Si alguna vez quisiera jugar a escribir una historia que pretendiera expresar mi propia manera de preguntar y de escuchar a la vida, esa historia tendría como núcleo (o como inicio, o final) un texto. En mi historia, este texto, probablemente corto, pero muy cuidado, se habría convertido por sí mismo en una realidad autónoma, implacable, al margen de la intención de su autor (¿quién sería?), al margen de la realidad (otra historia) a la que hiciera referencia, y sujeto a diversas interpretaciones (hasta las más trágicas).
Me gustaría poder explorar así la realidad que todo texto por sí mismo inaugura, el tipo de verdad que reclama, el acto irreversible de significación que comporta.
¿Qué tipo de realidad cambia al escribir un texto? ¿Qué no puede ser ya de otro modo una vez que se ha escrito? La realidad puede ser oscura, nebulosa, confusa, indeterminada, pero su descripción tiene que ser neta, definitiva, significativa, como la línea de tinta que da forma a estas palabras. Estas y no otras, o bien estas y otras más, y otras y otras. Palabras, huellas que adquieren una realidad por sí mismas, más real, en algún sentido, que aquello que registran. (De Huellas, 2012)