viernes, 28 de diciembre de 2018

27. Aporías de la democracia: la aporía de la educación

Uno piensa en nuestra vida política (democrática), y se ve andando algunos caminos (poros) que no llevan a ninguna parte (áporos), que no tienen salida. Ocurre, p. ej., cuando uno piensa en la educación.

A. Para que las cosas cambien realmente hacia el bien común (de la inmensa mayoría) tiene que existir una mayoría suficiente que esté dispuesta a votar a favor de ese cambio.

B. No parece que pueda llegar a existir esa mayoría (A) si no se ha producido antes, bastante tiempo antes, un cambio real en la educación (pública, naturalmente).

C. Para que se produzca un cambio real, radical, en la educación pública (B) (que, entre otras cosas, deje de financiar la educación religiosa y la escuela concertada, y deje de educar para el consumo de productos y de ideología), tiene que existir un gobierno decidido a llevarlo a cabo, y al que haya votado, en unas elecciones, una mayoría suficiente (A).

Etcétera. (Dx)



martes, 25 de diciembre de 2018

26. Cita de versos


Algo sobre lo que creo que vale la pena escribir: las citas de versos o poemas en otros géneros literarios, principalmente en novelas o cuentos. Ahí está la poesía recordada, en cierto modo la poesía en acto, viva, filtrada por la experiencia y la memoria viva. ¿Hacer un registro, una colección, a la vez pasada por mi propio filtro? Lo llamaría proyecto “Cita de versos”.

Recuerdo los poemas que me recitaba Faustino Cordón* (Villon, Darío, Goethe, poemas revolucionarios alemanes), con qué precisión y pasión. ¿Puede haber algo más poético y auténtico para un poema que su evocación al cabo de los años y de la vida?

(Esto, sugerido de repente por una lectura, en el AVE, de un pasaje de “El caballero y la muerte”, de L. Sciascia, donde el protagonista cita unos versos de Víctor Hugo aprendidos de niño. Recuerdo apasionado de versos apasionados.) (De Huellas, 2009) 

* De Cordón, maestro al que acompañé durante unos cuantos años, desde que (en sus palabras), "se acercaba peligrosamente a los 80 años", hasta casi el final de su vida, se hablará extensamente en futuras entradas de este blog. También de ese "casi", que solo ahora, veinte años después, soy capaz de entender.



domingo, 23 de diciembre de 2018

25. El arte de escribir y la tarea de interpretar


Gadamer presenta de una forma muy sugestiva el carácter irreductible del lenguaje pensado o hablado, frente al escrito (“Fenomenología del ritual y el lenguaje”*). Habla (en realidad, escribe) del “titubeo” que solo el “arte de escribir” puede trasladar, y nunca enteramente, al texto escrito. Prefiero entenderlo en términos de posibilidades, de mundos posibles, de textos posibles. El texto final que nos llega es solo uno de los infinitos textos que la idea e intención iniciales contenían en potencia, en un abanico de potencialidades que solo al iniciar la escritura comienza a manifestarse. “El arte de escribir” es capaz, quizás, de evocar, en nuestro lenguaje pensado, algo del “titubeo” original del autor, trasladándolo a nuestro propio “titubeo” interpretativo. Algo de ello queda para siempre y algo se pierde para siempre, pero queda también la tarea infinita de intentar recuperarlo, alzándonos en nuestro lenguaje meditativo de lectores hasta el horizonte lingüístico, conceptual, emocional, intencional, hasta el mundo de la vida, en suma, del autor. (De Huellas, 2009)

(*) En Mito y razón, Hans-Georg Gadamer. Ed. Paidós, 1997.


sábado, 22 de diciembre de 2018

24. Santayana y algunos problemas personales

En una mañana espléndida como esta, lo eterno se impone a la noticia. Platónico, apago la radio del coche.

A ratos desencantado, a ratos ilusionado de nuevo, y cada vez más cansado. ¿Cómo acabará esta lucha? ¿Sabré? ¿Podré? (De Huellas, 2009)

Creo que recuerdo bien cuándo surgio la mínima idea para escribir la primera parte de esta nota (también mínima). Iba yo conduciendo por la Gran Vía, camino del hospital, en una mañana de abril, como queda recogido, espléndida (como la palabra que lo indica, que también lo es), escuchando la radio del coche, algunas noticias, y dándole algunas vueltas al singular platonismo materialista de Santayana, del que acababa de leer algo*. De fondo, en la segunda parte de la nota, aparece el conflicto, ya plenamente declarado en el hospital, que siguió a mi nombramiento como Jefe de Unidad (por segunda vez). Un periodo intenso de odios cruzados que todavía no sé analizar.

Acabo de atravesar (si es que de verdad he acabado) otro de esos periodos, esta vez con un antagonista mucho más poderoso. ¿A qué cosa no atiendo (consciente o inconscientemente) en mi trato con algunas personas, que genero odios de semejantes dimensiones? ¿En qué momento y por qué decido no hacer eso que "se"** debería hacer para (todo el mundo entendería ese "gesto", esa pequeña traicíón a uno mismo) rebajar la tensión, para "llevarnos bien", para que las cosas sigan funcionando mediante una hipocresía mutua, razonable, asumida por todos? ¿Por qué, en conclusión y recordando a Russell, no soy cristiano?

* Platonismo y vida espiritual. George Santayana. Ed. Trotta, 2006. De Santayana, uno de mis filósofos-escritores favoritos, junto a Sartre, Bloch y algunos más, o con él, habrá que hablar en próximas entradas de este blog.

**En el pleno sentido heideggeriano de este "se" (man).



23. Cerebro y poesía (primer intento)


Releo ahora estas notas y me doy cuenta de que hace un año que no escribo nada aquí. Me pregunto por qué. Me gusta ver estos textos minúsculos que reflejan y conservan como pueden algunos momentos y horizontes de mi vida. ¿Qué ha pasado en este último año? Trabajo, trabajo, muchísimo trabajo. Un proyecto algo más sostenido, también, “cerebro y poesía”, una búsqueda de los elementos cognitivos de la poesía, la verdad poética o los procesos neurales que subyacen a la poesía, por intentar decirlo desde distintos ángulos. También, como si hubiera caído en una trampa que yo mismo me hubiera tendido, me ha dado (“es un don”*) por escribir algunos poemas. Realmente, estoy sorprendido, no por el resultado (no busco a estas alturas, naturalmente, nada parecido a una perfección, sino toda la precisión posible con respecto a la idea poética original), sino por la satisfacción de encontrar las palabras para dejar constancia de un momento de especial intensidad, vivido o evocado. Uno puede intentar transmitirlo, como siempre he hecho yo, en una prosa de círculos concéntricos, “dándole vueltas”, por decir así, al asunto. Ahora creo que en el centro de esos círculos hay, podría haber si uno supiera enunciarlo, un poema. Cuando uno intenta escribirlo, o atraparlo, empieza a pelear, ya no con la idea original, huidiza (“idea liebre” de Bergamín), sino con la forma del verso, con las palabras. Me doy cuenta de que hay mucho que explorar y disfrutar ahí si uno no se deja distraer por ninguna vana intención sobre el resultado en términos formales, o incluso técnicos, en cuanto a si es “bueno”, o si tiene alguna calidad más allá del intento circunstancial que realmente es. Me basta con que una lectura posterior del poema me aproxime a aquello que lo originó, y cuanto más, mejor, mejor será el poema para mí. Yo no sabría escribir para otros, ni ha sido nunca esa mi intención.

Corolario: es imposible comentar adecuadamente un poema (y, en el fondo, no otra era mi intención al enunciar el programa de “cerebro y poesía”), si no se enfrenta uno a la enorme dificultad de escribir unos cuantos.

Hay un pensar analítico, dirigido, problemático, que busca soluciones. Hay un pensar meditativo, errático, que explora el espacio del pensamiento, que recuerda e imagina. Y hay un pensar poético que busca la palabra precisa para acotar la intuición, el sentimiento, y con ritmo ajustado, que se va imponiendo suavemente en fragmentos, versos, que van surgiendo casi espontáneamente. Podría decirse que hay una función poética del pensamiento, que en determinadas condiciones el pensamiento, el lenguaje comienza a expresarse poéticamente, y esa es entonces su forma de expresión más adecuada. (De  Huellas, 2008)

(*) "Siempre la claridad viene del cielo; es un don (...)". Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez.

Como lo veo ahora, y ya apuntaba el último párrafo, no era el cerebro, sino el pensamiento, de lo que se trata. La falacia mereológica de Dennett, tan frecuente. (2018)