martes, 24 de agosto de 2021

224. Val de Nebra

 Como todos lo veranos desde hace bastantes años, exploro en bici el Val de Nebra. A estas alturas -de otro tipo de alturas va también la cosa, como se verá- creo que lo conozco bien, aunque cada año encuentro algo cambiado: una pista forestal asfaltada, o cerrada por la vegetación, o alguna otra pista o vereda olvidada (quizás) que (re)descubro con placer. ¿Es posible que haya en el valle siempre más cosas que las que ya tengo incorporadas a mi mapa -no diré "mental", sino, en todo caso, "existencial"? "Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía", nos recuerda Hamlet; y sí, afortunadamente siempre hay más cosas. De filosofía va también esto, como también se verá.

Suelo acceder al valle desde la parte ancha y abierta que da al mar, a la ría, a través de alguno de los caminos, casi sin curvas y más o menos paralelos, que, ascendiendo ligeramente, se dirigen hacia la parte más alta y profunda. Ese primer tramo de aproximación, recorrido con pedaleo regular, tranquilo, disfrutando, me permite entrar en calor, y el sol, la vegetación de los márgenes y los pájaros que salen volando a mi paso me devuelven al estado de ánimo adecuado, siempre renovado. Al fondo, el valle está cerrado por dos montes, el Iroite, a la izquierda, enorme, masivo, inalcanzable (en bici, para mí, hoy), y el Enxa, a la derecha, que presenta un perfil más acogedor y tentador (para la ascensión), pero de momento también inaccesible. De uno a otro monte, una pequeña cadena montañosa separa este gran espacio abierto del resto de la Sierra de Barbanza. Largos caminos, paralelos entre sí y perpendiculares a los anteriores, completan la malla que permite recorrer el valle en todas direcciones, con suaves cuestas que llevan a algunas aldeas bien definidas: Agrelo, Tores, Orseño, Puilla, Noal, Cabanela, Castelo... Otras aldeas se encuentran en los márgenes de la parte llana del valle, o en sus laderas, menos accesibles: Nebra, Laranga, Calo, Queiro...

Hay días en que me gusta recorrer lo conocido, yendo de aquí para allá por la parte llana del valle, y encontrar, si acaso, sin haberlos buscado conscientemente, detalles, rincones o novedades antes desconocidos (o no reconocidos). O disfrutar sencillamente del placer (diríase que ontológico) del reconocimiento, de la familiaridad con los lugares y las cosas, de la calidez de su presencia. Otras veces, no sé por qué, prefiero explorar los márgenes, buscar pequeñas veredas para ascender sin excesivo sufrimiento, aunque no sin algún esfuerzo. Pequeños trucos, estrategias, para ascender en zig-zag siguiendo tramos de cuesta cortos seguidos de otros horizontales más largos. Poco a poco, sin prisa, a la justa medida de mis fuerzas, el ángulo de visión sobre el imponente paisaje de la ría va alzándose conmigo. Es solo la suma de esos pequeños esfuerzos acumulados lo que me permite llegar allí. Y vale la pena entonces pararse un momento a mirar. Nada nuevo ahí abajo en la ría, claro, sino el ángulo, el punto de vista conseguido.

A veces me imagino, me digo, con la cadencia suave del pensamiento que acompaña al pedaleo, que algo parecido vengo haciendo en mis devaneos filosófico-científicos desde hace más o menos el mismo tiempo. Podría llamar filosofía al Iroite y al Enxa ciencia, las mías: mi filosofía y mi ciencia. Y a la trama de caminos que los reúne en el valle podría también llamarla método (méthodos, camino en griego, e iter, itineris en latín; sin olvidar que el tao también es camino). Y cada una de las aldeas  podría adoptar el nombre de alguna figura eminente: Darwin, Heidegger, Gadamer, Merleau-Ponty, Derrida, Deleuze, Vattimo, Ricoeur... unas más accesibles y otras algo menos. Y así voy de aquí para allá, de unas a otras o explorando caminos que no sé todavía adónde van, en un itinerario interminable, tejiendo una red de experiencia que comienza en el llano y va poco a poco ascendiendo. (Bx)



lunes, 9 de agosto de 2021

223. Seis de agosto de 1945

 A quien me hable de objetividad, también de objetividad científica, le diré solamente: 6 de agosto de 1945. Mientras no seamos capaces de asumir el horror de aquel acto -la acción de guerra más atroz y cruel que conocemos- y calificar para siempre como se merecen a sus responsables, no tendremos ni idea de lo que es la objetividad. Esa acción que Truman, el genocida, con lenguaje propio de los médicos nazis, calificó de "el mayor logro científico de la historia". Como no tuvieron bastante con una, lanzaron otra tres días después, en Nagasaki, porque en Hiroshima ya no quedaba nadie vivo o indemne. Tanatopolítica with God on their side.



jueves, 29 de julio de 2021

222. Antídoto

 Escribí hace unos meses sobre la "dieta de datos" (§203) a la que debía someterme para terminar un artículo a todo correr, dejando atrás, o a medias, seguramente, la sobredosis de filosofía del momento. Ahora, verano, inicio de vacaciones, perspectiva de largas lecturas, paseos y conversaciones, horizonte de calma, querría prescribirme (medice cura te ipsum*, como le gustaba decir[me] a Marcial Suárez) todo lo contrario, la anti-dieta de datos, la fiesta, la orgía de las ideas, las intuiciones, no necesariamente claras y distintas, como quería Descartes, sino vagas, inquietas, huidizas, como las ideas-liebre de Bergamín. El antídoto de los datos, nombre, por cierto, de un riquísimo vino soriano que Dionisos puede aportar a la fiesta.


* Lucas, 4, 23.



domingo, 25 de julio de 2021

221. Tras las huellas de Ricoeur

La memoria es cosa de huellas y de lo que las huellas evocan. Paul Ricoeur* ha señalado los diferentes sentidos en que la noción de huella se asocia a la de memoria en los textos platónicos: 1) la huella escrita de la que trata el mito de Theuth y Thamus, en el Fedro (274b - 275e), sobre la invención de la escritura (y sobre la que sabiamente escribió Derrida**, y no menos sabiamente Emilio LLedó***, con quien descubrí a Platón); 2) la huella que un acontecimiento deja escrita en el alma [“En mi opinión, nuestra alma se parece entonces a un libro”, Filebo (38c)]; y 3) la huella corporal, cerebral, hoy diríamos neural, (Teeteto, 190e - 196c), donde las percepciones y los pensamientos quedan impresos como el sello de un anillo en una tablilla de cera. Donde las neuronas (diríamos hoy con Derrida) escriben la memoria con su propia gramática, con su propia estructura molecular y celular (morphé).

 

* Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires, 2004.

** Jacques Derrida. La Dissémination (Tel Quel). Ed. du Seuil: Paris, 1972. (Incluye La Pharmacie de Platon).

*** Emilio LLedó. El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria. Ed. Crítica: Barcelona, 1992.



jueves, 22 de julio de 2021

220. Justicia hermenéutica (para Cuba)

 Hace ya unas cuantas semanas que mi lectura del Junco de Irene Vallejo quedó interrumpida en esa página donde la autora habla de las "cárceles castristas". Fueron esas palabras amigas-enemigas las que provocaron la reflexión, un tanto general, de §216. Por justicia hermenéutica, pensé entonces, y recordé que era eso lo que Marcuse dijo que había aprendido de su primer maestro, Heidegger. Para poder seguir leyendo el Junco, un poco de justicia hermenéutica, ante la ideología (esa ideología dominante, normativa, acrítica) que aflora a veces inesperadamente.

Algunos días después, una cena de amigos en nuestra terraza, con cierto desencanto político en el ambiente. La Asamblea General de la ONU acababa de aprobar, por vigesimonovena vez, una resolución pidiendo el fin del embargo de Estados Unidos a Cuba. Bloqueo, en realidad, porque el embargo implica la amenaza "imperial" a los países que comercien con Cuba. A aquellos que el Imperio puede amenazar, claro. Todos los demás suponen, sencillamente, una amenaza para el Imperio, y, por extensión, para todos los países sometidos a su vasallaje. Eso acaba creyendo tanta gente. Solo dos países votaron en contra de la resolución, Estados Unidos e Israel. Como alguien escribió entonces en Twitter, el mundo votó a favor del fin del embargo, no así los enemigos del mundo.

Allí, en Cuba, al parecer, la pandemia está llevando a la gente al límite de la resistencia, y más allá. Algo de eso debe de haber detrás de estos últimos "acontecimientos", proclamados urbi et orbi por los dispositvos mediáticos imperantes. Mucho sufrimiento cotidiano, nos consta. Sin embargo, ya me equivoqué al inicio de las llamadas "primaveras árabes", hace una década, y leí con cierto escepticismo los breves textos de advertencia que iba escribiendo Fidel, ya mayor y retirado de la vida política activa, en Granma. ¿Democratizar Siria, Libia, antes Iraq? A la vista del resultado (guerras interminables, millones de refugiados, estados desaparecidos o sometidos), se trató (trata) de una nueva forma, especialmente destructiva y homicida, de colonización. Bien lo saben los cubanos (de Cuba), y los palestinos (¿de dónde?).

Decimos "sí se puede", y hemos visto que algo se puede, sí, pero dentro de un rango de actuación, ay, demasiado estrecho, en algún sitio, en algún país, durante algún tiempo. Qué se puede contra el neoliberalismo depredador y salvaje, contra el Imperio, como entidad político-militar, en último término. Quién. Se puede resistir, y eso hacen algunos países (colectivos humanos) heroicos, pero, ay, cuánto tiempo. Cuba. Palestina. Como realidades vivas (millones de seres humanos) y como símbolos (de muchos millones más).

En unos textos recientemente publicados con el título de Alrededores del Ser (y traducidos al castellano por Teresa Oñate), Gianni Vattimo recuerda varias veces la idea de Walter Benjamin de que la izquierda occidental se ha guiado, mucho más que por la perspectiva (utópica) de un mundo futuro, por la exigencia de justicia, de reconocimiento, para el pasado. De comprensión, de justicia hermenéutica. Qué menos.


sábado, 26 de junio de 2021

domingo, 20 de junio de 2021

218. Lila o la vida imposible

 Hace unos días terminamos de ver, Mu y yo, la serie de televisión basada en la novela de Elena Ferrante, La amiga estupenda*, en realidad solo los dos primeros títulos de la tetralogía, las dos temporadas que se han rodado hasta ahora. Fue un verdadero placer releer, ahora en lenguaje cinematográfico, la estupenda novela de Ferrante que llegó hace unos años a nuestras vidas de lectores como un verdadero descubrimiento. La serie destaca especialmente algunas hebras de la densa trama narrativa de la obra, y acierta al hacerlo. Lenú y Lila, amigas necesarias y a la vez imposibles, desarrollan sus vidas antiparalelas (como las hebras de nucleótidos en la cadena de ADN), en una misma dirección, pero en sentidos opuestos. Cada una de ellas es, en ocasiones significativas, la referencia o el motor (motivo) de la vida de la otra. 

La novela no tendría la profundidad que realmente tiene si  el resultado fuera sencillamente el éxito y la vida cumplida en el caso de Lenú, y el fracaso y el dolor en el caso de Lila. En cierto plano cotidiano, el de sus encuentros esporádicos en la vida adulta, podría ser así, pero ambas forman, en estratos más profundos, un sistema simbiótico mucho más complejo, se condicionan y constituyen mutuamente, dialécticamente. En ese extraño metabolismo que comparten las amigas, sabiamente recogido en la serie a través de las miradas cruzadas de ambas, silenciosas, intensas, los fracasos/éxitos de Lila se convierten en los éxitos/fracasos de Lenú. Al cabo, naturalmente, es Lenú, el componente apolíneo del binomio, quien sale mejor parada (social e intelectualmente), frente a una Lila dionisiaca, entregada por igual a la creación y a la destrucción de su propio mundo de vida. Creo que puede interpretarse la novela de Ferrante como la anti-Bildungsroman de una persona singular, especial, genial, de una niña/chica/mujer con una necesidad esencial de saber, de leer, de ejercitar su inteligencia (y también de jugar con todo ello). Sin embargo, ambas, Lenú y Lila, están atrapadas dentro de los muros que imponen su clase, su sexo, y hasta su origen geográfico (Nápoles). Lila es un escándalo permanente en esas coordenadas de machismo, clasismo y violencia cotidiana. Una vida imposible que, no obstante, se transfigura, civilizándose, integrándose social y profesionalmente, en la carrera académica e intelectual de Lenú. No sin esfuerzo, dolor y remordimiento.

 Cerca del final del segundo libro, y de la segunda temporada de la serie, Lila, vencida, sometida, después de su último intento de escapar a su destino de esposa/madre jovencísima maltratada, está sentada en la plaza del barrrio al que ha vuelto con su hijo Rinuccio. Allí la encuentra la maestra Oliviero, envejecida y enferma, la maestra a quien Lila deslumbró de niña con su viveza y su inteligencia. La Oliviero, como señala el texto de Ferrante, "ni se fijó en el niño, solo pareció interesada en el libro voluminoso que su ex alumna tenía en la mano, un dedo entre las páginas a modo de señalador.

- ¿Qué es?

Lila se puso nerviosa. la maestra había cambiado en el aspecto, en la voz, en todo, menos los ojos y el tono brusco, el mismo que empleaba cuando le hacía una pregunta desde su tarima. Entonces ella tampoco se mostró cambiada, le contestó indolente y agresiva a la vez:

- Se titula Ulises.

- ¿Habla de la Odisea?

- No, habla de la mediocridad de la vida de hoy.

- ¿Y qué más?

- Nada más. Dice que tenemos la cabeza llena de tonterías. Que somos carne, sangre y huesos. Que todas las personas valen lo mismo. Que solo queremos comer, beber, follar."

A la maestra le molesta el tono descarado y desafiante de Lila, y la regaña por ello, como la regañaba siempre de niña. Le sigue preguntando por el libro, y Lila responde que le resulta difícil, que no lo entiende del todo.

"-¿Entonces por qué lo lees?

- Porque lo leía alguien que conocí. Pero a él no le gustaba.

- ¿Y a ti?

- A mí sí.

- ¿Aunque sea difícil?

- Sí.

- No leas libros que no puedes entender, te hace daño."**

Quiero imaginar a la autora mientras escribía este episodio, detenida en este punto y pensando, como yo mismo he pensado al verlo representado en la serie (no, por cierto, cuando lo leí en el texto), cómo se proyecta esta frase en múltiples horizontes por toda la obra, como una (posible) clave interpretativa. Las dos amigas, encerradas en un mundo sin libros, del que solo podrán salir con la ayuda de los libros. Lenú continúa su formación paso a paso, siempre leyendo, a veces con dificultad, mientras que Lila, que lee más que ella, y entiende mejor lo que lee, acaba perdiendo el camino de su formación. Aun así, ella sigue leyendo, hasta el límite de su comprensión. 

Me parece ver aquí también, proyectando, quizás, mis propias preocupaciones como lector, una metáfora de la diferencia (distancia) entre la lectura (y la escritura) académica, profesional, técnica, y la lectura amateur-salvaje que se lanza campo a través, hacia el límite de la comprensión. Sí, a veces esa lectura hace daño. Afortunadamente.

 

* Cómo se pierde el sentido original, multívoco, del original italiano ("geniale") en la traducción española ("estupenda") del libro y de la serie, que, en cambio, se salva en la traducción alemana ("geniale"), y solo parcialmente en las traducciones francesa ("prodigieuse") e inglesa ("brilliant"). Se trata de la historia de una buena amiga, la mejor, de una estupenda amiga, claro, y también de la trágica historia de una mujer especial, brillante, prodigiosa. La autora eligió el mejor término, genial

** Elena Ferrante. Un mal nombre. Lumen: Barcelona, 2013, p. 448. Traducción de Celia Filipetto.