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domingo, 1 de septiembre de 2024

378. Cada verano tiene su descubrimiento

 El descubrimiento o, bueno, algo así como una primera intuición o certeza (o mejor, cierta claridad), se produjo bastante al principio del verano (de las vacaciones, quiero decir). No ha habido tiempo de reflexionar un poco sobre ello hasta ahora. Se trata, como tantas veces, de un cruce de caminos. 

Venía pensando desde hace algún tiempo que, en mi serie de artículos sobre la memoria ("Ciencia y filosofía..."), debería incluir una especie de excurso literario dedicado a la memoria en la literatura, y especialmente en Proust, claro. Por otra parte, a lo largo de las últimas semanas, con motivo del artículo que tengo ahora en elaboración (Jaspers, Plessner y Merleau-Ponty), me he ido encontrando cada vez más con Proust, sobre todo de la mano de Merleau-Ponty. Finalmente, para completar el cruce (los hay así de complejos en el valle de Nebra, por donde anduve paseando, hasta ayer, estas cosas), vino el precioso librito de Vattimo ya citado en estos QSY*, o más bien, el espléndido prólogo que le dedica Franca D'Agostini. Dice esto la filósofa italiana sobre la perspectiva filosófica de Vattimo:

"Lo que creo ha sido importante en el trabajo de Vattimo es esta clara visión de la filosofía como algo distinto de las ciencias (exactas o de la naturaleza) y de las humanities o del arte: pero 'distinto' propiamente en cuanto profundamente comprometido e implicado en las problemáticas de fondo de todo esto, y ligado por mil vínculos de afinidad y participación a cada práctica cultural."

Como dice la gota de rocío de Silvio (desde la literatura, la poesía y el amor, precisamente), "esto es lo que faltaba / para que saliera el sol". Tan empeñado como llevo estos años en poner una al lado de la otra, más que en distinguirlas entre sí, la ciencia y la filosofía de la vida y la memoria, y no acababa de ver que hay un tercer territorio en juego (y al que he venido dedicando un tiempo inmenso y gozoso en mi vida), el de la literatura. Habrá pues, deo volente, como solía decir irónicamente Cordón, un excurso proustiano.


*Vattimo G. Vocación y responsabilidad del filósofo. Barcelona; Herder, 2012.

 

 


lunes, 15 de abril de 2024

360. Intolerancia o silencio

No sé si puede tener algún interés, qué se yo para quién, mostrar aquí cierta metodología en la gestación de estos QSY (valga la redundancia), por poco sistemática que sea. El caso es que habían encontrado un lugar, de un modo más o menos espontáneo, en algo que podríamos llamar un proto-QSY, dos textos, uno de Karl Jaspers y otro de Marcial Suárez. La idea originaria de ese (este) QSY era cierta relación, aún no del todo clara (más bien intuida), entre ambos textos; una relación (una idea), pues, que, para aclararse convenía dejar madurar o, al menos, reposar. Y eso hice, dejarlos aquí varias semanas, en espera de algo que no es fácil de prever ni describir, algo que solo puede señalarse cuando ocurre, como un pequeño acontecimiento. Quizá tenga que ver con cosas de la vida cotidiana que han pasado entre tanto, y quizás también con el recuerdo oportuno (quién sabe, de nuevo, por qué) de otro texto, este de Habermas, de lectura también reciente. El centenario filósofo alemán publicó en 1973 un artículo (el texto de una conferencia impartida por la radio) con el título de ¿Para qué aún filosofía?. La pregunta estaba restringida, más o menos, al ámbito alemán y al medio siglo precedente, y se apoyaba, de entrada, en un texto previo de Adorno: "La filosofía, al tener que justificarlo todo por sí misma, no podía ya soñar por más tiempo en hacerse dueña del Absoluto; es más, debería prohibirse pensar en él para no traicionarlo, y, sin embargo, no debería dejarse desplazar un ápice del enfático concepto de Verdad. Esta contradicción es su elemento."

Los textos, dice LLedó, tienen relieve, y en este último, a la luz de mi lectura, destacó especialmente ese "concepto de Verdad", al que, reconozco, no soy particularmente aficionado. Y así quedó, de alguna forma, en mi memoria, envuelto en una vaga reflexión sobre si, al cabo, no hacemos (aún hoy, en lo filosófico y en lo cotidiano) sino discutir eternamente entre nosotros sobre aquello que cada uno considera verdadero y sobre el modo en que ha llegado a considerarlo así. Socráticamente, diríamos, en el mejor (el mejorcísimo, claro) de los casos. 

Así, pues, fue esta última idea la que me permitió encontrar la relación (quizás ya intuida al principio) entre los dos textos previos.

Dice esto Jaspers cuando analiza la confrontación de la fe filosófica (lo que él denomina de este manera) con la fe religiosa:

"Las posiciones ideológicas secularizadas tienen a menudo en el seno de las culturas occidentales ese rasgo de absolutidad, de persecución de otras ideologías, de secta agresiva, de interrogatorio inquisitorial de los demás, siempre como consecuencia de creer en el derecho de exclusividad de la verdad considerada como absoluta por el que la sustenta.

Frente a toda esa realidad, la fe filosófica no tiene otra perspectiva que la idea, difícil de aceptar, de que contra la ruptura de comunicaciones y contra la prohibición de la razón, admitida solamente con condiciones, fracasa la mejor voluntad de llegar a una franca comunicación." **

 El segundo texto, sobre el que Mu y yo hemos hablado mucho recientemente, pertenece a la segunda parte de la novela El agua y el vino, de Marcial Suárez:

"Andrés sentía una gran estimación por Berardo, y Berardo la sentía por Andrés. Por eso, cuando Berardo acabó de hablar, Andrés guardó silencio durante un rato. Era el silencio de la estimación. Cuando dos personas hablan de una cuestión sobre la que tienen puntos de vista contrarios, los silencios pueden evitar acritudes, dan serenidad al desarrollo de una discusión que, de otro modo, iría avanzando -o retrocediendo- a golpe de choques y choques." ***

Cuando decidí poner estos dos últimos textos en contacto, me inclinaba más bien por una defensa del silencio (en el sentido ahí propuesto por M. Suárez) como garante, paradójicamente, de una "franca comunicación" (en el sentido de Jaspers). Callar, sin embargo, para evitar el bloqueo, la confusión y el daño, debería permitir además, en algún momento (cuando sea posible) iniciar cuidadosamente una comunicación abierta y confiada, despersonalizada, una búsqueda común de la verdad.

"Tú verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a  buscarla.
La tuya, guárdatela." ****

 ¿Para qué guardársela?, cabría preguntarle virtualmente al poeta. Para recordar, quizás, alguna vez, que no hay verdades individuales; que, como escribió otro poeta (E. E. Cummings), solo sintiendo somos nosotros mismos, mientras que cuando creemos, pensamos o sabemos, somos "muchos más".


* Habermas J. ¿Para qué aún filosofía? Teorema: Revista internacional de filosofía, Vol. 5, Nº. 2, 1975, págs. 189-212.

** Jaspers K. La fe filosófica. Traducción de J. Rovira Armengol. Buenos Aires: Losada, 2003, p. 94.

*** Suárez M. El agua y el vino. Segunda Parte. Barcelona: Anthropos, 1992, p. 88.

**** Machado A. Proverbios y cantares, LXXXV. Nuevas Canciones.



sábado, 30 de marzo de 2024

359. La memoria común

 A vueltas con la idea de tradición en Jaspers y su relación con lo que se viene conociendo como memoria colectiva (a partir de Halbwachs y Blondel). Ese modo de existencia común (co-existencia y también ex-sistencia), modo de lo abarcador (das Umgreifende), en la comunicación y la razón común (logos). 

Eso somos en última instancia (o en una de las últimas, al menos), todo eso que somos capaces de evocar, recordar y reconstruir, como grupo, como tribu (también como generación), alrededor de una mesa y de una botella de vino (¿tótem?). (Dx)

 

 

miércoles, 20 de marzo de 2024

357. Lo terco

No importa perderse a veces, olvidarse incluso, estar a otra cosa. También explorar, porque quién sabe, quién puede estar siempre seguro del camino. Y lo nuevo (novum, decía Bloch) se anuncia, porque somos tiempo (dice Heidegger), pero volvemos a ello (¿siempre, una y otra vez, como quiso Nietzsche?), aunque sea de un modo re-novado. Si paramos un momento (cuando podamos) y cerramos los ojos (como nos propuso Husserl), notamos que está por ahí cerca, acogedor. Jaspers lo llamo lo abarcador (das Umgreifende), y yo, en un ámbito más pequeño y personal, más autobiográfico (como lo comprendió Dilthey), prefiero llamarlo ahora lo terco, lo que no nos abandona y constituye así una certeza, la mayor, quizás. Y nos persigue, a veces, como un recuerdo, y lo sentimos en el cuerpo, como el tábano de Sócrates.



viernes, 16 de febrero de 2024

350. Preguntas originarias

Quien quiera dedicarse a filosofar, dice Jaspers, debe hacerse antes tres preguntas (seguramente, él mismo tan kantiano en muchos aspectos, sobre todo metodológicos, recordando en cierto modo las tres preguntas de Kant).

"¿Qué determinada ciencia intentaré llegar a dominar como un especialista?

¿Cuál de los grandes filósofos voy no solo a leer, sino a estudiar a fondo?

¿Cómo voy a vivir?" *

Creo que nunca me formulé conscientemente ninguna de estas preguntas, pero a estas alturas puedo decir que es como si (también esto muy kantiano) lo hubiera hecho realmente (y como si hubiera encontrado mis propias respuestas).


* Jaspers K. La filosofía desde el punto de vista de la existencia. Traducción de José Gaos. México: FCE, 1970.