sábado, 22 de diciembre de 2018

23. Cerebro y poesía (primer intento)


Releo ahora estas notas y me doy cuenta de que hace un año que no escribo nada aquí. Me pregunto por qué. Me gusta ver estos textos minúsculos que reflejan y conservan como pueden algunos momentos y horizontes de mi vida. ¿Qué ha pasado en este último año? Trabajo, trabajo, muchísimo trabajo. Un proyecto algo más sostenido, también, “cerebro y poesía”, una búsqueda de los elementos cognitivos de la poesía, la verdad poética o los procesos neurales que subyacen a la poesía, por intentar decirlo desde distintos ángulos. También, como si hubiera caído en una trampa que yo mismo me hubiera tendido, me ha dado (“es un don”*) por escribir algunos poemas. Realmente, estoy sorprendido, no por el resultado (no busco a estas alturas, naturalmente, nada parecido a una perfección, sino toda la precisión posible con respecto a la idea poética original), sino por la satisfacción de encontrar las palabras para dejar constancia de un momento de especial intensidad, vivido o evocado. Uno puede intentar transmitirlo, como siempre he hecho yo, en una prosa de círculos concéntricos, “dándole vueltas”, por decir así, al asunto. Ahora creo que en el centro de esos círculos hay, podría haber si uno supiera enunciarlo, un poema. Cuando uno intenta escribirlo, o atraparlo, empieza a pelear, ya no con la idea original, huidiza (“idea liebre” de Bergamín), sino con la forma del verso, con las palabras. Me doy cuenta de que hay mucho que explorar y disfrutar ahí si uno no se deja distraer por ninguna vana intención sobre el resultado en términos formales, o incluso técnicos, en cuanto a si es “bueno”, o si tiene alguna calidad más allá del intento circunstancial que realmente es. Me basta con que una lectura posterior del poema me aproxime a aquello que lo originó, y cuanto más, mejor, mejor será el poema para mí. Yo no sabría escribir para otros, ni ha sido nunca esa mi intención.

Corolario: es imposible comentar adecuadamente un poema (y, en el fondo, no otra era mi intención al enunciar el programa de “cerebro y poesía”), si no se enfrenta uno a la enorme dificultad de escribir unos cuantos.

Hay un pensar analítico, dirigido, problemático, que busca soluciones. Hay un pensar meditativo, errático, que explora el espacio del pensamiento, que recuerda e imagina. Y hay un pensar poético que busca la palabra precisa para acotar la intuición, el sentimiento, y con ritmo ajustado, que se va imponiendo suavemente en fragmentos, versos, que van surgiendo casi espontáneamente. Podría decirse que hay una función poética del pensamiento, que en determinadas condiciones el pensamiento, el lenguaje comienza a expresarse poéticamente, y esa es entonces su forma de expresión más adecuada. (De  Huellas, 2008)

(*) "Siempre la claridad viene del cielo; es un don (...)". Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez.

Como lo veo ahora, y ya apuntaba el último párrafo, no era el cerebro, sino el pensamiento, de lo que se trata. La falacia mereológica de Dennett, tan frecuente. (2018)