Acostumbramos
a pensar que las ideas y las cosas que manejan los científicos actuales
pertenecen a un ámbito íntimo y secreto de la naturaleza y del quehacer humano,
algo reservado a unos pocos que -no sabemos bien por qué- disponen de las
claves para descifrar esos hechos semiocultos. Pero es importante darse
cuenta de que, si hay algo realmente privativo de la praxis del científico, es
aquello que está irreductiblemente incorporado a él mismo como familiaridad con
su ámbito especializado de estudio, eso que he llamado “complejo
técnica-objeto”, esto es, ese mismo ámbito de cosas considerado desde un
reducido grupo de técnicas, y solo desde él. Es este elemento cuantitativo,
cuantificador, el que constituye y da forma al objeto en cuanto tal y se hace inseparable
de él, consustancial a él. Es, por decir así, el correlato científico del
fenómeno. Ahora bien, ¿qué ocurre con las ideas que se aplican a esos
“complejos” y, en parte, se desarrollan sobre el análisis y la reflexión en
torno a ellos? Tales ideas son las comunes, quiero decir con ello las de todos,
o las que en cada época puede conocer y utilizar una persona debidamente
informada. Por eso tienen los estudios científicos esa capacidad sorprendente
de desbordarse cada cierto tiempo (Galileo, Newton, Darwin, Einstein) e inundar
el mundo de las ideas contemporáneas: porque se trata de las mismas ideas,
comunes y generales, en suma, de una misma racionalidad.
¿Pero de
dónde surge y cómo se desarrolla históricamente algo así como una idea del ser
vivo? Hemos de admitir que, en gran medida, es a partir del mundo científico de
los “complejos técnica-objeto” de donde surgen y se desarrollan las ideas. Pero
también tenemos que admitir ya que las ideas se desarrollan históricamente en
términos de sus propias contradicciones y de su modo de racionalidad y, muy
principalmente, en términos del conjunto de la praxis humana sobre su realidad
material.
Hay, pues,
una fuente de desarrollo de las ideas en lo cuantitativo, en el análisis
directo (técnico) de los hechos empíricos -en la ciencia, en suma. Y hay otra
fuente -quizá solo virtualmente diferente de la anterior- en lo cualitativo,
en lo que en cada época se piensa que son las cosas, y en cómo se piensa que
son, en su modo propio de ser.
La
biología de Aristóteles tiene la notable particularidad -estratégica para este
análisis- de que en ella los hechos naturales se analizan con categorías
cualitativas y es, en consecuencia, una biología que no deja de ser filosofía.
En ningún autor mejor que en Aristóteles podemos aprender lo que hay de
filosófico en todo análisis del ser vivo, esto es, su fondo cualitativo, la
reflexión subyacente sobre el ser vivo en cuanto modo de ser. No existe todavía
el “complejo técnica-objeto”. Lo científico se limita a la mera observación y
no se despega aún, por ello, de la reflexión filosófica. En Aristóteles podemos
aprender qué es una idea del ser vivo, si es que queremos descubrir qué idea
podemos hacernos hoy de los seres vivos por detrás y por encima de la amalgama
-por lo demás fecunda y riquísima- de “complejos técnica-objeto” que la
biología actual ofrece. (De Huellas, 1992)
Creo que hoy sé algo más, y puede que en esto me deje llevar
en cierto modo por el análisis “genético” que W. Jaeger (*) hizo de
la filosofía aristotélica. Es posible que los tratados aristotélicos
representen, entre otras muchas cosas, ese primer punto de escisión, de
divergencia, en Occidente, entre la reflexión filosófica y la investigación científica
(istoría) de los seres vivos; si intentamos decirlo en los propios términos
aristotélicos (¿y también heideggerianos?), entre los seres vivos en cuanto
modo de ser, y en cuanto entes o entidades de una determinada clase o género de la realidad.
(2018)
(*) Para W. Jaeger (Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo intelectual) esta escisión (o evolución) se habría producido entre lo que considera como el
primer Aristóteles, cuasi platónico y puramente metafísico (en sus problemas
fundamentales) y el último, entregado al estudio de la naturaleza, y
de la historia del hombre y sus instituciones. [Muchos autores posteriores han rechazado este abordaje y sus conclusiones, entre ellos I. Düring (Aristóteles): "Esta construcción de su desarrollo es, a mi parecer, falsa".]