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viernes, 14 de julio de 2023

miércoles, 5 de mayo de 2021

211. Aporías de la democracia: el muro

Voy aprendiendo poco a poco de biopolítica, esa noción o perspectiva (todavía no sé bien de qué género de cosa se trata) que estuvo bastante de moda hace unos años (en torno al cambio de siglo) y que ha vuelto a emerger en muchos análisis de la pandemia actual. De la historia previa del término y de su uso, en los años 70 del s. XX y después, con Foucault en el centro de la imagen, naturalmente, y en los años 20 y 30 y sus consecuencias necropolíticas, se hablará cuando proceda (hay un artículo en ciernes). Me preocupa ahora principalmente encontrar un camino (decir "mi" camino sería solo otra forma de decirlo) hacia una biopolítica positiva, vivificante (por no decir salvífica, término más alejado de un posible -y necesario- sentido a-teo). No solo por cierto optimismo militante, que aprendí a ejercitar con Bloch, sino porque mi primer encuentro con ella, creo, me permitió intuir la conclusión a la que habría de llegar cualquier análisis en este ámbito: Ciudad de La Habana, enero de 1993 (§55). Como en tanta biopolítica actual, ese camino tiene una referencia original (primera) en Aristóteles

El hombre como ser vivo y como sujeto/objeto político; la vida, en el ser humano y en el resto de los seres vivos, sometida al control y al poder políticos (biopoder); las estructuras (esto es más marxista) y los dispositivos (esto es foucaultiano) que gobiernan la vida y la muerte; de todo esto han tratado los que han pensado la biopolítica. Entiendo que hay una biopolítica de las poblaciones, los grupos sociales, las multitudes "vivas", y hay otra, entreverada con la anterior, de las individualidades, los cuerpos las personas, las subjetividades ("anatomo-política" es el término acuñado por Foucault). De esta última he aprendido la noción de "subjetivación" ("subjetificación", en algunas traducciones casi imposibles). Primero el término, porque aún tengo que llegar a la noción. 

¿Cómo se construye biológicamente (biográficamente, diría Ortega) la idea que uno tiene, se hace, de sí mismo? ¿Cómo se hace la persona que uno piensa que es, y a cuya altura -en palabras de Conrad- uno pretende siempre estar? ¿Se trata del mismo proceso que, considerado desde otro ángulo (la práctica política), lleva a la adscripción (firme, vital) a una ideología? 

Comencé esta nota unos días antes de las últimas elecciones en la Comunidad de Madrid (4 de mayo de 2021), de alguna forma intuyendo (temiendo) sus trágicas consecuencias para la izquierda local. "El muro" que incluí en el titulo ha resultado ser, expresado en votos, más alto que lo imaginado. Un muro, aparentemente compacto, de subjetividades, de sujetos (a sus propios miedos, inducidos, a su egoismo, en muchos casos, a su perplejidad, quizás, en otros). Como el que rodea el jardín del gigante egoísta en el cuento de Wilde. Un muro tan bien construido que, cuando la izquierda (ingenua, voluntarista, a veces paternalista) se acerca, crece.