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miércoles, 20 de marzo de 2024

357. Lo terco

No importa perderse a veces, olvidarse incluso, estar a otra cosa. También explorar, porque quién sabe, quién puede estar siempre seguro del camino. Y lo nuevo (novum, decía Bloch) se anuncia, porque somos tiempo (dice Heidegger), pero volvemos a ello (¿siempre, una y otra vez, como quiso Nietzsche?), aunque sea de un modo re-novado. Si paramos un momento (cuando podamos) y cerramos los ojos (como nos propuso Husserl), notamos que está por ahí cerca, acogedor. Jaspers lo llamo lo abarcador (das Umgreifende), y yo, en un ámbito más pequeño y personal, más autobiográfico (como lo comprendió Dilthey), prefiero llamarlo ahora lo terco, lo que no nos abandona y constituye así una certeza, la mayor, quizás. Y nos persigue, a veces, como un recuerdo, y lo sentimos en el cuerpo, como el tábano de Sócrates.



viernes, 24 de enero de 2020

131. Lo que se dice y lo dicho

Lo dice, precisamente, Michel Foucault en El orden del discurso*, ese texto/discurso admirable:

"En resumen, puede sospecharse que hay regularmente en las sociedades una especie de nivelación entre discursos: los discursos que «se dicen» en el curso de los días y de las conversaciones, y que desaparecen en el acto mismo que los ha pronunciado; y los discursos que están en el origen de cierto número de actos nuevos de palabras que los reanudan, los transforman o hablan de ellos, en resumen, discursos que, indefinidamente, más allá de su formulación, son dichos, permanecen dichos, y están todavía por decir. Los conocemos en nuestro sistema de cultura: son los textos religiosos o jurídicos, son también esos textos curiosos, cuando se considera su estatuto, y que se llaman «literarios»; y también en cierta medida los textos centíficos."

A continuación, una vez definida esta división, Foucault la fluidifica, la quiebra. "Es cierto que esta diferencia no es ni estable, ni constante, ni absoluta." También la dramatiza (o la ironiza). "La desaparición radical de este desnivel no puede ser nunca más que juego, utopía o angustia."

Sí, en esta última frase están convocados algunos asuntos recurrentes de estos QSY, el juego, (Glasperlenspiel, Hesse), la utopía (Experimentum mundi, Bloch) y los maestros de la fenomenología existencial (Sartre y Merleau-Ponty) que acabaron presentándome a sus severos padres (Husserl y Heidegger).

Más allá de tanta gente ilustre, autores en el sentido foucaultiano, queda la cuestión, experimental en estos QSY, como se viene diciendo (p. ej., §4), de esa ligera, aunque radical transición, que lleva de lo meramente pensado (o vivido) a lo escrito (lo dicho). Ahí hay un misterio. 

* Michel Foucault. El orden del discurso. Traducción de Alberto González Troyano. Barcelona: Ed. Austral, 2019.


sábado, 28 de septiembre de 2019

91. Incomprensión

Nos hemos reunido como jurado para decidir, fallar, un premio que todos los años se concede (lo hace generosamente una fundación) a la mejor tesis en una determinada disciplina científica. Estamos cenando, después de la reunión, en un restaurante elegante y, cómo no, la conversación tarda poco en internarse por parajes políticos. Se trata de un grupo de varones (sí, así es) muy competentes en su profesión, algunos ya jubilados, formados y cultos. Cada uno da su opinión sobre la situación política del país y las próximas elecciones generales. Como podría esperarse, el marco, la estructura y los límites del discurso (lógos) común (aquello que nos indica que todos estamos hablando de lo mismo) viene dado previamente (para mi desesperación o, al menos, decepción) por los medios de comunicación: todo aquello que se repite indefinidamente con machaconería publicitaria. 

Empiezo a notar esa sensación ya familiar de no-pertenencia ("nosaltres no som d'eixe món"), o de pertenenecia, más bien, a ese ámbito definido/indefinido y uno/múltiple que venimos llamando "izquierda". Suelo hablar (mucho) de política con amigos y familiares, en un contexto compartido, y lleno de matices y eternas, también tópicas, discusiones, de comprensión (sobre cómo funciona el mundo humano), compasión (por las injusticias, las desigualdades y el sufrimiento que generan) y esperanza (en la posibilidad de un mundo diferente, mejor). Sin embargo, cuando me veo envuelto en este otro tipo de conversaciones (in partibus infidelium) me produce una mezcla de curiosidad y melancolía la profunda y esencial incomprensión mutua que generan las discusiones políticas "irreductibles". ¿Cómo puede este hombre repetir ese argumento ramplón o cínico, o ese dato manifiestamente erróneo, oído mil veces en las televisiones corporativas, solo porque le permite justificar sin más una opinión previa, claramente ideológica? ¿Cómo podemos llegar a ser tan diferentes, tan profunda y mutuamente incomprensibles? ¿Qué formas de vida, qué itinerarios vitales, qué intereses, hay detrás de posiciones políticas, y, en consecuencia, morales, tan esencialmente diferentes? 

La diferencia, nos enseñan los filósofos desde hace miles de años, es fuente de conocimiento. Me consuela pensar que esos momentos de perplejidad e incomprensión sobre lo que (me) dicen algunos congéneres durante discusiones políticas tan "extremas" puede dar lugar a alguna que otra reflexión de ontología política. ¿De qué están/estamos hechos cuando hablamos/hablan así? ¿Y cómo hemos llegado unos y otros hasta aquí (o allí)? ¿Cómo es posible que funcione una sociedad cruzada de abismos tan profundos? (Dx)

Coda: Alguna respuesta a estas preguntas o, de nuevo, algún consuelo, puede haber en el modo en que se desarrolló la reunión previa para la concesión del premio. Algo de discusión, sí, pero en un contexto enteramente racional y respetuoso con todos los participantes, tanto los candidatos como los miembros del jurado, y con argumentos basados en la evidencia de los textos que teníamos delante. Hay que darle la razón a Husserl, cuando sugería que la comunidad de los científicos es el mejor modelo de discusión y consenso entre personas*.


* Esto está muy bien explicado en el último capítulo, Cultura fáctica y cultura auténtica (p. 277 y ss.), del libro de Javier San Martín, Teoría de la Cultura, Ed. Síntesis, Madrid, 1999.


(Escuchando Boucan d'enfer, de Renaud.)