Cuando leo no escribo, y cuando escribo no estoy leyendo, ¿o sí? Re-leyéndo-me mientras escribo, quizá, pero eso tiene que ver con el proceso inmediato, actual, y tiene su propio interés, claro, y también su lado puramente formal (la brocha gorda y el pincel fino, como me dice mi profesora). Hay quien piensa que el pensamiento y la memoria (casi indiscernibles) no son sino escritura. De signos humanos, de lenguaje humano natural, no como la "escritura" del código genético, las señales moleculares o las frecuencias de descarga neuronal y todo eso. Inscripción, grafía, engrama (sí, aquí están las neuronas, con sus señales moleculares y su código genético, pero eso ya se verá).
En el límite, el silencio de la escritura sería lectura, y (a modo de viceversa) la decisión de escribir implicaría eo ipso el abandono de alguna lectura. En realidad, es esto lo que más me preocupa ahora. De qué (callada) manera la exploración de un campo nuevo de lecturas y reflexiones (campo, en un sentido más rústico que físico) va multiplicando los caminos y los hitos (cruces, divisiones, confluencias), como un fractal. (Cómo no imaginar ese campo subido a una bicicleta, con el aire en la cara, descubriendo caminos). ¿Dónde, cuándo parar? ¿Cuándo estará cumplido, resuelto, ese laberinto? ¿Quién podrá decidirlo? Seguramente nadie, solo el tiempo, el plazo establecido para entregar un texto escrito. Deadline, en inglés, pocas bromas. Bendito límite, pero límite al fin.
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