sábado, 2 de febrero de 2019

36. Entre libros


Ayer, una cena con amigos y familiares (qué frío, así escrito, sin nombres propios, y qué fuerza evocadora la de los nombres propios -pero esto me lleva a mis laberintos lingüísticos, que recorro en otro lugar). Discutimos sobre libros y escritores, sobre el gusto literario, decía yo, aunque no se aceptara mucho esa noción. Sobre prejuicios, ideológicos o no. Decía yo el gusto, como invocando un centro conceptual en torno al cual analizar tantas diferencias de criterio, al tiempo que iba descubriendo para mí que el plano en el que nos encontrábamos discutiendo en algunos momentos (“este autor sí, este no; este libro sí, este no tanto”) era un plano hermenéutico. El gusto, sí, con toda su complejidad analizable, pero por debajo, no menos analizable, aunque con mayor dificultad, el sentido de todos esos textos para cada uno de nosotros. Lo ideológico es un momento o una parte de ese análisis, pero mezclado con muchas cosas más: biografía, itinerario vital, expectativas, ubicación social, competencias profesionales, rasgos de personalidad, sentimientos de pertenencia a determinados grupos o subgrupos sociales, experiencia de lectura. Esto último es muy importante y es lo más específico en la discusión de ayer. Qué ha leído cada uno, cuándo y cómo, qué supuso cada una de esas lecturas y qué ha dejado en nosotros (puede imaginarse uno un cierto correlato neural de todo esto). Prejuicio, pre-comprensión y sentido. De qué modo y en qué grado consideramos o sentimos que ciertas lecturas forman parte de nosotros. Y por qué especialmente las lecturas, entre todas nuestras experiencias posibles. Ahí iba Gadamer. (De Huellas, 2010)