Hace unos cuantos años, con motivo del centenario del annus
mirabilis de Einstein (1905), organicé algunas actividades de divulgación
para recordar su figura como paradigma actual de la inteligencia humana. Tomé
como hilo conductor las peripecias de su cerebro, desde que fue extraído en
1955 durante la autopsia del físico por el patólogo del hospital de Princeton,
Thomas S. Harvey, hasta que fue descubierto en 1978 por un periodista del New
Jersey Monthly. Durante esos años Harvey había viajado por el país con el
cerebro de Einstein, como con un tesoro, al tiempo que veía cómo se arruinaba
su vida profesional. Se trata de una historia llena de sugerencias y
evocaciones para alguien que se dedica a la donación de tejido cerebral para
investigación.
Leí mucho entonces sobre la vida de Einstein, donde descubrí alguna sombra, y sobre su obra, e hice un serio esfuerzo, y no era la primera vez, por entender bien sus principales aportaciones teóricas, y también la teoría de la relatividad. Algo conseguí a ese respecto, y desde entonces creo tener una idea más completa de ese hombre de capacidades cognitivas prodigiosas, humanamente lúcido y pacifista -esto último también con alguna sombra.
De todo lo que leí entonces recuerdo con frecuencia, y especialmente en estos últimos días de "ruido y furia", aquella frase antimilitarista de Einstein: "Si hay alguien que pueda desfilar con placer al compás de la música, al punto lo detesto sin más; el cerebro lo ha recibido solo por error, pues con la médula espinal le habría bastado."(*)
(*) Carl Seelig. Albert Einstein. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 2005; pág. 40.