Explica muy bien Ana Carrasco-Conde en su Decir el mal (§347), siguiendo la interpretación de la Escuela de Frankfurt, cómo las prácticas de maldad extrema descritas por el Marqués de Sade en su castillo imaginario, y sus presupuestos intelectuales y morales, encierran elementos utilitarios (eficacia), kantianos (deber) y estoicos (impasibilidad) aparentemente respetables o, al menos, inocuos. La banalidad del mal (Arendt), una vez más.
"El resultado es una naturaleza destructiva canalizada fríamente por la razón a través del cálculo y la medida, es decir, de una ratio que funciona automáticamente alimentada por la pulsión de muerte. Una razón que construye un armazón que produce destrucción y que es incluso creativa para mejorar sus procesos." *
Mientras leía esto me encontré pensando, de repente, en la maquinaria de guerra (en realidad, más allá de la guerra, exterminio), guiada en parte, cómo no, por inteligencia artificial, que el ejército de Israel ha desplegado en Palestina. Frente al creciente tecnofascismo que sostiene y justifica este horror, tan banal, aparentemente, ¿qué podemos hacer como testigos, como voyeurs, de ese espectáculo sádico? O mejor, ¿qué hacemos? (nos pregunta el Aliosha que, con suerte, aún llevamos dentro).
* Carrasco-Conde A. Decir el mal. Comprender no es justificar. Barcelona: Galaxia-Gutenberg, 2021, pp. 143-144.