sábado, 22 de febrero de 2020

136. Machado, siempre todavía (y un soneto)

En el aniversario de su muerte, conviene recordar a uno de los (nuestros) grandes que supo estar a la altura de aquellas feroces circunstancias. A la altura política y también poética. Hablamos todavía de las dos Españas (cómo no recordar aquel otro soneto de su hermano, malgré tout, [§114]), porque vivimos en esta parte del mundo, pero sabemos que en este mundo moderno/posmoderno hay (y hubo entonces) en todas partes un lado bueno donde estar -mejor, por decirlo también aristotélicamente- y un lado peor. Machado estuvo siempre en el lado bueno y lo dejó, cómo no, escrito. 

"Tu carta -oh noble corazón en vela,
español indomable, puño fuerte-,
tu carta, heroico Líster, me consuela,
de esta, que pesa en mí, carne de muerte.

Fragores en tu carta me han llegado
de lucha santa sobre el campo ibero;
también mi corazón ha despertado
entre olores de pólvora y romero.

Donde anuncia marina caracola
que llega el Ebro, y en la peña fría
donde brota esa rúbrica española,

de monte a mar, esta palabra mía:
"Si mi pluma valiera tu pistola
de capitán, contento moriría."

Hace unos años, volviendo de Suiza en coche, después de atravesar el denso tráfico de la A7, que sigue el curso del Ródano, y de habérmelas con el viento lateral de la A9 (La Languedocienne), me desvié, cerca ya de la frontera, por una preciosa carretera costera llena de curvas, hacia Collioure. Es fácil encontrar la tumba de Machado, muy cerca de la entrada de un pequeño cementerio, algo alejado de las calles más bullliciosas de aquel pueblo tan turístico. Emociona estar allí. En palabras de Luis García Montero, "saber elegir una derrota ante la tumba de Machado, ponerse por voluntad en el lugar de los vencidos, supone aceptar una tradición que no es optimista ni pesimista. Se trata de no sostener el relato en los triunfos, sino en las convicciones".* Allí piensa uno en los "pasados posibles" de los que habla mi profesora, y en lo presentes que están.
 



 

domingo, 16 de febrero de 2020

135. Aristóteles y el cerebro

Aquí un pequeño (primer) homenaje al "maestro de los que saben". Habrá más.





134. De Facebook, con Saramago

Me pregunta un amigo si tengo Facebook. No, le digo que no, que, por lo que se refiere a las redes sociales, dedico bastante tiempo a Twitter y a este blog; ya quisiera yo tener más tiempo. Además, aunque conozco Facebook solo de oídas, no creo que me sintiera cómodo con ese formato (más de pegar que de escribir, si no lo he entendido mal). Sin embargo, sé que ahí muchas, muchísimas, personas cuentan cosas de su vida, y eso es algo que respeto y celebro. Con Saramago:

"…si cada uno escribiera su vida, qué gran biblioteca, tendríamos que llevar los libros a la luna, y cuando quisiéramos saber quién o qué fue Fulano, viajaríamos por el espacio para descubrir aquel mundo, no la luna, sino la vida." (Alzado del suelo) (Dx)



133. Auden

Como me ocurrió hace unas semanas con Yeats (§128), encuentro ahora por los caminos de Twitter unos versos de Auden que reclaman mi atención. Ya leídos y olvidados, o no recordados, porque los acabo encontrando también en mi Auden*. ¿Será verdad eso que dice Heidegger, que es más importante lo que olvidamos que lo que recordamos?

"How should we like it were stars to burn
With a passion for us we could not return?
If equal affection cannot be,
Let the more loving one be me."

                                             The more loving one

Intento aquí mi propia traducción, algo arriesgada, en la que coincido solo en parte con la de Eduardo Iriarte:

"¿Cómo nos parecería que hubiera estrellas que ardieran
por nosotros con una pasión que no pudiéramos corresponder?
Si el afecto no puede ser igual,
Que el más amante sea yo."

En lo ontológico-cosmológico, lo mismo que en lo afectivo (si no se trata de lo mismo en ambos casos), es mejor dar que recibir. 


* W. H. Auden. Canción de cuna y otros poemas. Selección, traducción y prólogo de Eduardo Iriarte, Barcelona: Ed. Lumen, 2006.




sábado, 8 de febrero de 2020

132. Silencio

Con alivio, y no sin cierto placer, apago la radio del coche cuando irrumpe la publicidad. Silencio. No me invadan, por favor, no me agredan, no me aburran (la eficacia del anuncio depende de su repetición, y en ello se manifiesta su esencia hueca e invasiva). En el mando de la tele hay un botón que parece pensado especialmente para esa función autoprotectora. No, tampoco necesito que me seduzcan. Silencio. 

Las palabras de la derecha política, a menudo burdos clichés, ideitas prefabricadas y difundidas para la ocasión por los mismos dispositivos (agencias, canales y aparatos) que emiten la publicidad, merecen el mismo abordaje terapéutico. Silencio. Ese es mi mindfullness. El botón de apagado, el botón de silencio. Déjenme, déjennos, vivir y trabajar en paz. Y en silencio, nuestro bendito silencio. (Dx)


(Escuchando If it be your will, de Leonard Cohen.)