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sábado, 7 de septiembre de 2024

380. Padres e hijos

Cena con hijos (con Mu, Pi y Alfa), ya adultos e independientes, siempre admirables (como quería mi cita favorita, quizás imaginaria, de Hesse [§353]). Sus vidas, entrelazadas (a veces más, y a veces ya menos) con las nuestras. Sus esperanzas y alegrías, como sus penas y preocupaciones (Sorgen), siempre también las nuestras. Calidez común del reencuentro, recordada, renovada. Comprensiones y algunas incomprensiones, sutiles, generacionales, necesarias. Momentos de vida rotunda y plena que merecerían unos versos de Jorge Guillén.

(Sí, ahí en el fondo suena, resuena, Father and son, de Cat Stevens, que (mal) recordábamos hace poco durante una cena especialmente agradable, entre copas (de vino), y también la novela de Turguéniev, y esos versos doloridos, catárticos, de Claudio Rodríguez y Eugénio de Andrade, que dejé aquí hace tiempo en suspenso.)

 

 

domingo, 3 de marzo de 2024

353. La realidad y el recuerdo

Algunos discípulos y colegas de mi padre (reputado neurólogo) me han contado que él solía decir, en relación con el diagnóstico, que el menos fiable de todos es el del patólogo (utilizo esta forma anglosajona del término, ya plenamente establecida entre nosotros, en lugar de "anatomopatólogo", de origen francés y cada vez más en desuso). Ya entonces, hace no menos de cincuenta años, sonaría irónico, y esa era sin duda su intención; y yo he desarrollado mi vida profesional de neuropatólogo entre neurólogos que tomaban mi diagnóstico, especialmente en sesiones clínicas (clínico-patológicas), como el diagnóstico definitivo. No todos. A veces, al terminar una sesión, aún veo algún gesto escéptico que me recuerda la frase de mi padre y, naturalmente, mis propias limitaciones como observador en un nivel de la realidad y en una perspectiva determinados (por recordar de nuevo aquí a F. Cordón, con quien mi padre mantuvo largas conversaciones sobre biología y evolución).

 Ciertamente, en ocasiones lo más directo y empírico (el microscopio) parece lo más firme y verdadero, y no es así. Ocurre algo (vagamente) similar con la memoria, los recuerdos, o, para precisar más, los falsos recuerdos (o incluso aquellos recuerdos de los que no podemos saber si son falsos o no).

Llevo muchos años citando, con clara intención provocativa, una frase de Hermann Hesse que, como decimos a veces, me gustaría haber escrito yo mismo: "A los hijos no debemos educarlos, sino admirarlos." Cuando la cito suelo decir también que la leí en la correspondencia entre Hesse y Thomas Mann, un conjunto de cartas, por cierto, lleno de gestos y cosas admirables, de un altísimo respeto entre ambos amigos, aun más explícito y cuidadoso cuando había algún desacuerdo político o ideológico. Hace algunas semanas decidí buscar la cita para dejarla recogida en estos QSY... y no la encontré. Revisé las cartas de Hesse, las de Mann, especialmente aquellas en que hablan de la familia, de los hijos... y nada. Revisé también todo lo que tengo señalado (a lápiz) en el Glasperlenspiel, en Lecturas para minutos y en otros sitios, y tampoco está ahí. ¿Quizá Bajo las ruedas sea un buen candidato? ¿O es solo que parece ejemplificar la cita? En cualquier caso, tampoco ahí. ¿Es posible que la hubiera leído, no en un texto de Hesse, sino en uno sobre Hesse? Qué sé yo, produce una gran perplejidad caerse del burro de una certeza tan clara, tan evidente (y tan fácilmente falsable, por otra parte, como diría Popper)**.

Mientras tanto, quiero decir mientras no encuentre esa cita de Hesse (y aquí podría ir un emoji sonriente), podemos recurrir al socorrido consuelo de otra cita, cuya forma original se remonta a un aforismo de  Giordano Bruno: si non è vero è ben trovato. Ya me habría gustado inventarme aquella cita (y también esta otra, claro), pero de momento no lo veo muy probable.


* Hesse H. y Mann T. Correspondencia. Madrid: Anaya, 1992 (año, por cierto, en que nació uno de mis hijos).

** Recordemos aquí al Wittgenstein tardío de De la certeza, a quien he dedicado bastante tiempo en los últimos meses (y también a su noción de memoria).



martes, 7 de noviembre de 2023

339. Releer, recordar, (re)descubrir

 Será la edad (que tiene uno ya), o será (también) haber pasado muchas horas leyendo, haber tenido la suerte de poder hacerlo, el caso es que hay pocas cosas en las que valga más la pena emplear el tiempo que en buscar (mejor, rebuscar*) textos, citas o referencias en la memoria (lectora), en un juego personal y colectivo no muy alejado del Glasperlenspiel de Hesse. En la memoria personal, en la de nuestro grupo humano, y en la memoria intemporal de los textos. Dejó escrito Borges (y no hace mucho que lo leí, aunque no sabría decir ahora mismo dónde) que no vale la pena leer algo que no merezca (o requiera) más adelante una relectura.

Releí con mucho gusto, recientemente, La consagración de la primavera, de Carpentier, que ya había leído hace no menos de 30-35 años. Iba en busca de un texto, recordado por Sigma (§323) en varias ocasiones, y relacionado (me pareció entender) con la trascendencia temporal, histórica de la Revolución de Octubre a lo largo del s. XX (y también, en nuestras conversaciones actuales, en lo que llevamos de s. XXI). 

Algo de contexto. Vera, personaje central de la novela (al igual que la propia obra de Stravinsky, e inspirado en la madre de Carpentier), es una bailarina rusa que llega a Cuba huyendo (como huyó su familia de Rusia) de las revoluciones y guerras del s. XX, también de la Guerra de España**. Vera no es comunista, y tampoco acoge con entusiasmo los primeros signos de lo que acabará convirtiéndose en la triunfante Revolución Cubana. Sin embargo, ante las enormes resistencias que encuentra (en la Cuba de Batista, en Nueva York y París) para montar una representación del ballet de Stravinsky (su prima-vera) ajena a un marco propiamente occidental, hace esta reflexión:

"Y empezaba yo a barruntarme que, tras de este empeño de «defender» un Occidente más amenazado en sus más finas tradiciones por una constante y agresiva invasión de la publicidad norteamericana que por cualquier otra cosa, lo real, lo inconfesado, estaba en un tremendo miedo a quienes, en la Batalla de Stalingrado, habían determinado el desenlace de la última guerra. El hecho de que los rusos hubiesen llegado a Berlín antes que nadie; el hecho de que Leningrado hubiese resistido un asedio de novecientos días; el hecho de que las gentes de mi raza hubiesen resistido con denuedo donde otros habían capitulado desde el primer momento, jodía ‒ésa era la palabra‒ a más de uno. A través de sus disfraces de puro intelectualismo, sus llamados a la neutralidad ante las cosas del espíritu, estos alardes de defender valores que nadie, en realidad, ponía en entredicho, apenas si podían ocultar el carácter político de iniciativas políticas manejadas por intelectuales y artistas conturbados por una perenne fijación política, adversa a cualquier brújula que apuntara hacia el Este, aunque presumieran de apolíticos, y amaran, por encima de todo, una Libertad que jamás acababan de definir de modo claro."***

Ante el horror, el horror abismal, de Gaza, un amplio grupo de intelectuales y artistas árabes, con Adonis, grandísimo poeta, al frente, nos han recordado también en estos días la incompetencia moral y política de tantos intelectuales occidentales.****


* Es oportuna aquí la segunda acepción de este verbo que podemos encontrar en el DRAE: "recoger el fruto que queda en los campos después de la cosecha."

** Así dice Carpentier. Por mi parte, siempre he preferido este modo de referirse a ella al usual de "Guerra Civil", y sé que en esto sigo, entre otros, a José Luis Barros, a quien se lo escuché decir siempre con especial énfasis dylaniano.

*** Carpentier A. La consagración de la primavera. Alianza: Madrid, 2015. Págs. 469-70.

**** https://www.pressenza.com/es/2023/11/carta-de-los-intelectuales-arabes-a-los-intelectuales-occidentales/

 

 

miércoles, 22 de abril de 2020

153. Ginkgo biloba

En mi terraza hay un ginkgo que tiene más años que mis hijos, creo, y mis hijos andan ya por los veintimuchos. Ha crecido lo que ha podido, el pobre, en un tiesto que, no siendo pequeño, tampoco le permite más que una altura de unos dos metros y medio, como mucho. Aun así, todos los años por estas fechas tiene un brotar espléndido, y en pocos días está lleno de esas hojas misteriosas, de un verde puro y luminoso, que siendo una parece que en algún momento quieren ser dos. Así lo vio Goethe, viéndose él mismo en ellas. 

"Dieses Baumes Blatt, der von Osten
Meinen Garten anvertraut,
Gibt geheimen Sinn zu kosten
Wie's den Wissenden erbaut.

Ist es ein lebendig Wesen
Das sich in sich selbst getrennt?
Sind es zwei, die sich erlesen,
Dass man sie als eines kennt?

Solche fragen zu erwidern
Fand ich wohl den rechten Sinn.
Fühlst du nicht an meinen Liedern
Dass ich eins un doppelt bin?"

Diré lo que yo escucho aquí y cómo sé decirlo en castellano:

"La hoja de este árbol que de Oriente
fue confiado a mi jardín
ofrece al paladar un sentido oculto,
de esos que gustan a los sabios.

¿Se trata de un ser viviente
que en sí mismo se ha escindido?
¿Son dos que han elegido
que se les reconoza como uno solo?

Al enfrentarme a estas preguntas
hallé, quizá, su sentido verdadero.
¿No sientes en mis canciones
que uno y doble soy?"

Es sabido que el poema tiene como motivo (en qué medida, solo el poeta lo sabía) su relación apasionada con Marianne von Willemer (Suleika), pero me gustaría centrarme ahora en el texto. Antes, quisiera recordar(me) cuándo y dónde encontré a Goethe. (Cuándo entra cada uno de estos grandes autores en nuestra vida, en general podemos decirlo, en el espacio y en el tiempo). Creo no inventarme un recuerdo ad hoc si digo que Fausto (entero) fue el primer texto serio que leí en mi vida (de lector). Recuerdo el lugar (en Galicia) y el tiempo (verano, vacaciones) y, por una referencia temporal de las que no se duda (una muerte), tendría entonces 13 o 14 años*. Sin embargo, encontré a Goethe de verdad, y no solo como gran autor, sino como "sabio intemporal" (Hermann Hesse**), entre los 25 y los 30 años, mientras trabajaba en biología teórica con Faustino Cordón, maestro. Comentábamos las Conversaciones de Eckermann, las novelas, los poemas, el Fausto, e incorporábamos a las discusiones de aquella biología teórica tan singular (Darwin, siempre Darwin) versos y expresiones de Goethe ("das geistige Band"***) que nos servían de lema en nuestra búsqueda de la esencia del ser vivo (aunque entonces pensáramos que lo que buscábamos era su efímera e inasible manifestación material). Goethe es de los autores que siempre han venido conmigo ("conmigo vais"), y en mi vida médica posterior me he recordado muchas veces aquella frase de Poesía y verdad: "la Medicina ocupa a todo el hombre porque se ocupa de todo el hombre."

Mis disculpas por atentar contra el "pudor autobiográfico" enunciado en §2. El poema. Lo primero que llama la atención en él es la cercanía, la proximidad de todo, y la estrecha relación sensorial que media en ese espacio, mundo, de cálida intimidad física ("mi jardín"). La hoja está ahí en la mano del poeta, que la contempla y examina mientras nos la muestra y nos invita a que busquemos y saboreemos (kosten) su secreto sentido, oculto. "¿No sientes...?" (Fühlst du nicht...), sí, aquí está la hoja, en mi mano, y aquí estoy yo, mírame. La hoja como "ser viviente" o ser vivo (lebendig Wesen) prepara la metáfora central del poema, y también metonimia teórica, diríamos, si pensamos en la Urpflanze (protoplanta) de Goethe como "hoja primordial" (y a la vez en el ginkgo como "árbol fósil"). ¿Es una hoja, son dos, es una hoja que quiere ser reconocida como dos? Uno y dos, diferenciación biológica, la de la planta en su crecimiento (de hecho, la hoja del ginkgo brota sin esa cisura que más tarde permite el juego visual uno-dos) y la de los que la contemplamos. Uno-dos, yo-tú-nos, diferencia/indiferencia que recuerda a Las cabezas trocadas de Thomas Mann**** (yo soy tú y tú eres yo), y más remotamente, al homble doble platónico. Dualidad oculta en la voz del poeta ("mis canciones"), con otro de nuestros grandes, "a ti debida".


* En realidad, el primer texto que leí pocos años después, con auténtico disfrute literario, fue El vizconde de Bragelonne, de Dumas.

** Dank an Goethe. Citado en Goethe, Gedichte - Poesías. Barcelona: Bosch, 1978.

*** "Wer will was lebendig’s erkennen und beschreiben, / Sucht erst den Geist heraus zu treiben, / Dann hat er die Teile in seiner Hand, / Fehlt leider! nur das geistige Band." (Faust 1, Studierzimmer. (Mephistopheles)

**** Otra dualidad misteriosa e iluminadora, la de Mann-Goethe en Carlota en Weimar.




viernes, 24 de enero de 2020

131. Lo que se dice y lo dicho

Lo dice, precisamente, Michel Foucault en El orden del discurso*, ese texto/discurso admirable:

"En resumen, puede sospecharse que hay regularmente en las sociedades una especie de nivelación entre discursos: los discursos que «se dicen» en el curso de los días y de las conversaciones, y que desaparecen en el acto mismo que los ha pronunciado; y los discursos que están en el origen de cierto número de actos nuevos de palabras que los reanudan, los transforman o hablan de ellos, en resumen, discursos que, indefinidamente, más allá de su formulación, son dichos, permanecen dichos, y están todavía por decir. Los conocemos en nuestro sistema de cultura: son los textos religiosos o jurídicos, son también esos textos curiosos, cuando se considera su estatuto, y que se llaman «literarios»; y también en cierta medida los textos centíficos."

A continuación, una vez definida esta división, Foucault la fluidifica, la quiebra. "Es cierto que esta diferencia no es ni estable, ni constante, ni absoluta." También la dramatiza (o la ironiza). "La desaparición radical de este desnivel no puede ser nunca más que juego, utopía o angustia."

Sí, en esta última frase están convocados algunos asuntos recurrentes de estos QSY, el juego, (Glasperlenspiel, Hesse), la utopía (Experimentum mundi, Bloch) y los maestros de la fenomenología existencial (Sartre y Merleau-Ponty) que acabaron presentándome a sus severos padres (Husserl y Heidegger).

Más allá de tanta gente ilustre, autores en el sentido foucaultiano, queda la cuestión, experimental en estos QSY, como se viene diciendo (p. ej., §4), de esa ligera, aunque radical transición, que lleva de lo meramente pensado (o vivido) a lo escrito (lo dicho). Ahí hay un misterio. 

* Michel Foucault. El orden del discurso. Traducción de Alberto González Troyano. Barcelona: Ed. Austral, 2019.


sábado, 17 de noviembre de 2018

21. Das Glasperlenspiel

Uno de los mayores aciertos de Hermann Hesse* es haber sabido representar como "juego de abalorios" (Glasperlenspiel) eso que venimos haciendo con la cultura y el conocimiento, con nosotros mismos, los que hemos creído desde que tenemos uso de razón, por así decirlo, que nada hay más importante, salvo las personas mismas, que el pensamiento, que no es sino pensamiento de algunas personas**. Incluso ese "algunas" ha sabido traducirlo Hesse delicadamente en un sentido "democráticamente" elitista***. Yo no podría decir cuántos "juegos de abalorios" he planeado  y comenzado, muchos, muchísimos, y en eso ha consistido hasta ahora principalmente mi vida intelectual. ¿Terminaré alguno de ellos o es solo uno el que se termina a lo largo de la vida? ¿O es, más bien, que el juego intelectual, aun el de los que lo abordan seriamente, con su vida entera****, consiste solo en eso, en planear y comenzar? (De Huellas, 2006)


* Quizá el mayor de todos, entre otros muchos, fue su valiente y decidida apuesta por la paz frente a las dos Guerras Mundiales del s. XX, en compañía de otras figuras geniales, como Romain Rolland, André Gide y Stefan Zweig. De este pacifismo ejemplar y perfectamente vigente, se hablará en otras entradas de este blog.

** Hecho pensamieno transmisible y colectivo en el lógos común, compartido, el lenguaje.

*** No en un sentido clasista, sino de elevación personal. No de elevación "sobre los demás", como en el poema de Goytisolo ("Me lo decía mi abuelito / me lo decía mi papá [...]"), sino de elevación sobre uno mismo, en el sentido de Agustín de Hipona.

**** ¿Profesionalmente, académicamente?