sábado, 4 de mayo de 2024

364. Escribir bien

 Eso se pro-pone todo el mundo cuando se pone a hacerlo, supongo. No sé si un fin, un medio o las dos cosas a la vez. Ha surgido la cuestión con unos amigos, hablando de Chirbes, durante unos días espléndidos en Levante, muy cerca de su tierra chica (natal y lo contrario). También por lo que encuentro en la web que dijo Saramago sobre Gonçalo M. Tavares*: "No se puede escribir tan bien a los 35 años, dan ganas de pegarle un puñetazo en la cara."

Me propongo, pues, dedicarle un tiempo de lectura (y degustación) a los dos, a Chirbes y a Tavares. Aprovecharé, ahora que estoy leyendo intensamente a Helmuth Plessner (los artículos sobre la memoria siguen su curso), para pensar en esto en términos de expresión, de expresividad, una característica esencial del ser humano para el filósofo-antropólogo alemán. Y de algo que me parece intuir: se escribe bien cuando se consigue decir aquello que realmente se quería decir (y que solo se puede alcanzar escribiéndolo, to ti en einai).

Escribir bien, tan bien, es un don, y en nuestra vida de lectores no hay mejor regalo que descubrir, de vez en cuando (leyendo bien), a uno o una de quienes han recibido, con su propia vida**, ese don.


* Descubro a Tavares, poeta y autor de novela y teatro, en mi exploración permanente de poetas portugueses, ahora en el precioso librito Os cem melhores poemas portugueses dos últimos cem anos (Lisboa: Companhia das Letras, 2023). Me lo regaló en Oporto el residente que me descubrió el Sísifo de Torga, al día siguiente de que Oporto me recibiera precisamente con ese poema (§358).

** Se me escapa aquí un asunto con el que llevo un tiempo ocupado, de la mano de Derrida, Heidegger y otros: la vida como un don. Un asunto difícil.



martes, 23 de abril de 2024

362. Gramsci y los filósofos

 Estos QSY, que nacieron como un experimento (gadameriano, me decía yo, sobre todo al principio), se han ido convirtiendo, a veces, en otras cosas. Nunca han dejado de ser (o de querer ser) meras notas, pero (de ahí el experimento), notas públicas (por más recónditas que puedan también ser). Cumplen, al menos para quien las escribe, otra función, de la que seguramente no conviene hablar mucho (si acaso, más adelante). Digamos de momento que, mientras la cumplan, bien está. Hay aun otra más, sencilla, inmediata, y es la de hacer de registro, de phármakon (Platón, Derrida) para la memoria (una función bastante común de las notas, naturalmente). 

Anoto aquí, por ello, una cita de Gramsci, interesante por verdadera, que encontré en uno de los artículos de Marcial Suárez que Mu anda revisando últimamente*. Aquí la cita, en una versión algo más extensa que la del artículo:

"Todos los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales (...). No hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el homo faber del homo sapiens. Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual, es decir, es un "filósofo", un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar." **

"Todo el hombre está en todo hombre", nos enseñó Montaigne y nos recordó Sartre (Les mots).


* Suárez M. Los intelectuales y la libertad, El País, 31/12/1976. (https://elpais.com/diario/1976/12/31/cultura/220834805_850215.html) Hay un addendum del 11/01/1977: La cita era de Gramsci (https://elpais.com/diario/1977/01/11/opinion/221785207_850215.html).

** Gramsci  A. Los intelectuales y la organización de la cultura. La cita está tomada del Estudio Introductorio de GA Varesi, pp. 36-37, a la selección de textos con título Hegemonía y lucha política en Gramsci, Buenos Aires: Luxemburg, 2016.



sábado, 20 de abril de 2024

361. Atapuerca

Hace unos días todas las personas contratadas en mi centro de trabajo (un organismo público de investigación, por decirlo con su denominación taxonómica oficial) pasamos dos días estupendos de convivencia (así suele decirse, al parecer) visitando en Burgos el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CNIEH), el Museo de la Evolución Humana y los yacimientos (no todos) de Atapuerca. También visitamos el Centro de Arqueología Experimental de Atapuerca, no lejos de los yacimientos, y en cada lugar nos acompañó un/una guía altamente competente que nos ayudó a aprovechar al máximo la visita. Todo aquello impresiona, sin duda, y no esperaba otra cosa, pero en mi caso hubo algo más, algo de lo que me di cuenta, realmente, cuando se lo dije a Emiliano Bruner, un investigador del CNIEH que colabora con nosotros. 

Si hago un repaso rápido, puedo recordar que he estado, a lo largo de muchos años, en lugares donde he experimentado (aunque ahora lo recuerde de un modo más o menos vívido) una emoción especial por estar allí. Así, recordando de modo más bien caótico, puedo decir: la tumba de Marx, Stonehenge, algunas salas del Museo Británico, ciertos lugares del Louvre y del Musée D'Orsay, la Plaza de la Revolución de la Habana, la casa de Darwin en Kent, y la tumba de Machado en Collioure. Sin embargo, como le dije a Emiliano, cuando me preguntó qué me había parecido todo, creo que pocas veces había tenido la impresión de estar ante algo tan importante, como cuando me encontré ante los restos fósiles de Homo del Museo y en los yacimientos donde se habían encontrado. Algo importante, significativo, esencial, algo en cuyo sentido conviene reflexionar de vez en cuando.



lunes, 15 de abril de 2024

360. Intolerancia o silencio

No sé si puede tener algún interés, qué se yo para quién, mostrar aquí cierta metodología en la gestación de estos QSY (valga la redundancia), por poco sistemática que sea. El caso es que habían encontrado un lugar, de un modo más o menos espontáneo, en algo que podríamos llamar un proto-QSY, dos textos, uno de Karl Jaspers y otro de Marcial Suárez. La idea originaria de ese (este) QSY era cierta relación, aún no del todo clara (más bien intuida), entre ambos textos; una relación (una idea), pues, que, para aclararse convenía dejar madurar o, al menos, reposar. Y eso hice, dejarlos aquí varias semanas, en espera de algo que no es fácil de prever ni describir, algo que solo puede señalarse cuando ocurre, como un pequeño acontecimiento. Quizá tenga que ver con cosas de la vida cotidiana que han pasado entre tanto, y quizás también con el recuerdo oportuno (quién sabe, de nuevo, por qué) de otro texto, este de Habermas, de lectura también reciente. El centenario filósofo alemán publicó en 1973 un artículo (el texto de una conferencia impartida por la radio) con el título de ¿Para qué aún filosofía?. La pregunta estaba restringida, más o menos, al ámbito alemán y al medio siglo precedente, y se apoyaba, de entrada, en un texto previo de Adorno: "La filosofía, al tener que justificarlo todo por sí misma, no podía ya soñar por más tiempo en hacerse dueña del Absoluto; es más, debería prohibirse pensar en él para no traicionarlo, y, sin embargo, no debería dejarse desplazar un ápice del enfático concepto de Verdad. Esta contradicción es su elemento."

Los textos, dice LLedó, tienen relieve, y en este último, a la luz de mi lectura, destacó especialmente ese "concepto de Verdad", al que, reconozco, no soy particularmente aficionado. Y así quedó, de alguna forma, en mi memoria, envuelto en una vaga reflexión sobre si, al cabo, no hacemos (aún hoy, en lo filosófico y en lo cotidiano) sino discutir eternamente entre nosotros sobre aquello que cada uno considera verdadero y sobre el modo en que ha llegado a considerarlo así. Socráticamente, diríamos, en el mejor (el mejorcísimo, claro) de los casos. 

Así, pues, fue esta última idea la que me permitió encontrar la relación (quizás ya intuida al principio) entre los dos textos previos.

Dice esto Jaspers cuando analiza la confrontación de la fe filosófica (lo que él denomina de este manera) con la fe religiosa:

"Las posiciones ideológicas secularizadas tienen a menudo en el seno de las culturas occidentales ese rasgo de absolutidad, de persecución de otras ideologías, de secta agresiva, de interrogatorio inquisitorial de los demás, siempre como consecuencia de creer en el derecho de exclusividad de la verdad considerada como absoluta por el que la sustenta.

Frente a toda esa realidad, la fe filosófica no tiene otra perspectiva que la idea, difícil de aceptar, de que contra la ruptura de comunicaciones y contra la prohibición de la razón, admitida solamente con condiciones, fracasa la mejor voluntad de llegar a una franca comunicación." **

 El segundo texto, sobre el que Mu y yo hemos hablado mucho recientemente, pertenece a la segunda parte de la novela El agua y el vino, de Marcial Suárez:

"Andrés sentía una gran estimación por Berardo, y Berardo la sentía por Andrés. Por eso, cuando Berardo acabó de hablar, Andrés guardó silencio durante un rato. Era el silencio de la estimación. Cuando dos personas hablan de una cuestión sobre la que tienen puntos de vista contrarios, los silencios pueden evitar acritudes, dan serenidad al desarrollo de una discusión que, de otro modo, iría avanzando -o retrocediendo- a golpe de choques y choques." ***

Cuando decidí poner estos dos últimos textos en contacto, me inclinaba más bien por una defensa del silencio (en el sentido ahí propuesto por M. Suárez) como garante, paradójicamente, de una "franca comunicación" (en el sentido de Jaspers). Callar, sin embargo, para evitar el bloqueo, la confusión y el daño, debería permitir además, en algún momento (cuando sea posible) iniciar cuidadosamente una comunicación abierta y confiada, despersonalizada, una búsqueda común de la verdad.

"Tú verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a  buscarla.
La tuya, guárdatela." ****

 ¿Para qué guardársela?, cabría preguntarle virtualmente al poeta. Para recordar, quizás, alguna vez, que no hay verdades individuales; que, como escribió otro poeta (E. E. Cummings), solo sintiendo somos nosotros mismos, mientras que cuando creemos, pensamos o sabemos, somos "muchos más".


* Habermas J. ¿Para qué aún filosofía? Teorema: Revista internacional de filosofía, Vol. 5, Nº. 2, 1975, págs. 189-212.

** Jaspers K. La fe filosófica. Traducción de J. Rovira Armengol. Buenos Aires: Losada, 2003, p. 94.

*** Suárez M. El agua y el vino. Segunda Parte. Barcelona: Anthropos, 1992, p. 88.

**** Machado A. Proverbios y cantares, LXXXV. Nuevas Canciones.



sábado, 30 de marzo de 2024

359. La memoria común

 A vueltas con la idea de tradición en Jaspers y su relación con lo que se viene conociendo como memoria colectiva (a partir de Halbwachs y Blondel). Ese modo de existencia común (co-existencia y también ex-sistencia), modo de lo abarcador (das Umgreifende), en la comunicación y la razón común (logos). 

Eso somos en última instancia (o en una de las últimas, al menos), todo eso que somos capaces de evocar, recordar y reconstruir, como grupo, como tribu (también como generación), alrededor de una mesa y de una botella de vino (¿tótem?). (Dx)

 

 

domingo, 24 de marzo de 2024

358. Lo casual

Hace unos días fui a Oporto a dar una charla y viajé en coche, claro, como siempre. Me habían invitado a contar la historia del banco de cerebros, los bancos, tres décadas ya de historia, también personal. En el título de la charla incluí la pregunta, quizás algo irónica, de si, al cabo, la cosa había valido la pena. Se me ocurrió, por ello, comenzar citando (en una diapositiva) el poema Sísifo de Miguel Torga, en realidad solo el comienzo y el final, justamente los versos recogidos aquí en un QSY anterior (§314):

 "Recomeça..."

  Sí, hubo que recomenzar varias veces el banco a lo largo de los años, y en diferentes lugares, y la loucura lúcida con la que remata Torga el poema concuerda con mi pregunta del título de la charla.

 El viaje hasta Oporto fue agradable, tranquilo, aunque largo y, al final, un poco cansado. Llegué a media tarde al hotel donde tenía una habitación reservada, en una calle bonita (y no turística, afortunadamente) de edificios antiguos, cubiertos de azulejos, muy próxima al Hospital Santo Antonio, donde daría mi charla al día siguiente. Un hotel pequeño (también bonito), sin un espacio donde dejar el coche antes de descargar y llevarlo a un parking. Di algunas vueltas por aquellas calles estrechas hasta que encontré un pequeño hueco para dejar el coche un momento. Bajé del coche, cogí la mochila y lo cerré. Mientras me aseguraba de que quedaba bien cerrado miré a la pared que tenía enfrente, medio cubierta por unos bonitos azulejos, muchos de ellos ausentes. Sobre los azulejos, escrito con mucho cuidado, nítidamente: "Recomeça...", precisamente los primeros versos del poema de Torga. Rápidamente, hice una foto con mi teléfono móvil, convencido de que tendría que incluirla en la presentación de mi charla.

 Así me recibía Oporto, pensé, de un modo tan amable y tan personal. Así me recibía ese país, como el mío, de grandes poetas. Que esta historia fuera a resultar verosímil en mi charla del hospital, eso no lo veía tan claro.