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domingo, 15 de diciembre de 2024

393. Deleuze, Foucault y la ballena

 En estas últimas lecturas de y sobre Foucault, he descubierto cuánto admiraba Deleuze a Melville, y con qué frecuencia utiliza el filósofo las imágenes y metáforas del novelista para explicar sus propios conceptos ("para mí es uno de los más grandes escritores que alguna vez haya existido", dice en un curso sobre Foucault*). Algunos autores se han interesado especialmente por este triángulo**. Donde me llamaron primero la atención estas citas fue en el Foucault de Deleuze***, texto nada fácil que leí con lupa y (por completar la metáfora con algo incorporado recientemente a mi vida cotidiana) también con audífono, porque no se puede perder ningún registro, ninguna frecuencia de onda, en esta lectura si uno quiere comprender bien el diálogo entre estos dos gigantes.  

Quiero recoger aquí solamente una de las referencias del texto citado de Deleuze, que, como un rayo, me hizo recordar un episodio de Moby Dick. Como tantos otros pasajes de la novela, este debió de resultarme especialmente significativo en su momento. Dice Deleuze, hablando del difícil concepto del afuera en Foucault, y de los pliegues del afuera que dan lugar a la subjetivación:

"Las fuerzas proceden siempre del afuera, de un afuera más lejano que toda forma de exterioridad. Al mismo tiempo, no solo existen singularidades de fuerzas sino también singularidades de resistencia, capaces de modificar esas relaciones, trastocarlas, cambiar el diagrama inestable. E incluso existen singularidades salvajes, todavía no ligadas, en la línea del afuera, y que se agitan particularmente justo encima de la fisura. Una terrible línea que mezcla todos los diagramas por encima de los propios huracanes, la línea de Melville, libre por los dos extremos, que rodea toda la embarcación con sus complicados meandros, que se entrega, cuando las condiciones lo requieren, a horribles contorsiones, y que cuando parte siempre existe el riesgo de que arrastre a un hombre (...)." ****

La fisura que describe Deleuze es la que crea el afuera, en Foucault, plegándose, para constituir la subjetividad, en un proceso, una estructura, que recuerda esa invaginación del neuroectodermo que acaba generando el tubo neural en el embrión de los cordados (que somos) y, en último término, el sistema nervioso central. La línea, la cuerda, cuidadosamente enrollada o rápida, vertiginosamente extendida cuando, atada a un arpón, sigue a la ballena en su huida, arrastrando al hombre que lo lanzó. La cuerda, la línea que delimita y a la vez une el afuera de la fuerza, del juego terrible y caótico de las fuerzas, con la subjetividad que quiere hacerse con ella, aun a riesgo de verse arrastrado para siempre a las profundidades. Y la vida, como también indica Deleuze, en los dos extremos de esa línea.


*  https://editorialcactus.com.ar/blog/subjetivacion-deleuze-foucault-2daedicion/

** P. ej.: T. Hugh Crawford (1997) Captain Deleuze and the white whale: Melville, mobydick, and the cartographic inclination, Social Semiotics, 7:2, 219-232, DOI: 10.1080/10350339709360382

*** Deleuze G. Foucault. Traducción de José Vázquez Pérez. Barcelona: Paidos, 1987.  

**** Ibid., p. 157.

 

 

lunes, 11 de febrero de 2019

40. Leer, vivir


Hay algo magnético y perfecto en las narraciones de esos inmensos escritores-viajeros (Melville, Conrad… también Cervantes), que pertenece a la más pura esencia de las historias contadas sobre las cosas humanas. Es como si hubieran visto clara y definitivamente dentro de la naturaleza (existencia) humana, y nos condujeran narrativamente por ese espacio real y mítico, transparente. Sea como sea, o como uno sea capaz de expresarlo pobremente, hay momentos de máxima lucidez narrativa (lectora, mejor) en que nos sentimos perfectamente incorporados (en cierto modo con el narrador, pero también con los personajes) a una historia contada. Me ocurre ahora releyendo Nostromo, de nuevo una historia perfecta y perfectamente contada. Hay otras ocasiones, como en el Jude de Hardy, en que esa sensación es aún más intensa, y llega a doler (también en Tess). Pero eso tiene que ver más con la naturaleza de la historia y de los personajes. Conrad nos protege un poco de eso (también Melville); y me admira aun más que sea capaz de relatar cosas tan humanamente terribles poniéndonos a salvo del ¿sentimentalismo? (y no digamos Melville).

Todo eso no deja de ser aun un poco confuso para mí. Me quedo con el insustituible sabor y la perfección de la narración que, de alguna forma, nos permite vivir dentro de ella. No se me ocurre otra función que pudiera ser más esencial a la narrativa: vivir. (De Huellas, 2011)