Murió Kenzaburo Oé, de quien me queda aún mucho por leer después de aquella primera lectura deslumbrante de Cartas a los años de nostalgia. Supe entonces, aun antes de conocer la historia de (con) su hijo, que era de "los míos". He buscado, y no encuentro una referencia en mis Huellas a Oé, aunque sí a la idea que suelen evocar en mí historias como esta:
“Escucho con mucho respeto a
Carlos Boyero en la radio. Un hombre que habla honestamente de sus pasiones,
inmensas, y de sus adicciones, que no debieron de serlo menos. Ahí cayó un rayo,
pienso, con la fórmula griega que aprendí en una novela de Ivo Andric. Eso es
lo sagrado, pienso, donde cayó el terrible rayo de Zeus. Así pienso a veces de
estos episodios nuestros recientes, que han hecho que nuestra vida, la de
todos, se haya vuelto un poco (este matiz es solo cultural) sagrada. Después
pienso de qué manera eso que llamo sagrado se traslada a la vida, la cultura,
el arte, y qué bien lo transmite Boyero cuando habla del cine que ama. A mí,
que solo intuí el rayo, aunque demasiado temprano, me pasa algo parecido con
ciertas composiciones literarias, algunos textos filosóficos, algunas novelas,
algunos poemas, como me pasó desde muy joven, sobre todo, con algunas ideas
científicas. Es como si algo nos redimiera de eso, aunque solo fuera en parte o
por un momento. «Una lágrima de mayo…»” (De Huellas, 2013)
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