domingo, 11 de agosto de 2019

74. Llama un teleoperador


Ahora, el “no me gusta” anunciado (QSY, 04/08/2019).

Vivimos en un mundo profundamente desequilibrado, de abundancias obscenas y necesidades elementales, vitales, que se superponen y se mezclan ante nuestros ojos, como se mezcla, si no estamos atentos, la publicidad más estúpida* con las tragedias cotidianas. Es (también) el mundo de la comunicación total, instantánea, y por ello, intensamente mediatizada, dirigida. Ni vemos todo el lujo obsceno, insultante, ni (mucho menos) vemos a todas las víctimas. Aún así, conociendo el mecanismo de la trampa, queremos ser solidarios. Sería insoportable no serlo. Refugiados (de las guerras, sí, de las guerras que no somos capaces de evitar o de parar), catástrofes naturales y anti-naturales, enfermedades graves, etc.

Desde hace unos días, vengo recibiendo una llamada del mismo número de teléfono más o menos a la misma hora de la tarde. Sé que se trata de un call-center, y que al descolgar se me aplicará un rápido protocolo amable/estricto para intentar venderme algo. A veces, también solidaridad, lo sé. Ayer, pendiente de una llamada urgente, acabé atendiendo esa llamada sin darme cuenta.

̶  Buenas tardes… ¿le interesa colaborar con UNICEF**?
̶  Disculpe, ahora no puedo atenderle, estoy ocupado.

Es mi respuesta automática ante este tipo de llamadas, incómoda, porque sé de las condiciones laborales de las personas que se dedican a hacerlas. 

¿UNICEF?, me digo, después de haber colgado. ¿Pero cómo no me va a interesar colaborar con UNICEF, cómo no voy a colaborar con UNICEF? Hago un repaso mental de todas las organizaciones (no gubernamentales, decimos) a las que aporto algo todos los meses. No son pocas, pero no, UNICEF no está entre ellas, y tampoco otras muchas que necesitan fondos desesperadamente. ¿Y cómo puede ser que yo le haya dicho, o dado a entender, a un teleoperador, que no quiero colaborar con UNICEF? 

Conocemos el mecanismo de la trampa, decía, pero eso no reduce la rabia, no consuela. ¿Para qué sirven nuestros Estados? ¿Para qué generamos inmensas cantidades de fondos con los impuestos? Para luchar contra la enfermedad y la muerte, y para formar a seres humanos que puedan vivir felices, entre otras cosas de menor importancia. Para que los ciudadanos de esos Estados no tengamos que negarle personalmente la ayuda (por imposibilidad física y lógica, por reducción al absurdo) a los colectivos, aquí y en cualquier parte del mundo, que más la necesitan. Porque el Estado (el país, en suma) no somos cada uno de nosotros (es una de las falacias neoliberales), sino todos nosotros.

* Es aparentemente paradójico que detrás de tanta idiotez haya algo tan sofisticado como la “neuroeconomía”.

**United Nations International Children’s Emergency Fund, a propósito, otra agencia de Naciones Unidas amenazada por las políticas de E.E.U.U.