(A propósito de la polémica compra de una casa -un chalet- por parte de una pareja de dirigentes políticos cuyo trabajo estimo.)
Escuché alguna vez a José Saramago decir, en una entrevista, que él no se sentía obligado a amar a la Humanidad, al prójimo, como pide la doctrina cristiana; pero sí a respetar a cada ser humano como se merece, por serlo. (Nada menos, por cierto, añado yo.)
Este reciente episodio mediático me ha hecho recordar la idea de Saramago, por cierta analogía, seguramente, pensando en qué fácilmente se llega a lo excesivo, lo absoluto, en las fórmulas morales o ideológicas. A unos dirigentes políticos (insisto, cuyo trabajo me parece valioso) no debo exigirles ejemplaridad en su vida personal (nadie tiene ese derecho); solo debo esperar que sean decentes (nada menos). Y eso hasta el momento me consta.