Nulla dies sine linea*, de nuevo. He vuelto a mi vida de
siempre, a mi camino y mi tiempo, a mi propia duración, a mis esperanzas de
antes; y, en cierto modo, a mi juventud y adolescencia.
Como un registro de la vida que dura, no que pasa, sino que
perdura, idéntica (con la identidad de un yo que no envejece), sostenida sobre
sí misma.
Hasta ahora solo he escrito estas mínimas notas cuando el
curso de mi pensamiento me ha llevado a ello, generalmente para registrar un
instante, una percepción o una idea. Ahora, a mis 50 ya, pienso en proponerme
escribir algo cada día (Nulla dies…), como apunte de cualquier cosa que se me
haya ocurrido pensar. Siempre hay un momento de sosiego y reflexión al final
del día para ello. Debe haberlo. Sin agotar la reflexión, porque no habría
tiempo para eso. Sin mucha coherencia ni estilo. Escribir como se piensa, como
se habla.
Como si se tratara de una promesa, un castigo, o un
tratamiento, como cualquier cosa que no se debe dejar de hacer. (De Huellas, 2010)
(*) El dicho latino no hace referencia a la escritura, sino a la pintura. Sin embargo, la frase se ha aplicado con frecuencia a los escritores, y aun parece que era un lema favorito de Beethoven.
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En un lado de la balanza está el nulla dies sine linea, y
eso está bien. Pero mejor sería compensar con un contrapeso que dijera algo así
como “ni una palabra de más”. Tan importante lo uno como lo otro. (De Huellas, 2010)