, sin
embargo, una asíntota, mejor, hacia el que tienden (podrían tender) estos
textos, y en el que se muestra un riesgo, el de (no se trata de un juego, de un jugar
con las palabras) lo impersonal. A veces, se elige ahí, o surge sencillamente
(se elige, en el fondo, en algún fondo) escribir lo más claro y directo, ¿lo
más tópico? Cuando percibo ese riesgo, me parece poder refugiarme en estas Huellas, como decía, "performativamente", escribiendo a mano con pluma,
irregularmente, tachando cuando hace falta, sin un objeto claro, sin una clara
necesidad expresiva o transmisiva, valdría decir. Por el mero placer de
escribir, de detener el tiempo, como pedía Goethe (Fausto). Exageras esa
oposición de los textos, podría decirme yo o podría decirme otro (¿otra
oposición más o menos ficticia?), y decirme también que no se trata sino de
momentos de un mismo proceso dialéctico. Sí, ciertamente, es una forma de ver
las cosas (muchas, al menos) que ayuda a relativizar (en el sentido más
superficial del término). El deseo (órexis) y el placer (hedoné) de escribir en
cada momento, invoquemos de nuevo ahora, mejor, esas dimensiones (funciones)
profundas del alma, como en cada momento nos hagan más felices, siquiera en el
momento preciso de hacer efectiva la escritura.
Cada uno de ellos, QSY y Huellas, tiende, podríamos decir
si quisiéramos buscar aquí alguna conclusión, a su propio género de verdad. Por
decirlo (muy) clásicamente, una verdad externa y una verdad interna (respectivamente). Umwelt e
Innenwelt (der Tiere), aquellas dos nociones de J. von Uexküll que vuelvo a
encontrar en el lenguaje naturalista y poético de Ida Vitale*.
Fueron estas notas, ahora Huellas, las que me dieron acceso,
o crearon, no sé, este espacio en el que a veces puedo refugiarme y respirar;
este espacio que no sé nombrar, pero que sé que existe. Cuando se convierten en QSY, ¿qué le ocurre a este espacio? ¿Es posible compartirlo? (De Huellas, 2019)