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jueves, 23 de mayo de 2019

61. Hobbes, el multimillonario y algo más de biopolítica

En un importante texto, recientemente reeditado y extensamente ampliado, de Félix Duque (Filosofía de la técnica de la naturaleza*), el filósofo nos conduce reflexivamente a través de los estadios históricos (orgánico, artesanal, mecánico, cibernético y hacia un más allá solo intuido) que han conformado las nociones de técnica, naturaleza, y, en consecuencia de ser humano (y de su "naturaleza"). Para ello nos invita a un diálogo con los textos y los filósofos que han encarnado o discutido esas nociones, Platón, Aristóteles, Descartes (también Galileo y Newton), Kant, Hegel, Heidegger, y, en los últimos capítulos, con algunos poetas (Hölderlin, Rilke, Celan), artistas plásticos (Bill Viola) y arquitectos. La noción de naturaleza (falsamente entendida como "primaria") como producto de la técnica (la "técnica de la naturaleza") propia de cada uno de esos estadios; y así también la noción de ser humano, de vida humana y de la forma de Estado característica de cada época. Nos recuerda Félix Duque, p. ej., cómo el Estado moderno (absolutista) se conforma, en uno de sus téoricos principales, Thomas Hobbes, como una máquina (estadio mecánico) dirigida a preservar la naturaleza humana, el derecho natural del hombre, derivado de "las tres pasiones que engendran las Leyes de la Naturaleza: miedo a la muerte, deseo de lo necesario para una vida cómoda, y esperanza de alcanzar ésta por su industriosidad (industry)."** Miedo a la muerte, a que a uno le mate el hombre lupus en constante bellum de todos contra todos***. 

He vuelto a pensar en este miedo, de una forma u otra inscrito en la raíz del Estado moderno (esto es, entendamos de una u otra forma quién, qué grupo o institución social, se beneficia de ellos -del miedo y del Estado), ahora que se debate, en plena campaña electoral, sobre las donaciones de un multimillonario (que se encuentra entre los diez más ricos del planeta) al sistema sanitario público de nuestro país. El debate ha generado, en la izquierda diversa, una extensa y sana respuesta en defensa del Estado "social y democrático de Derecho"****. Hay algo que decir sobre la forma de la donación, que muestra algunos aspectos, diríamos que toscos, del gesto. ¿Por qué no se trata de una donación anónima? ¿Por qué no se dona al Estado sin más para que éste lo administre como mejor determine? Claro, cómo distinguiríamos esto último de unos impuestos, y, como se ha dicho, de una rebaja de impuestos. No, se dona muy directamente, no al sistema sanitario público en conjunto (ni siquiera un multimillonario como este podría competir con la financiación de un sistema como el nuestro), sino, localmente, aquí y aquí y aquí, como un regalo caído del cielo, a aquello que identificamos, bien lo sabemos, como una de las principales amenazas a una vida humana féliz: el cáncer. Ni siquiera a la investigación de posibles tratamientos, donde nuestro Estado invierte cantidades claramente insuficientes, sino al diagnóstico y al tratamiento de acuerdo con los protocolos actuales, que en nuestro país están garantizados.

Esto nos lleva al fondo, a la materia de la donación. ¿Qué produce, qué genera, y qué finalidad tiene? Produce, en la población diana (target, en términos de marketing), pacientes, potenciales, actuales y pasados, y también en cierto sector político, agradecimiento y admiración (honor, orgullo, thymós*****). Valdría la pena, si no se ha hecho ya, comparar el miedo a la muerte de los tiempos de Hobbes, y en su propio país, con el que tiene la población actual en nuestro mundo (sí, todavía quedan otros mundos, extensos). Se trata ahora del miedo a la enfermedad, a la vejez y a la fragilidad, y es el Estado actual, son nuestros sistemas sanitarios públicos, los que nos permiten olvidarnos de todo eso durante largos periodos de nuestra vida y alcanzar unas cotas de supervivencia (en la salud y en la enfermedad) hasta ahora desconocidas. El Estado, que vive (no es un decir: vive, vivimos, hegelianamente) de nuestros impuestos. Que los multimillonarios paguen los suyos (aunque sabemos que nunca lo harán) y, mientras no quieran formar parte de nuestra comunidad política, que nos dejen sencillamente en paz. (Dx)


* Félix Duque. Filosofía de la técnica de la naturaleza. Abada Ed., Madrid, 2019.

** Loc. cit., p. 182.

*** Sobre ese miedo y la incertidumbre que implica la guerra total, indeterminada, tiene el filósofo algunas cosas muy lúcidas que decir en el último capítulo del libro, dedicado al terrorismo de las últimas décadas.

**** Ver, p. ej., El dilema Amancio, de Gerardo Tecé: https://ctxt.es/es/20190522/Firmas/26315/gerardo-tece-amancio-ortega-sanidad-publica-donacion-maria-munoz.htm

***** También en el sentido propuesto recientemente por Sloterdijk, totalmente opuesto al de este texto, y que merecería un próximo QSY dedicado enteramente a él.



sábado, 3 de febrero de 2018

10. Aristóteles y los seres vivos (primer encuentro)



Acostumbramos a pensar que las ideas y las cosas que manejan los científicos actuales pertenecen a un ámbito íntimo y secreto de la naturaleza y del quehacer humano, algo reservado a unos pocos que -no sabemos bien por qué- disponen de las claves para descifrar esos hechos semiocultos. Pero es  importante darse cuenta de que, si hay algo realmente privativo de la praxis del científico, es aquello que está irreductiblemente incorporado a él mismo como familiaridad con su ámbito especializado de estudio, eso que he llamado “complejo técnica-objeto”, esto es, ese mismo ámbito de cosas considerado desde un reducido grupo de técnicas, y solo desde él. Es este elemento cuantitativo, cuantificador, el que constituye y da forma al objeto en cuanto tal y se hace inseparable de él, consustancial a él. Es, por decir así, el correlato científico del fenómeno. Ahora bien, ¿qué ocurre con las ideas que se aplican a esos “complejos” y, en parte, se desarrollan sobre el análisis y la reflexión en torno a ellos? Tales ideas son las comunes, quiero decir con ello las de todos, o las que en cada época puede conocer y utilizar una persona debidamente informada. Por eso tienen los estudios científicos esa capacidad sorprendente de desbordarse cada cierto tiempo (Galileo, Newton, Darwin, Einstein) e inundar el mundo de las ideas contemporáneas: porque se trata de las mismas ideas, comunes y generales, en suma, de una misma racionalidad.
¿Pero de dónde surge y cómo se desarrolla históricamente algo así como una idea del ser vivo? Hemos de admitir que, en gran medida, es a partir del mundo científico de los “complejos técnica-objeto” de donde surgen y se desarrollan las ideas. Pero también tenemos que admitir ya que las ideas se desarrollan históricamente en términos de sus propias contradicciones y de su modo de racionalidad y, muy principalmente, en términos del conjunto de la praxis humana sobre su realidad material.
Hay, pues, una fuente de desarrollo de las ideas en lo cuantitativo, en el análisis directo (técnico) de los hechos empíricos -en la ciencia, en suma. Y hay otra fuente -quizá solo virtualmente diferente de la anterior- en lo cualitativo, en lo que en cada época se piensa que son las cosas, y en cómo se piensa que son, en su modo propio de ser.
La biología de Aristóteles tiene la notable particularidad -estratégica para este análisis- de que en ella los hechos naturales se analizan con categorías cualitativas y es, en consecuencia, una biología que no deja de ser filosofía. En ningún autor mejor que en Aristóteles podemos aprender lo que hay de filosófico en todo análisis del ser vivo, esto es, su fondo cualitativo, la reflexión subyacente sobre el ser vivo en cuanto modo de ser. No existe todavía el “complejo técnica-objeto”. Lo científico se limita a la mera observación y no se despega aún, por ello, de la reflexión filosófica. En Aristóteles podemos aprender qué es una idea del ser vivo, si es que queremos descubrir qué idea podemos hacernos hoy de los seres vivos por detrás y por encima de la amalgama -por lo demás fecunda y riquísima- de “complejos técnica-objeto” que la biología actual ofrece. (De Huellas, 1992)
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Creo que hoy sé algo más, y puede que en esto me deje llevar en cierto modo por el análisis “genético” que W. Jaeger (*) hizo de la filosofía aristotélica. Es posible que los tratados aristotélicos representen, entre otras muchas cosas, ese primer punto de escisión, de divergencia, en Occidente, entre la reflexión filosófica y la investigación científica (istoría) de los seres vivos; si intentamos decirlo en los propios términos aristotélicos (¿y también heideggerianos?), entre los seres vivos en cuanto modo de ser, y en cuanto entes o entidades de una determinada clase o género de la realidad. (2018)

(*) Para W. Jaeger (Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo intelectual) esta escisión (o evolución) se habría producido entre lo que considera como el primer Aristóteles, cuasi platónico y puramente metafísico (en sus problemas fundamentales) y el último, entregado al estudio de la naturaleza, y de la historia del hombre y sus instituciones. [Muchos autores posteriores han rechazado este abordaje y sus conclusiones, entre ellos I. Düring (Aristóteles): "Esta construcción de su desarrollo es, a mi parecer, falsa".]