domingo, 10 de mayo de 2020

157. El tai chi, la bici y el espacio abierto

Me propuse aprender tai chi durante este período de confinamiento. En realidad, no lo conozco nada bien, pero veo a la gente (desde la bici) practicarlo en los parques de forma individual o en grupo y parece algo agradable y sedante. Todo en nosotros es movimiento (el corazón lo mismo que el lenguaje o la imaginación), somos en movimiento, y precisamente en estos tiempos de reclusión nos damos cuenta de la medida en que somos también en loco-moción. El tai chi parece haber nacido en un encierro, y puede ser una solución a la aparente contradicción que implica el movimiento de locomoción sin desplazamiento del cuerpo, o con mínimo desplazamiento.

No, al final no lo he hecho, no sé si sabría aprender algo tan físico a través de vídeos. Mi locomoción, cuando no es motorizada (mi coche, mi caballo) y cuando no se trata sencilla, gozosamente (efecto esto de la reclusión) de caminar, es cuestión de pedalear, de montar en bici. Así, casi sin darme cuenta, he venido practicando durante estas últimas semanas (¿cuántas más serán?) una especie de tai chi-bici, que consiste en dar vueltas sobre la bici en un espacio de 10 x 2,5 m, aproximadamente. Vueltas lentas, reflexivas, contemplativas, como el tai chi, y otras furiosas, impacientes, como los pequeños descensos "a tumba abierta" (vaya expresión metafísica) que me permito a veces (ya menos) en el espacio abierto. Ahí empezamos a estar ahora, en el espacio abierto, gozosamente, con pequeñas salidas que se disfrutan, por el movimiento y por la novedad (otra forma de movimiento) de ver a la gente (O brave new world...) disfrutando de un paseo como del momento supremo del día.

Esta expresión, el espacio abierto, me ha llevado a un artículo de Carlos Gurméndez* de hace unos cuantos años que, con ese mismo título, escribió desde su casa de verano en Puentedeume, asomada  a la ría desde una empinada ladera, en un inmenso y magnífico espacio cerrado/abierto. Allí, en el artículo, están Rilke y Heidegger, muy oportunamente traídos a la cuestión de lo que el espacio del mundo representa en nuestra vida. Leí mucho a Gurméndez, muchísimo, durante aquellos años, y le agradezco, así lo hace mi memoria, haberle oído hablar por primera vez con pasión (y con aquella cadencia suya, característica) de filósofos como Heidegger, Santayana y Merleau-Ponty, que despues se quedaron conmigo para siempre. (Bx)


* https://elpais.com/diario/1992/06/24/opinion/709336801_850215.html