lunes, 8 de marzo de 2021

205. Disciplina(s)

 Hace unos días, en una de tantas videoconferencias de estos tiempos pandémicos, hablábamos unos cuantos compañeros (también de algunas fatigas) sobre la posibilidad de crear una sociedad científica de biobancos, ibérica, mejor que española, si fuera posible (menos mal...). En realidad, habíamos dado ya algunos pasos más, porque estábamos escribiendo los estatutos de esa posible sociedad. Como no hay de momento un término en castellano que designe ese campo de conocimiento y de actividad (el inglés, más ágil para estas cosas, tiene biobanking), decidimos escribir algo así como "el área de conocimiento referida en adelante como "la Disciplina". 

Qué sabemos, de qué sabemos, qué sabemos hacer. Lo disciplinar (no lo disciplinario, que por ahí se acerca Foucault), lo que venimos haciendo, puro hábito, haber-llegado-a-hacer, haber-hecho, haber-estado-haciendo, siempre acabamos en Aristóteles. Saber es eso, sin más. 

Una disciplina sin nombre, la Disciplina en nuestros estatutos, tiene algo de metafórico, y me lleva a cuestiones más habituales, que tienen que ver, no con una, sino con varias disciplinas, Disciplinas.

Una disciplina, un campo de conocimiento (también práctico, pues), tiene sus límites, más allá de los cuales se pierde la competencia, otro término cómodo, rotundo, algo eufemístico. Desde hace mucho tiempo creo que el principal síntoma (porque es subjetivo, pero también signo, porque puede ser muy objetivo) de que uno ha sobrepasado esos límites es la ingenuidad. O mejor, las ingenuidades, las que uno se ve, se sabe, diciendo (o las que escucha a otros, si son ellos los "transgresores"). Las ingenuidades filosóficas de los científicos y las ingenuidades científicas de los filósofos, así me he recordado siempre mis propios Escila y Caribdis.

Por si esto no fuera suficiente, puede uno enfrentarse, como digo (es un decir), a varias disciplinas (y sus correspondientes ingenuidades). Es el ámbito (dificilísimo) de lo multidisciplinario, o aun, en el límite de lo inefable, de lo interdisciplinario. De lo ubícuo más bien, porque a veces, tantas, se siente uno, más que en tránsito entre diferentes disciplinas, en un limbo indisciplinar (indisciplinado, en mi caso), como esos barcos que en las novelas de Conrad quedan detenidos por una calma chicha durante un tiempo denso, indefinido y significativo. En esos pasillos desnudos y un poco fríos, que conectan salas tan diversas y fascinantes -siempre hay algún asiento impersonal, como de hotel, donde sentarse un rato-, es donde he aprendido a conocer (saber, también de esto) lo que debo hacer en cada momento con lo que sé, con lo que quiero saber.



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