Me encanta discutir, especialmente si es de política, o de esa extraña mezcla de política cotidiana, ideología y teoría (o filosofía) política en que suelen acabar muchas discusiones políticas en la izquierda. Y todo ello sobre el fondo semi-consciente de nuestra memoria colectiva, y de las memorias (y amnesias) autobiográficas que también se ponen ahí en juego. No me gusta tanto el regusto amargo que a veces dejan estas discusiones, sobre todo (de esto me he dado cuenta últimamente) cuando se producen en la red, de forma, como solemos decir ahora, no presencial.
Independientemente del formato y del contexto de la discusión, me pregunto ahora (a raíz de una experiencia reciente, claro), en qué medida nos escuchamos personalmente, escuchamos lo que cada uno tiene que decir desde su propio mundo, su experiencia y reflexión personal. En ocasiones (por no generalizar demasiado), escuchamos (y también adoptamos, de forma especular) "tipos", "posiciones", en discusiones muy previsibles, impersonales, poco productivas y no exentas del ejercicio de algún "micropoder". Cuando ocurre eso, en realidad, no nos escuchamos. Ojalá pudiéramos seguir, también en esto, el ejemplo poético de Machado:
y escucho solamente, entre las voces, una." *