Fin de semana ajetreado, transitando por varios servicios de urgencias de hospitales públicos. Barrio rico y barrio working class. Un oído medio al que le dio por sobreinfectarse, y un nervio facial que pasa(ba) por allí y quedó algo paralizado. Exquisito trato y excelente atención en todas partes y en todo momento. Uno sale de allí lleno de agradecimiento a las personas y al sistema.
Lo personal siempre es anécdótico, pero también puede ser un buen motivo para pensar. Además, nunca es solo personal, sobre todo cuando vamos entrando en edades más frágiles*. Me pregunto si la creación y el mantenimiento de una sanidad pública de tan alto nivel (científico, organizativo y humano) es un mínimo o un máximo, o si paradójicamente es ambas cosas a la vez. Me pregunto también (y esta es una preocupación recurrente de los últimos meses en torno a la noción de "ideología"), qué le puede pasar a un país (o un pueblo, una clase o una gente, entiéndase el sujeto político como se entienda) para no defender masivamente y con todas sus fuerzas ("que tu nostalgia se vuelva el odio más feroz"**) este magnífico sistema sanitario público. Y qué le puede pasar si no lo hace.
* Así lo recoge irónicamente Julian Barnes en su amarga y autorreferencial La única historia.
** Madre, Silvio Rodríguez. Sí, en este mundo nuestro la patria y la revolución están (de momento) en estas cosas.