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martes, 24 de agosto de 2021

224. Val de Nebra

 Como todos lo veranos desde hace bastantes años, exploro en bici el Val de Nebra. A estas alturas -de otro tipo de alturas va también la cosa, como se verá- creo que lo conozco bien, aunque cada año encuentro algo cambiado: una pista forestal asfaltada, o cerrada por la vegetación, o alguna otra pista o vereda olvidada (quizás) que (re)descubro con placer. ¿Es posible que haya en el valle siempre más cosas que las que ya tengo incorporadas a mi mapa -no diré "mental", sino, en todo caso, "existencial"? "Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía", nos recuerda Hamlet; y sí, afortunadamente siempre hay más cosas. De filosofía va también esto, como también se verá.

Suelo acceder al valle desde la parte ancha y abierta que da al mar, a la ría, a través de alguno de los caminos, casi sin curvas y más o menos paralelos, que, ascendiendo ligeramente, se dirigen hacia la parte más alta y profunda. Ese primer tramo de aproximación, recorrido con pedaleo regular, tranquilo, disfrutando, me permite entrar en calor, y el sol, la vegetación de los márgenes y los pájaros que salen volando a mi paso me devuelven al estado de ánimo adecuado, siempre renovado. Al fondo, el valle está cerrado por dos montes, el Iroite, a la izquierda, enorme, masivo, inalcanzable (en bici, para mí, hoy), y el Enxa, a la derecha, que presenta un perfil más acogedor y tentador (para la ascensión), pero de momento también inaccesible. De uno a otro monte, una pequeña cadena montañosa separa este gran espacio abierto del resto de la Sierra de Barbanza. Largos caminos, paralelos entre sí y perpendiculares a los anteriores, completan la malla que permite recorrer el valle en todas direcciones, con suaves cuestas que llevan a algunas aldeas bien definidas: Agrelo, Tores, Orseño, Puilla, Noal, Cabanela, Castelo... Otras aldeas se encuentran en los márgenes de la parte llana del valle, o en sus laderas, menos accesibles: Nebra, Laranga, Calo, Queiro...

Hay días en que me gusta recorrer lo conocido, yendo de aquí para allá por la parte llana del valle, y encontrar, si acaso, sin haberlos buscado conscientemente, detalles, rincones o novedades antes desconocidos (o no reconocidos). O disfrutar sencillamente del placer (diríase que ontológico) del reconocimiento, de la familiaridad con los lugares y las cosas, de la calidez de su presencia. Otras veces, no sé por qué, prefiero explorar los márgenes, buscar pequeñas veredas para ascender sin excesivo sufrimiento, aunque no sin algún esfuerzo. Pequeños trucos, estrategias, para ascender en zig-zag siguiendo tramos de cuesta cortos seguidos de otros horizontales más largos. Poco a poco, sin prisa, a la justa medida de mis fuerzas, el ángulo de visión sobre el imponente paisaje de la ría va alzándose conmigo. Es solo la suma de esos pequeños esfuerzos acumulados lo que me permite llegar allí. Y vale la pena entonces pararse un momento a mirar. Nada nuevo ahí abajo en la ría, claro, sino el ángulo, el punto de vista conseguido.

A veces me imagino, me digo, con la cadencia suave del pensamiento que acompaña al pedaleo, que algo parecido vengo haciendo en mis devaneos filosófico-científicos desde hace más o menos el mismo tiempo. Podría llamar filosofía al Iroite y al Enxa ciencia, las mías: mi filosofía y mi ciencia. Y a la trama de caminos que los reúne en el valle podría también llamarla método (méthodos, camino en griego, e iter, itineris en latín; sin olvidar que el tao también es camino). Y cada una de las aldeas  podría adoptar el nombre de alguna figura eminente: Darwin, Heidegger, Gadamer, Merleau-Ponty, Derrida, Deleuze, Vattimo, Ricoeur... unas más accesibles y otras algo menos. Y así voy de aquí para allá, de unas a otras o explorando caminos que no sé todavía adónde van, en un itinerario interminable, tejiendo una red de experiencia que comienza en el llano y va poco a poco ascendiendo. (Bx)



sábado, 6 de febrero de 2021

200. Antiguo futuro

Tomo la idea del título del espléndido libro de Irene Vallejo (El infinito en un junco) (§195), que voy leyendo muy poco a poco para que me dure más, o quién sabe si para acercarme al ritmo con que ella lo escribió (§185). "Qué antiguo puede llegar a ser el futuro", dice, con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan en 2016. Un premio al canto, a la oralidad de la literatura occidental, como si fuera un premio tardío (¡y tanto!) a los poetas orales, los aedos griegos, que la inventaron, antes de que quedara fijada por escrito en Homero. Celebré mucho entonces la concesión del premio -Irene Vallejo sobrevuela con gracia e ironía la polémica asociada-, y defendí en algunas conversaciones que al escuchar a Dylan es tan importante lo que dice, lo que canta, como la forma precisa en que lo dice. Dylan canta y recita al mismo tiempo, como un poeta proclamando (Gadamer dixit) sus versos. 

Alguna analogía con este futuro anterior, de ida y vuelta, me sugirió la lectura de un artículo de prensa que me envió hace poco Alfonso Ogayar, buen amigo, profesor y biólogo teórico*. Con motivo de la reciente publicación en castellano de un libro sobre las polémicas que mantuvieron Richard Dawkins y Stephen J. Gould**, José Manuel Sánchez-Ron habla de ellos en el artículo, y de sus diferentes perfiles personales y científicos, y también ideológicos. Alfonso y yo, desde nuestra común navegación al lado de Faustino Cordón, siempre hemos sido más de Gould, en cuanto a teoría evolutiva, en una tradición que hemos entendido consistentemente darwinista***. Sin embargo, en el artículo se presta más atención a lo ideológico, incluyendo la actitud de ambos autores ante la religión. Dawkins, "liberal", y Gould, "socialista", ambos términos en su idiosincrático sentido estadounidense. En mi correo de respuesta, escribí esto: "Leí hace años el libro de Gould sobre ciencia y religión****, y me pareció muy astuto, muy fino. A Dawkins, ateo militante (y en teoría, solo en teoría, "uno de los nuestros") lo sigo en twitter, y hay que ver cómo habla de los 'socialistas' del Partido Demócrata (Sanders y compañía, que sí son de los nuestros), dice cosas que podría firmar Trump."

No hacía mucho tiempo que Alfonso y yo habíamos comentado un "cruce" atípico análogo entre ideología y teoría biológica en las primeras décadas del siglo pasado, con motivo de otro artículo intercambiado*****. No hay biología sin biopolítica, al parecer. Ernst Haeckel, autor fundamental en la historia del darwinismo y el evolucionismo, y en esa perspectiva histórica también "uno de los nuestros", fue un ferviente defensor del nacionalismo y el imperialismo alemán, además del darwinismo social y la eugenesia. Fue uno de los autores más respetados por los ideólogos nazis. En cambio, uno de sus discípulos, Hans Driesch, destacado representante del neovitalismo (que solemos asociar a un oscuro conjunto de fuerzas, impulsos o espíritus vitales) promovió el pacifismo y el universalismo, lo que le costó su puesto académico. Por su parte, en aquellos funestos años, Heidegger, ese admirador de Hitler al que dedico tantas horas de estudio (intentaré dejar claro algún día por qué) fue un profundo crítico del biologismo en todas sus formas. 

Recordemos, en fin, lo que decía Ernst Bloch, citando a Lenin: "el idealismo inteligente está más cerca del materialismo inteligente que el materialismo tosco".


* https://elcultural.com/gould-versus-dawkins

** Kim Sterelny. Richard Dawkins contra Stephen Jay Gould. Ed. Arpa, 2020.

*** Entre mis libros favoritos de evolución, y en mi biblioteca, está The structure of evolutionary theory (Belknap Press: Cambridge, 2002), de Gould, un verdadero placer para la lectura. Alfonso me regaló  Ontogenia y filogenia. La ley fundamental biogenética (Crítica: Barcelona, 2010) una vez que fui a dar una charla a su instituto. La ley biogenética de Haeckel, claro.

**** Stephen J. Gould. Ciencia versus religión: un falso conflicto. Crítica: Barcelona 2007.

***** Giuseppe Bianco. Philosophies of life. In: P. Gordon, W. Breckman (Eds.). The Cambridge History of Modern European Thought, Vol. 1. CUP: Cambridge, 2019.



miércoles, 1 de enero de 2020

123. José Hierro

Iba en busca de un soneto para añadir a la colección (ver QSY de 03/04/2019) y encontré (de momento) este bonito (y claro) texto en la Introducción del poeta*.

"El soneto existe -ya lo sabemos de sobra- porque Andrea Navagiero le contó el truco a Boscán y éste a Garcilaso. El bueno del Marqués de Santillana estuvo a punto de frustrar el invento con sus espantosos cuarenta y dos sonetos fechos (eso creía él desde su sordera para el endecasílabo) al itálico modo. Eran como el  artilugio volador de alas de pájaro de Leonardo, comparado con los de alas inmóviles de Bleriot y Compañía. Dios le perdone por su buena voluntad. Después de Garcilaso, todo ha sido fácil, Dios le premie por su delicadísimo oído."

La técnica del arte, oculta y transparente en el soneto, que sostiene el texto eminente en alto, como indica Gadamer (aquí la asociación no es nada gratuita).

Disfruto muy especialmente de la prosa (no sin técnica) de los poetas (JRJ, Machado, Salinas, Cernuda, Lorca, Ángel González... y Shelley, Gide, Pessoa, Char, Auden, y tantos otros**).

* José Hierro. Sonetos. Madrid: Ayto. de S. Sebastián de los Reyes, 1999.

** No querría liarme, pero en otro plano, algo inclinado con respecto a este, habría que situar a los escritores de (más o menos abundante) prosa que además son poetas, y muchas veces enormes (por decir algunos a salto de mata, Goethe, Víctor Hugo, Hardy, Unamuno, Poe, Borges, Hesse, Günther Grass, Handke,... y amplíese -si procede- esta lista y la anterior de acuerdo con la experiencia y las preferencias de cada cual).



domingo, 10 de noviembre de 2019

110. Esperanza y memoria

Será el extenso fondo de libros, o será la forma en que están organizadas las estanterías (temas, autores), el caso es que la visita que cada verano hago a la librería Follas Novas, en Santiago, se salda con unas cuantas lecturas que no habría encontrado  en otro sitio (así me parece). Uno de los libros que me traje de allí este año me ha resultado especialmente estimulante. Se trata de un diálogo entre R. Rorty y J. Habermas*, que recuerda a otros díalogos y encuentros famosos entre filósofos europeos del s. XX: Heidegger / Cassirer** y Gadamer / Derrida***, entre otros.

No se trata aquí de presentar de forma "divulgativa" la discusión de fondo, para lo que no tengo competencia suficiente (aunque sí, creo, para disfrutarla). Para lo que quiero decir, basta con situar mínimamente el marco del diálogo. Verdad (Habermas) o justificación (Rorty). Aunque ambos filósofos comparten el papel fundamental del lenguaje, la acción y el diálogo dentro de comunidades humanas en la búsqueda y/o justificación de la verdad, difieren radicalmente en cuanto a la referencia última de su validez "universal"; trascendental (en sentido kantiano) e incondicionada, para Habermas, y dependiente históricamente del contexto y del grupo humano implicado, para Rorty (como él mismo indica, más próximo a la tradición de Hume). Esta referencia última, alcanzable (real) o no (utópica) tiene un sentido inmediatamente político. ¿Cómo podemos saber lo que es mejor/peor para una comunidad humana y cómo podemos justificarlo? ¿Para qué comunidad o grupo humano resultaría razonable/justificable?

En su última respuesta a Habermas, se pregunta Rorty por esta dimensión utópica del referente trascendental (aquello que justificaría la validez de un argumento para cualquier ser humano en cualquier contexto cultural e histórico) y escribe: "Mi conclusión es que lo que necesitamos no es intentar acercarnos a un ideal, sino más bien tratar de alejarnos más de las partes de nuestro pasado que más lamentamos."

Lo utópico, pues, se extiende en un horizonte futuro, posible, potencial, y también en un horizonte pasado, fáctico, cumplido. Lo que apunta Rorty es que en este análisis de los desastres pasados podría encontrarse un potente motor utópico. Como el que late en la frase de su admirado G. Santayana, inscrita hoy en las paredes de Auschwitz: "Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo." Hay que poder recordar el pasado, y ese recuerdo es, en un sentido más próximo a Rorty que a Habermas, creo, la verdad que hay que buscar.


* Richard Rorty / Jürgen Habermas. Sobre la verdad: ¿validez universal o justificación? Traducción de Patricia Wilson. Amorrortu editores, Buenos Aires, 2007.

** Wolfram Eilenberger. Tiempo de magos. La gran década de la filosofía, 1919 - 1929. Editorial Taurus, Barcelona, 2019.

*** Jean Grondin. ¿Qué es la hermenéutica? Editorial Herder, Barcelona, 2008.





domingo, 17 de febrero de 2019

41. El poder de comprender

Votaremos de nuevo, y pensaremos una vez más, durante un tiempo breve, que todo es posible porque, con un número suficiente de votos, las cosas podrían cambiar realmente, efectivamente. Una persona, un voto, y cada uno vota lo que quiere. Lo que quiere, no lo que se le dice en una campaña electoral. Todo está abierto, todo es posible, como en un sorteo de lotería; mejor, como en la publicidad de los sorteos de lotería, tan parecida a la publicidad electoral. De sobra sabemos, sin embargo, que no es así.

En esta democracia espectral, donde el poder que decide está fuera de la vista (y del voto), suelo pensar que el eje derecha-izquierda está estrechamente relacionado con el par egoísmo / altruismo. También podemos entenderlo, con Rorty*, en términos de lealtad: a los míos, lo mío, lo nuestro (derecha), o, además, a los otros, a todos, a cualquiera (izquierda). En tiempos electorales hay otro par de nociones que me parece interesante y posiblemente explicativo, el par comprensión / incomprensión. Las campañas de la izquierda, en general, están dirigidas a comprender, a hacer comprender los intereses en juego y el lugar que los ciudadanos ocupamos en la partida. Las campañas de la derecha tienen otros objetivos, desviar la atención y la emoción, y, en gran medida, evitar la comprensión, por parte de los ciudadanos, de las causas de sus condiciones de vida, y, en consecuencia, de la posibilidad de cambiarlas. Esto es lo que se ha entendido desde hace mucho tiempo, con Marx, como alienación. Maravilla pensar en lo que sería posible, al menos en términos electorales (por más que sepamos que no basta con eso... Allende, Tsipras, Lula, el chavismo, etc.), si una gran mayoría de ciudadanos llegara a comprender la importancia que los servicios públicos tienen para su vida. Y si votaran para defenderlos, naturalmente. Y si los siguieran defendiendo después de votar.

¿Qué relación hay entre un voto y otro voto? En términos (matemáticos) de probabilidad, ¿son sucesos independientes? Probablemente, no. En un texto de Gadamer** conocí el poderoso símil empleado por Aristóteles en Analíticos Posteriores (II 9) para explicar la formación del universal, un momento clave en el proceso que lleva de la percepción sensorial al conocimiento (y la comprensión de que se viene hablando aquí, por cierto). Aristóteles nos invita a imaginar un ejército en retirada, huyendo del enemigo. En algún momento, un soldado se detiene, oponiéndose así al movimiento general (antistántos), mira atrás y ve que ya no hay motivos para seguir huyendo. Un segundo soldado se da cuenta, hace lo mismo y se pone a su lado, y después otro y otro, y en breves instantes todos los que huían se vuelven a formar de acuerdo con el principio (arché) que los une.

Los tratados aristotélicos están llenos de imágenes evocadoras como esta, y vale la pena detenerse un momento en ella. Revela, una vez más, la fina capacidad de observación y de interpretación de Aristóteles, también de la conducta animal y humana, y la Investigación sobre los animales (Historia animalium) contiene numerosos ejemplos. Un solo soldado se detiene porque decide hacerlo, y desencadena el proceso "solidario" (otro, y otro y otro) que lleva a la reorganización del ejército. Tiene que haber un primer soldado que se detenga, pero ese primer gesto lleva a la movilización del conjunto. Basta con uno solo, y con una red de relaciones entre todos los componentes del conjunto.

Es solo un símil, una imagen, pero creo que nos permite reconocer la importancia del acto individual, significativo, en cualquier movilización social, y también en unas elecciones, donde el acto es un voto. Cada voto es, en potencia, como el gesto del primer soldado que se detiene.


* Richard Rorty. La justicia como lealtad ampliada. En: Pragmatismo y política. Ed. Paidós, 1998.

** Hans-Georg Gadamer. Acerca de la fenomenología del ritual y el lenguaje. En: Mito y razón. Ed. Paidós, 1997.




sábado, 2 de febrero de 2019

36. Entre libros


Ayer, una cena con amigos y familiares (qué frío, así escrito, sin nombres propios, y qué fuerza evocadora la de los nombres propios -pero esto me lleva a mis laberintos lingüísticos, que recorro en otro lugar). Discutimos sobre libros y escritores, sobre el gusto literario, decía yo, aunque no se aceptara mucho esa noción. Sobre prejuicios, ideológicos o no. Decía yo el gusto, como invocando un centro conceptual en torno al cual analizar tantas diferencias de criterio, al tiempo que iba descubriendo para mí que el plano en el que nos encontrábamos discutiendo en algunos momentos (“este autor sí, este no; este libro sí, este no tanto”) era un plano hermenéutico. El gusto, sí, con toda su complejidad analizable, pero por debajo, no menos analizable, aunque con mayor dificultad, el sentido de todos esos textos para cada uno de nosotros. Lo ideológico es un momento o una parte de ese análisis, pero mezclado con muchas cosas más: biografía, itinerario vital, expectativas, ubicación social, competencias profesionales, rasgos de personalidad, sentimientos de pertenencia a determinados grupos o subgrupos sociales, experiencia de lectura. Esto último es muy importante y es lo más específico en la discusión de ayer. Qué ha leído cada uno, cuándo y cómo, qué supuso cada una de esas lecturas y qué ha dejado en nosotros (puede imaginarse uno un cierto correlato neural de todo esto). Prejuicio, pre-comprensión y sentido. De qué modo y en qué grado consideramos o sentimos que ciertas lecturas forman parte de nosotros. Y por qué especialmente las lecturas, entre todas nuestras experiencias posibles. Ahí iba Gadamer. (De Huellas, 2010)


domingo, 23 de diciembre de 2018

25. El arte de escribir y la tarea de interpretar


Gadamer presenta de una forma muy sugestiva el carácter irreductible del lenguaje pensado o hablado, frente al escrito (“Fenomenología del ritual y el lenguaje”*). Habla (en realidad, escribe) del “titubeo” que solo el “arte de escribir” puede trasladar, y nunca enteramente, al texto escrito. Prefiero entenderlo en términos de posibilidades, de mundos posibles, de textos posibles. El texto final que nos llega es solo uno de los infinitos textos que la idea e intención iniciales contenían en potencia, en un abanico de potencialidades que solo al iniciar la escritura comienza a manifestarse. “El arte de escribir” es capaz, quizás, de evocar, en nuestro lenguaje pensado, algo del “titubeo” original del autor, trasladándolo a nuestro propio “titubeo” interpretativo. Algo de ello queda para siempre y algo se pierde para siempre, pero queda también la tarea infinita de intentar recuperarlo, alzándonos en nuestro lenguaje meditativo de lectores hasta el horizonte lingüístico, conceptual, emocional, intencional, hasta el mundo de la vida, en suma, del autor. (De Huellas, 2009)

(*) En Mito y razón, Hans-Georg Gadamer. Ed. Paidós, 1997.


lunes, 14 de agosto de 2017

4. Huellas


Parece inevitable que acaben llegando a este blog algunos fragmentos, comentados, de los textos (míos y de otros) que, en forma de diario, desde hace unos cuantos años voy redactando, transcribiendo y anotando (jugando así con los tiempos de la vida) bajo el título de Huellas (Huellas. Veredas. Contrapunto. Paseo con la ciencia y la filosofía. 1984 - ). A pesar de la exigencia de "pudor autobiográfico" proclamada en un texto anterior. En el límite de tal exigencia, mejor.

En una nota de estas Huellas ya preveía, con las correspondientes dudas, esta transferencia, a partir de algún momento, entre lo meramente personal y lo (posiblemente) público:
Nota. Hay aquí un dilema latente sobre el que conviene reflexionar un poco. Todos estos textos nacieron "hasta cierto punto", como suele decirse (y habrá que ver dónde está ese "punto"), sin la intención de que fueran leídos más allá de mi círculo más proximo, y aun ahí, en todo caso, solo por cierta curiosidad biográfica (de la biografía común). Imaginaba e imagino. Eso garantiza la libertad a la hora de escribir, y algo que podría llamar "verdad". Sin embargo, al transcribirlas y comentarlas, esa limitación en la lectura se hace más improbable. ¿Para qué entonces tanto esfuerzo en el detalle? ¿Solo para uno mismo? Si en algún momento decido exponer estos textos a una amplia lectura (en un blog, p. ej.), ¿cómo afectaría eso a los nuevos textos que escribiera a partir de ese momento? Me imagino que se generaría en mí algo así como una conciencia de autor, y que al escribir estaría considerando cada nuevo texto desde una posible lectura diferente de la mía. Además, imagino también que empezaría a preocuparme de una forma más "técnica" por la "calidad" del texto escrito. Así visto, parece lógico pensar en no hacer nada público mientras no tenga una forma más o menos definitiva.

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Sobre esto, un texto de Gadamer:
"Ahora bien, hay, ciertamente, fijaciones escritas de lo hablado en las que no se trata de un texto en el sentido de la palabra que se sostiene. Este es el modo en que cumplen su función, la de servir únicamente de apoyo a la memoria, los apuntes privados, las notas, la escritura al dictado. En estos casos es claro que la anotación escrita solo toma vida recurriendo a la memoria reciente. Un texto de este tipo no se enuncia a sí mismo y, si fuese publicado, no sería nada que "dice" algo. Es solo la huella escrita de un recuerdo que vive por sí mismo." (H.-G. Gadamer, Acerca de la verdad de la palabra, en Arte y verdad de la palabra, Ed. Paidós, 1998.)

Es eso, y eso es lo que son, solamente, Huellas. La pregunta es en qué punto comienzan a sostenerse por sí mismas. Este blog puede entenderse, en el sentido expresado en el texto anterior, como un experimento gadameriano. (2018)
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En su obra sobre Flaubert, el personaje-narrador creado por Julian Barnes, ese apasionado y descreído Geoffrey Braithwaite, escribe sobre las Memorias de Mauriac, e introduce de este modo una compleja reflexión (también desde el punto de vista literario) sobre el uso que el autor de Madame Bovary hizo en sus novelas de sus propios recuerdos personales. 

“El otro día estaba leyendo a Mauriac: las Mémoires intérieurs, escritas justo al final de su vida. Es el momento en el que se amontonan hasta enquistarse las últimas píldoras de vanidad, el momento en el que el yo empieza a murmurar patéticamente: «Acordaos de mí, acordaos de mí…»; es el momento en que se escriben las autobiografías, en el que se llevan a cabo los últimos actos jactanciosos, y se ponen por escrito los recuerdos que ningún otro cerebro conserva, creyendo, equivocadamente, que poseen algún valor.

Sin embargo, eso es precisamente lo que Mauriac se niega a hacer. Escribe sus Mémoires, pero no son sus memorias. Nos ahorra en esas páginas los juegos infantiles, esa primera criada en el desván húmedo, el tío astuto que tiene un montón de anécdotas que contar, todo eso. Mauriac prefiere hablarnos de los libros que ha leído, de los pintores que le han gustado, de las obras de teatro que ha visto representar. Se encuentra a sí mismo mirando la obra de los demás.”[1]

No está mal como ideal, no. Quién pudiera saber hacerlo, sin dejar a cada paso alguna huella involuntaria de su propio paso. Algo de ese juego pudoroso (juego, insisto) hay también en estas Huellas. (2018)


[1] “El loro de Flaubert”, de Julian Barnes. Traducción de Antonio Mauri. Ed. Anagrama, Barcelona, 2015. Pág. 116.

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La huella que en mí dejó un instante, y que anoté en ese momento lo mejor que pude. (2018)

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Contra esta fidelidad buscada de la memoria, encuentro el poema Criptomemorias, de José Ángel Valente.

"Debiéramos tal vez
reescribir despacio nuestras vidas,
hacer en ellas cambios de latitud y fechas (...)"

Debiéramos quizás, como dice el poeta, pensar en qué medida estamos ya haciendo esto justamente cuando pretendemos lo contrario.

"Debiéramos dejar falsos testigos,
perfiles maquillados,
huellas rotas (...)"

No debemos, en todo caso, olvidar este otro ámbito, este extremo, posible de la memoria. (2018)

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Sobre el experimento gadameriano mencionado más arriba: notas, con el mismo valor simbólico e instrumental que el de las marcas que hacemos en un texto cuando lo leemos y nos llama la atención, nos interesa. ¿Para quién las hacemos? (2018)