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lunes, 15 de abril de 2024

360. Intolerancia o silencio

No sé si puede tener algún interés, qué se yo para quién, mostrar aquí cierta metodología en la gestación de estos QSY (valga la redundancia), por poco sistemática que sea. El caso es que habían encontrado un lugar, de un modo más o menos espontáneo, en algo que podríamos llamar un proto-QSY, dos textos, uno de Karl Jaspers y otro de Marcial Suárez. La idea originaria de ese (este) QSY era cierta relación, aún no del todo clara (más bien intuida), entre ambos textos; una relación (una idea), pues, que, para aclararse convenía dejar madurar o, al menos, reposar. Y eso hice, dejarlos aquí varias semanas, en espera de algo que no es fácil de prever ni describir, algo que solo puede señalarse cuando ocurre, como un pequeño acontecimiento. Quizá tenga que ver con cosas de la vida cotidiana que han pasado entre tanto, y quizás también con el recuerdo oportuno (quién sabe, de nuevo, por qué) de otro texto, este de Habermas, de lectura también reciente. El centenario filósofo alemán publicó en 1973 un artículo (el texto de una conferencia impartida por la radio) con el título de ¿Para qué aún filosofía?. La pregunta estaba restringida, más o menos, al ámbito alemán y al medio siglo precedente, y se apoyaba, de entrada, en un texto previo de Adorno: "La filosofía, al tener que justificarlo todo por sí misma, no podía ya soñar por más tiempo en hacerse dueña del Absoluto; es más, debería prohibirse pensar en él para no traicionarlo, y, sin embargo, no debería dejarse desplazar un ápice del enfático concepto de Verdad. Esta contradicción es su elemento."

Los textos, dice LLedó, tienen relieve, y en este último, a la luz de mi lectura, destacó especialmente ese "concepto de Verdad", al que, reconozco, no soy particularmente aficionado. Y así quedó, de alguna forma, en mi memoria, envuelto en una vaga reflexión sobre si, al cabo, no hacemos (aún hoy, en lo filosófico y en lo cotidiano) sino discutir eternamente entre nosotros sobre aquello que cada uno considera verdadero y sobre el modo en que ha llegado a considerarlo así. Socráticamente, diríamos, en el mejor (el mejorcísimo, claro) de los casos. 

Así, pues, fue esta última idea la que me permitió encontrar la relación (quizás ya intuida al principio) entre los dos textos previos.

Dice esto Jaspers cuando analiza la confrontación de la fe filosófica (lo que él denomina de este manera) con la fe religiosa:

"Las posiciones ideológicas secularizadas tienen a menudo en el seno de las culturas occidentales ese rasgo de absolutidad, de persecución de otras ideologías, de secta agresiva, de interrogatorio inquisitorial de los demás, siempre como consecuencia de creer en el derecho de exclusividad de la verdad considerada como absoluta por el que la sustenta.

Frente a toda esa realidad, la fe filosófica no tiene otra perspectiva que la idea, difícil de aceptar, de que contra la ruptura de comunicaciones y contra la prohibición de la razón, admitida solamente con condiciones, fracasa la mejor voluntad de llegar a una franca comunicación." **

 El segundo texto, sobre el que Mu y yo hemos hablado mucho recientemente, pertenece a la segunda parte de la novela El agua y el vino, de Marcial Suárez:

"Andrés sentía una gran estimación por Berardo, y Berardo la sentía por Andrés. Por eso, cuando Berardo acabó de hablar, Andrés guardó silencio durante un rato. Era el silencio de la estimación. Cuando dos personas hablan de una cuestión sobre la que tienen puntos de vista contrarios, los silencios pueden evitar acritudes, dan serenidad al desarrollo de una discusión que, de otro modo, iría avanzando -o retrocediendo- a golpe de choques y choques." ***

Cuando decidí poner estos dos últimos textos en contacto, me inclinaba más bien por una defensa del silencio (en el sentido ahí propuesto por M. Suárez) como garante, paradójicamente, de una "franca comunicación" (en el sentido de Jaspers). Callar, sin embargo, para evitar el bloqueo, la confusión y el daño, debería permitir además, en algún momento (cuando sea posible) iniciar cuidadosamente una comunicación abierta y confiada, despersonalizada, una búsqueda común de la verdad.

"Tú verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a  buscarla.
La tuya, guárdatela." ****

 ¿Para qué guardársela?, cabría preguntarle virtualmente al poeta. Para recordar, quizás, alguna vez, que no hay verdades individuales; que, como escribió otro poeta (E. E. Cummings), solo sintiendo somos nosotros mismos, mientras que cuando creemos, pensamos o sabemos, somos "muchos más".


* Habermas J. ¿Para qué aún filosofía? Teorema: Revista internacional de filosofía, Vol. 5, Nº. 2, 1975, págs. 189-212.

** Jaspers K. La fe filosófica. Traducción de J. Rovira Armengol. Buenos Aires: Losada, 2003, p. 94.

*** Suárez M. El agua y el vino. Segunda Parte. Barcelona: Anthropos, 1992, p. 88.

**** Machado A. Proverbios y cantares, LXXXV. Nuevas Canciones.



domingo, 25 de julio de 2021

221. Tras las huellas de Ricoeur

La memoria es cosa de huellas y de lo que las huellas evocan. Paul Ricoeur* ha señalado los diferentes sentidos en que la noción de huella se asocia a la de memoria en los textos platónicos: 1) la huella escrita de la que trata el mito de Theuth y Thamus, en el Fedro (274b - 275e), sobre la invención de la escritura (y sobre la que sabiamente escribió Derrida**, y no menos sabiamente Emilio LLedó***, con quien descubrí a Platón); 2) la huella que un acontecimiento deja escrita en el alma [“En mi opinión, nuestra alma se parece entonces a un libro”, Filebo (38c)]; y 3) la huella corporal, cerebral, hoy diríamos neural, (Teeteto, 190e - 196c), donde las percepciones y los pensamientos quedan impresos como el sello de un anillo en una tablilla de cera. Donde las neuronas (diríamos hoy con Derrida) escriben la memoria con su propia gramática, con su propia estructura molecular y celular (morphé).

 

* Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires, 2004.

** Jacques Derrida. La Dissémination (Tel Quel). Ed. du Seuil: Paris, 1972. (Incluye La Pharmacie de Platon).

*** Emilio LLedó. El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria. Ed. Crítica: Barcelona, 1992.



sábado, 17 de octubre de 2020

181. El desánimo y la imagen

 Uno mismo es su primer lector, le escuché una vez a Marcial Suárez, autor (de textos y de actos*) de referencia en este blog. Releerse (como en general, releer) ayuda. El anterior #180, que sustituyó parcialmente al #180 original, devuelto este a su condición primera de borrador, me llevó a un cierto desánimo "sociológico". Hace un par de años comencé una mini-serie en este blog bajo el título genérico de aporías de la democracia. Algunas quedaron ya escritas, mientras que otras, aún borrosas (borradores), forman parte de este desánimo larvado** y recurrente. Una de ellas tiene que ver con la obligación política de convivir (coexistir) en un mismo país, valga la redundancia, con los/las que aquí muy acertadamente, con la imprecisión justa (sensu lato), llamamos fachas***. No con unos pocos fachas residuales, sino con millones de personas, también jóvenes (¡ay!) que se han tragado todo ese paquete ideológico de la peor de las Españas****. No se trata solo de personas, lo sabemos, que ya sería bastante, sino de estructuras socioeconómicas y sociopolíticas (esto es, ontológicas).

Ha venido en mi ayuda, sin embargo, en la referida relectura, el reciente (y relativamente más optimista) #177. Pensemos, me digo, en el extraño poder de las imágenes frente al que nos previene Emilio Lledó. Pensemos, un paso más, con cierto giro fenomenológico, qué sería todo ese mundo facha sin imágenes. ¿No es él mismo un resultado más, hipertrófico y grotesco, de ese pseudo-mundo creado por la publicidad y los medios de comunicación corporativos? No quiero decir que sin imágenes***** ese mundo facha desaparecería, sino que la mayor parte de lo que vemos de él, los gestos, las mentiras, el cinismo chulesco y provocador, se han hecho solo para la imagen (dirigida, corporativa, publicitaria), como los "argumentarios" en los que se inscriben. No, seguramente ese mundo no desaparecería, pero es posible que fuera (casi) irrelevante. Al menos para este desánimo.

Un amigo me contó hace poco que había dejado de tener televisión en casa. Sí, algo tan sencillo, dejar de verlos, podría ser una buena idea. También podríamos salvar las películas que vemos (una buena parte de la narrativa que necesitamos como un alimento), conservando esas pantallas (entre las otras muchas, seguramente hoy irrenunciables), y quedarnos con lo formal (y en consecuencia esencial) de ese gesto. No verlos, no escucharlos, no entrar, ni siquiera críticamente (¿para qué?) en esa trampa. Ponerlos entre paréntesis, como diría un fenomenólogo, dudar incluso de que algo así pueda existir en realidad, al margen de la pura propaganda. Si fuera posible, olvidarlos.


* Procede, creo, recordar aquí, de nuevo (con motivo del binomio autor/actor, precisamente en un dramaturgo) a su buen amigo Carlos Gurméndez, y su sartriano El hombre actor de sí mismo. Ensayo de una antropología dialéctica (Akal: Madrid, 1977). Otra de las obras del filósofo que leí con gusto.

** En fase larvaria, ¿y en la espera/esperanza de una próxima metamorfosis?

*** La cursiva pretende llamar la atención sobre la feliz confluencia en este término castellano, según el DRAE, de dos significados con origen en dos términos italianos diferentes, faccia y fascio, que nos llevan a distintas acepciones (poéticamente confluentes) en nuestro idioma: mamarracho y fascista.

**** En palabras de un tuit reciente del admirable (y lúcidamemente longevo) Edgar Morin, la de las "ruidosas botas" y también la de las "silenciosas pantuflas".

***** Recordemos aquí un momento al Peter Handke de La pérdida de la imagen o por la sierra de Gredos



sábado, 12 de septiembre de 2020

177. La imagen de los textos

Este blog, el programa, la plataforma, lo que sea que está detrás (es una forma de decirlo) del hecho de que este texto esté disponible (visible) en la red*, ofrece diversos formatos para su visualización**.  Resulta entretenido elegir uno, y también complicado. La distribución del espacio, los colores, el espacio y el lugar ocupado por las imágenes, todo se puede seleccionar dentro de un amplio rango de posibilidades. Las imágenes, es decir, las fotografías, no plantean ningún problema porque desde el comienzo del blog decidí (aunque creo que no lo escribí) que solo incluiría textos. Recordaba e invocaba entonces el mensaje esencial de Imágenes y palabras, de Emilio Lledó, y recuerdo y traigo aquí algunos momentos ("Es tiempo la materia de la escritura") de esa colección de textos:

"Ese imperio de viento, esas tempestades visuales que anegan y asfixian la posibilidad de pensar y, por consiguiente, la posibilidad de ser, vienen acompañadas, además, de una ideología que se expresa en aforismos que parecen lugares comunes e indiscutibles. Así aceptamos con la mayor sumisión y después de haber oído el discurso de la modernidad, del futuro de la modernidad, tesis como aquella que dice que «Una imagen vale más que mil palabras». ¿Qué imagen?, ¿qué valer?, ¿qué palabras?"

"En el mundo de la visualidad, en la inundación continua de las imágenes, es más necesario que nunca el cuidado del lenguaje, el cuidado de la interpretación; de lo que hacemos con ese lenguaje para que pueda ser captador y asimilador de imágenes que lo enriquezcan y lo estimulen y para que, sobre todo, pueda rechazar ese dominio de esperpentos que nos acosa. Un dominio que somete el desarrollo de la mente a un futuro cegado por el chisporroteo de fantasmas, de espectros que lentamente nos llevan, otra vez, al fondo de aquella caverna de la que, al parecer, hace milenios habíamos logrado escapar."***

Con el maestro siempre, en esto como en otras cuestiones que se han inscrito en algunos rincones de este blog. Sin embargo, ese imperio poderoso acaba alcanzando (rozando) también a las palabras, a los textos, que también convierte, como nos recordó Bradbury (#56), en imágenes: "un texto en una pantalla no es un texto, sino la imagen de un texto." No podemos sino conceder, ante estos textos inscritos, representados, en nuestras pantallas, que de alguna forma debemos tratarlos también como imágenes; de alguna forma, esto es, con un formato determinado. Al fin y al cabo, algo parecido ocurre con los textos en papel, que sostenemos en las manos y tocamos y olemos: pueden ser de una manera o de otra, más o menos adecuada para una lectura cómoda y agradable. Solo quería decir, en suma, que, obligado a seleccionar un diseño del blog, he elegido de momento el que me parecería mejor si el texto estuviera inscrito en papel (siempre se puede imprimir, ¿y entonces?). Aquel cuya imagen se parece más a la de un texto real, aunque esto parezca escrito desde la caverna, como nos recuerda el maestro.


* Comienzo este texto en diálogo con el DRAE. Compruebo, tecno-ignorante, que "blog", "red", "web", e "internet" ya forman parte de los términos incluidos en el diccionario (aceptados, hemos dicho siempre, esa cuestión de la autoridad). Dudo al escribir "red" por si el término no es lo bastante específico, pero lo es en ese contexto (por eso está aceptado).

** Dudo también aquí al elegir el término, y de nuevo el DRAE viene en mi ayuda tendiendo un puente entre la primera acepción de "visualizar", "visibilizar" (acabo de escribirlo), y la última (quinta), "hacer visible una imagen en un monitor." Una imagen, un texto, o un texto-imagen. Sí, de eso estoy hablando, como se verá.

*** LLedó, Emilio. Imágenes y palabras. Madrid, Ed. Taurus, 1998. (pp. 152-153 y 155)



sábado, 29 de febrero de 2020

138. Almayer y su locura

Kasper Almayer, el personaje de Conrad (Almayer's folly, La locura de Almayer) es un héroe trágico de la memoria personal. El único occidental ("hombre blanco") en la costa este de Borneo, fue allí en busca de fortuna y, abandonado por su compañía, acabó creando un precario emporio comercial, lleno de trampas y engaños, en un complejo equilibrio de poder entre malayos, árabes y el ejército colonial holandés. Tuvo una hija, Nina, con una mujer malaya, y despues de veinte años en Borneo, decidió dedicar el resto de su vida a crear una última fortuna que le permitiera volver con Nina a Europa como un comerciante rico de ultramar. No contaba, sin embargo, con que Nina se enamoraría de uno de sus socios comerciales, el hijo del rajá de Bali, y que acabaría huyendo con él. Sintiéndose traicionado y en el extremo de la desesperación, Almayer se propuso entonces, y esa fue la última de sus locuras, olvidarla del todo, absoluta, radical, originariamente. Empezó -y es imposible no ver esa escena con la claridad cinematográfica que tantas veces se ha atribuido a los textos de Conrad (aunque sus novelas no se vean realmente como películas, creo, sino propiamente como novelas*)- empezó, digo, borrando cuidadosamente, una a una, las huellas que Nina había dejado en la arena de la playa cuando embarcó junto a su amante. Después destruyó todo lo que pudiera recordarle a su hija, enmudeció y quedó reducido a una vida latente cuyo único objetivo era olvidar la existencia de Nina. Finalmente, solo el opio y su propia muerte le permitieron cumplir su trágico destino. "Allá, allá lejos;/ donde habite el olvido","ojala que tu nombre se le olvide a esa voz", ¿habrá mayor tragedia humana que querer olvidar aquello que más se resiste al olvido?


* Hay una película basada en esta historia (https://www.imdb.com/title/tt1532530/), como hay tantas películas que han recreado y aun reinterpretado (p. ej., Apocalypse now) las grandes historias de Conrad. No la he visto (todavía), pero no necesito ver en una pantalla la escena de las huellas para comprender (que también es, en cierto sentido, ver, noéticamente) su hondo y pleno significado, que solo la palabra puede transmitir (dicho sea esto último como un mínimo homenaje a Emilio Lledó).


sábado, 9 de noviembre de 2019

108. Inteligencia artificial y ética

Un amigo me envía un artículo* y me pregunta por mi opinión. Se trata de una entrevista a José Ignacio Latorre, prestigioso físico académico que ha publicado un libro, Ética para máquinas (Ed. Ariel, 2019), donde aborda, según explica en la entrevista (no he leído el libro todavía), la necesidad de desarrollar los procedimientos éticos de deliberación que exige una inteligencia artificial (IA) cada vez más avanzada e incorporada a las máquinas que intervienen, también cada vez más, en nuestra vida cotidiana, individual y colectiva. 

Leeré el libro, claro, pero diré algo sobre la cuestión, que es importante, y a la que me aproximé hace unos meses mientras leía a Félix Duque** (ver QSY de 23/05/2019). En realidad, cuando me di cuenta de las consecuencias filosóficas de la IA fue durante mi participación en el Ethical Advisory Board (EAB) del Human Brain Project europeo (2014 - 2018). Allí pude compartir material e interesantes discusiones con expertos de primera fila. Una cuestión importante es en qué medida y de qué modo la IA modificará la vida humana, nuestro mundo de la vida (Lebenswelt). Otra, no del todo independiente de la anterior, es cómo transferir a los sistemas de IA los procedimientos de deliberación que nosotros mismos hacemos continuamente. Cómo tecnologizar lo humano, por un lado, y cómo humanizar la técnica, por otro. Se trata de problemas muy "técnicos", también desde el punto de vista filosófico, en un ámbito en el que me resulta difícil encontrar mi propio criterio para reflexionar.

Pienso ahora, como pensaba entonces durante aquellas interesantes reuniones del EAB, que el problema ético real está en otro sitio. Creo que no se puede hablar del progreso general de la tecnología, more Pinker (ver QSY de 12/10/2019), como si se tratara de un único plano inclinado por el que una Humanidad cada vez más ilustrada avanza hacia un futuro luminoso. La IA sirve para jugar, para producir y vender, para curar, y también (¿sobre todo?) para matar. Es posible que haya que desarrollar una ética (de la deliberación) interna para sistemas que simulan acciones o decisiones humanas, pero lo realmente prioritario es desarrollar una reflexión ética sobre el uso humanamente, vitalmente, adecuado de la IA.

El ser humano es un animal, el animal más complejo, dotado de instrumentos, y parece claro que esos instrumentos han contribuido decisivamente, evolutivamente, a esa alta, máxima, complejidad. Podemos pensar que el instrumento más complejo y sofisticado está siempre por llegar, como resultado del progreso tecnológico colectivo; y también podemos pensar, con cierto giro de la mirada, que no, que el instrumento más complejo es este que nos ha acompañado desde el origen, y que utilizamos siempre que hablamos, pensamos o escribimos, el lenguaje y el pensamiento humanos. El instrumento que nos hace y nos permite ser lo que somos. De eso no ha dejado de hablarnos desde hace muchos años Emilio Lledó. El desarrollo tecnológico (en las fases sucesivas que presenta Félix Duque en su texto) ha permitido simular, con eficacia creciente, una parte (mínima) de ese instrumento original en máquinas, y eso es lo que hoy conocemos como IA.

"Pues si cada uno de los instrumentos pudiera cumplir por sí mismo su cometido obedeciendo órdenes o anticipándose a ellas, si, como cuentan de las estatuas de Dédalo o de los trípodes de Hefesto, de los que dice el poeta que entraban por sí solos en la asamblea de los dioses, las lanzaderas tejieran solas y los plectros tocaran la cítara, los constructores no necesitarían ayudantes ni los amos esclavos."*** Así reflexionaba Aristóteles (Política I, 1253b) sobre una imaginaria autonomía de algunos instrumentos mecánicos de su tiempo. Una mayor autonomía de los instrumentos externos simulando algo de nuestro instrumento fundamental ("obedecindo órdenes o anticipándose a ellas") tendría (y ha tenido, manifiestamente) consecuencias para la organización de la pólis, esto es, políticas (y sabemos que para Aristóteles la Ética era una introducción a la Política).

Aunque la reflexión ética contemporánea es mucho más sofisticada, y también la política, creo que no deberíamos perder esa perspectiva fundacional, en la que late la teleología aristotélica. ¿Para qué cada cosa? Para la vida, y principalmente para la vida humana, la mejor que se pueda alcanzar. Esa debería ser la dimensión ética de la IA.




* https://www.elmundo.es/papel/lideres/2019/02/22/5c6d378cfc6c83f76a8b4773.html. Una entrevista similar, que aborda alguna cuestión adicional, puede encontrarse en https://elcultural.com/jose-ignacio-latorre-estamos-cerca-de-conseguir-que-los-robots-sientan-emocion.

** Félix Duque. Filosofía de la técnica de la naturaleza. Abada Ed., Madrid, 2019.

*** Traducción de Manuela García Valdés. Ed. Gredos, Madrid, 1988.

(Encuentro en un texto de Roberto Esposito la referencia al verso de la Ilíada citado por Aristóteles: XVIII, 376. Esposito R. Personas, cosas, cuerpos. Madrid: Trotta, 2017. p. 36)



sábado, 26 de enero de 2019

34. La unidad de la izquierda

Reclamamos, esperamos, sufrimos y, sobre todo, hablamos mucho de la unidad de la izquierda. Después de estos últimos episodios podemitas (lo personal frente a lo organizativo en la actividad política, la Realpolitik) y de la previsible trayectoria del gobierno actual (y la última no-sorpresa de hoy mismo en relación con el golpe "institucional" en Venezuela), la vergonzosa Realpolitik, que busca su coartada y su amparo en el ámbito europeo, la reclamada unidad de la izquierda, digo, es la de los que pierden, los que perdemos. Todas estas derrotas, estos pasos atrás, sí que nos unen, aquí, en Latinoamérica, en Palestina y en tantos otros sitios.

En un reciente homenaje a Juan Eduardo Zuñiga (escritor del exilio interior) en su 100 cumpleaños (Instituto Cervantes, Madrid), Emilio LLedó nos habló de la importancia esencial de la memoria ("somos memoria"), y nos contó con voz emocionada lo bien que recordaba haber visto con sus propios ojos el cartel de "No pasarán" sobre la calle de Alcalá. "Y pasaron, pasaron, y siguen pasando", nos recordó. Nos reconocemos en esas palabras y nos damos cuenta de que "siguen pasando", y sufrimos por ello. No hace falta mucho más para fundamentar la unidad de la izquierda. (Dx)



domingo, 13 de enero de 2019

31. Mis poemas


Mis poemas no los escribí yo, los escribieron mis poetas. Los encuentro sin buscarlos, y sé bien cuando los encuentro. Entonces son ya para siempre. Escribirlos para mí y escribir sobre ellos es mi lenguaje más alto.

Bastaría con saberlos, con recordarlos, y cumplirían así su función de una forma más pura. Sin embargo, también es interesante pensar lo que hay en escribirlos. Volver al mito de Theuth y Thamus, tal como me lo descubrió Emilio Lledó. (De Huellas, 2010)

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Conviene analizar con cierto detalle ese proceso fulgurante por el que un poema, casi siempre desde la primera lectura, se convierte en un clásico para uno mismo. La clave está, creo, en la captación (inmediata) del sentido del poema, y (a la vez) en la forma en que ese sentido se convierte en aire, aroma y calor de nuestro propio mundo interno y externo. O lo descubre. (De Huellas, 2010)

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El valor o la ventaja (selectiva) de la palabra y de todo lo que se puede construir con palabras es su capacidad inmensa, ilimitada, de concentrar y conservar realidad. La forma más depurada en que lo hace es el poema. (De Huellas, 2010)