sábado, 24 de agosto de 2019

77. Escribir para leer


Me pregunto a veces por qué sigo escribiendo estos pequeños textos dispersos. Entre los motivos que ya tenía, encuentro hoy uno más. Cuando se va a escribir sobre algo hay que leer con cuidado, con más atención, para entender e interpretar, y para precisar lo que se escribe y no cometer errores. Se escribe (se puede escribir) también (mejor o peor), seguramente, para leer mejor. (Dx)



jueves, 22 de agosto de 2019

76. McEwan & Conrad

Con la publicación, hace unas semanas, del texto de una conferencia reciente en Sicilia, nos ha ofrecido Ian McEwan una amable e inteligente lectura de verano*. El artículo habla del amor y el deseo en la literatura, tan predominante solo como deseo (sexual), según el autor, con unas buenas dosis de antropología y neuroquímica y, en consecuencia, de sana y divertida ironía. 

Comencé a leer el artículo, como me ocurre muchas veces, imaginando el camino que tomaría el autor y, por algún motivo (el sedimento de mis propias lecturas, también de McEwan, supongo), pensé que del efecto del deseo agudo (cumplido o no) en la literatura, el autor iba a a pasar al de sus secuelas crónicas (por no abandonar la terminología clínica del propio McEwan). No, no iban por ahí los tiros, y aunque el novelista se aproxima un momento a ese ámbito, anunciado en las novelas de los ss. XVIII y XIX por “el sonido de las campanas de la iglesia” (evocando para ello nada menos que a Jane Austen), pronto se aleja de este territorio oscuro, sórdido y patriarcal. 

En mis anotaciones mentales al margen del texto, desde nuestro Siglo de Oro literario (el de mi L1), eché de menos, entre las referencias, en el campo del deseo agudo, en dos extremos opuestos, naturalmente a don Quijote** (el amor más imposible de la historia de la literatura, si es que esta expresión tiene sentido), y el espléndido manifiesto fáctico del soneto de Lope: “esto es amor, quien lo probó lo sabe.” En cuanto a la expresión del amor/deseo a largo plazo (“amor para vivir”, canta Pablo Milanés), creo que hay mucho que decir en torno al binomio griego éros/philía, y a su elaboración por Platón (sobre todo eros, amor-deseo, sublimado), y por Aristóteles (sobre todo, pero no solo**, philía, amor-amistad). McEwan se pregunta por el impacto que tendrán sobre la literatura (la gran literatura, se entiende) los cambios radicales (para mejor) que se han dado, en las últimas generaciones, en los hábitos y valores que intervienen (roles, si se quiere) en el deseo y el amor. En el amor agudo, y sobre todo en el otro (añado yo).

Unos días después de leer el artículo de McEwan terminé Romance, una de las novelas que Joseph Conrad escribió conjuntamente con su amigo-socio Ford Madox Ford. No es la mejor novela de Conrad (de hecho, J. Stape, su sobrio y poco entusiasta biógrafo, dice que es la peor***), quizá porque en ella se dan algunas situaciones inverosímiles (y truculentas) que se resuelven también de forma inverosímil. Sin embargo, me parece que el mejor estilo de Conrad brilla en su párrafo final. John Kemp, en primera persona, habla de la vida en común con Seraphina, mucho tiempo después de que “sonaran las campanas” para la sufrida (en grado extremo) pareja protagonista. 

“And, looking back, we see Romance -that subtle thing that is mirage- that is life. It is the goodness of the years we have lived through, of the old time when we did this or that, when we dwelt here or there. Looking back, it seems a wonderful enough thing that I who am this, and she who is that, commencing so far away a life that, after such sufferings borne together and apart, ended so tranquilly there in a world so stable - that she and I should have passed through so much, good chance and evil chance, sad hours and joyful, all lived down and swept away into the little heap of dust that is life. That, too, is Romance!”****

De ese otro amor lento y largo, de esa otra fase, parece que Kemp-Conrad nos quiere decir, también, “quien lo probó lo sabe”. La biografía de Stape nos ofrece algún indicio.


* https://elpais.com/cultura/2019/08/08/babelia/1565281328_525926.html

** Siguiendo a Harold Bloom (Hamlet), aquí considerado como algo más que un personaje literario.

** El uso del término eroménon (lo que amamos, ansiamos, deseamos) en De partibus animalium I IV 644b 34, otro hallazgo feliz del Corpus, merecería, por sí mismo, todo un ensayo, o al menos un QSY.

*** Stape, J. Las vidas de Joseph Conrad. Ed. Lumen, 2007.

**** Como, de vacaciones, no tengo a mano ninguna traducción del texto, aventuraré aquí mi propia traducción al castellano. “Y, mirando atrás, vemos el Romance -esa cosa sutil que es espejismo- que es la vida. Es la benignidad de los años que hemos recorrido, de aquellos tiempos en que hicimos esto o aquello, cuando estuvimos por aquí o por allí. Mirando atrás, ya parece algo bastante maravilloso que yo, tal como soy, y ella, tal como es, comenzando en tiempos tan lejanos una vida que, después de tantos sufrimientos soportados juntos y por separado, terminó de un modo tan tranquilo en un mundo tan estable -que ella y yo hayamos pasado por tantas cosas, buenas y malas ocasiones, horas tristes y alegres, todas ellas olvidadas y barridas para formar ese pequeño montón de polvo que es la vida. ¡Eso también es Romance!” Nota a la traducción (la cursiva es mía): no hay equivalente exacto de romance en castellano, y en el significado del término inglés hay una connotación de aventura y de historia antigua, heroica o exótica, inusual, como, por ejemplo, se recoge en la clasificación de algunas obras tardías de Shakespeare (La tempestad y El cuento de invierno, entre otros) como romances. Hay una aproximación en el adjetivo romancesco (lo característico de la novela). En la novela de Conrad-Madox, el protagonista busca una vida excepcional y estimulante de aventuras y peligros.



domingo, 11 de agosto de 2019

74. Llama un teleoperador


Ahora, el “no me gusta” anunciado (QSY, 04/08/2019).

Vivimos en un mundo profundamente desequilibrado, de abundancias obscenas y necesidades elementales, vitales, que se superponen y se mezclan ante nuestros ojos, como se mezcla, si no estamos atentos, la publicidad más estúpida* con las tragedias cotidianas. Es (también) el mundo de la comunicación total, instantánea, y por ello, intensamente mediatizada, dirigida. Ni vemos todo el lujo obsceno, insultante, ni (mucho menos) vemos a todas las víctimas. Aún así, conociendo el mecanismo de la trampa, queremos ser solidarios. Sería insoportable no serlo. Refugiados (de las guerras, sí, de las guerras que no somos capaces de evitar o de parar), catástrofes naturales y anti-naturales, enfermedades graves, etc.

Desde hace unos días, vengo recibiendo una llamada del mismo número de teléfono más o menos a la misma hora de la tarde. Sé que se trata de un call-center, y que al descolgar se me aplicará un rápido protocolo amable/estricto para intentar venderme algo. A veces, también solidaridad, lo sé. Ayer, pendiente de una llamada urgente, acabé atendiendo esa llamada sin darme cuenta.

̶  Buenas tardes… ¿le interesa colaborar con UNICEF**?
̶  Disculpe, ahora no puedo atenderle, estoy ocupado.

Es mi respuesta automática ante este tipo de llamadas, incómoda, porque sé de las condiciones laborales de las personas que se dedican a hacerlas. 

¿UNICEF?, me digo, después de haber colgado. ¿Pero cómo no me va a interesar colaborar con UNICEF, cómo no voy a colaborar con UNICEF? Hago un repaso mental de todas las organizaciones (no gubernamentales, decimos) a las que aporto algo todos los meses. No son pocas, pero no, UNICEF no está entre ellas, y tampoco otras muchas que necesitan fondos desesperadamente. ¿Y cómo puede ser que yo le haya dicho, o dado a entender, a un teleoperador, que no quiero colaborar con UNICEF? 

Conocemos el mecanismo de la trampa, decía, pero eso no reduce la rabia, no consuela. ¿Para qué sirven nuestros Estados? ¿Para qué generamos inmensas cantidades de fondos con los impuestos? Para luchar contra la enfermedad y la muerte, y para formar a seres humanos que puedan vivir felices, entre otras cosas de menor importancia. Para que los ciudadanos de esos Estados no tengamos que negarle personalmente la ayuda (por imposibilidad física y lógica, por reducción al absurdo) a los colectivos, aquí y en cualquier parte del mundo, que más la necesitan. Porque el Estado (el país, en suma) no somos cada uno de nosotros (es una de las falacias neoliberales), sino todos nosotros.

* Es aparentemente paradójico que detrás de tanta idiotez haya algo tan sofisticado como la “neuroeconomía”.

**United Nations International Children’s Emergency Fund, a propósito, otra agencia de Naciones Unidas amenazada por las políticas de E.E.U.U.



73. Claudio Rodríguez (poema)

" (...) - He hablado así tempranamente, ¿y debo
prevenirme del sol del entusiasmo?
Una luz que en el aire es aire apenas
viene desde el crepúsculo y separa
la intensa sombra de los arces blancos
antes de separar dos claridades:
la del día total y la nublada
de luna, confundidas un instante
dentro de un rayo último difuso.
Qué importa marzo coronando almendros.
Y la noche qué importa si aún estamos
buscando un resplandor definitivo.
Oh, la noche que lanza sus estrellas
desde almenas celestes. Ya no hay nada:
cielo y tierra sin más. ¡Seguro blanco,
seguro blanco ofrece el pecho mío!
Oh, la estrella de oculta amanecida
traspasándome al fin, ya más cercana.
Que cuando caiga muera o no, qué importa.
Qué importa si ahora estoy en el camino."

                              Don de la ebriedad.


domingo, 4 de agosto de 2019

72. La cara del que sabe

En estos plácidos días de vacaciones, un "me gusta" y un "no me gusta". Lo positivo primero, un pequeño descubrimiento ("nunca es tarde").

En una reciente reunión de amigos en el campo (y en la montaña), uno de ellos se manifiesta admirador entusiasta e in toto de Agustín García Calvo. Con algunas ganas de discutir, defiendo mi aprecio, grande pero parcial (qué sentido puede tener esto, no lo sé) al filósofo, filólogo y poeta, especialmente en esta última de sus manifestaciones. Buen poeta, ciertamente, o poeta, sencillamente. Me gusta también esa relación epistolar con Iris Murdoch que he conocido recientemente*. Mis novelas "de verano" durante unos cuantos años, mi querida Iris Murdoch.

Mi amigo nos cuenta cómo fue su primer encuentro con García Calvo, en un teatro, y nos muestra en el teléfono móvil un vídeo donde el poeta, bastante joven, dice y escenifica uno de los poemas que entonces recitó**. Un poema suyo bastante conocido, por lo que veo (en la reunión hay varias profesoras de lenguas clásicas), y que yo no conocía. Aquí, la última estrofa:

"Todos tienen su idea: son ellos
los reyes del aire.
Y si tú ves que cuando a todos
los cierre en la cárcel
de los versos y que la música
ya se apague,
yo me quedo a las nubes
mirando distante,
recuérdame y dime "La veo ahí
la cara del que sabe."

Cuando encuentro algo nuevo (para mí) que me gusta en el mundo de las palabras y las ideas, me lo quedo para siempre (es un decir). Volveré a García Calvo de vez en cuando, lo sé, sobre todo a sus poemas. Me quedo ahora, como un lema para repetirlo y recordarlo, con esa "cárcel de los versos" donde encerrar, como en el Infierno del Dante, a ese personaje macro o microautoritario, tan cotidiano, en el que enseguida reconocemos "la cara del que sabe".

* https://elpais.com/cultura/2019/03/16/actualidad/1552744870_773323.html

** https://www.youtube.com/watch?v=AM8TbNTXUws