No recuerdo ahora un final de novela tan fulgurante o tan luminoso, tristemente luminoso, como el de La chica de ojos verdes, de Edna O'Brien. La protagonista (y voz narrativa), Caithleen, se ha instalado en Londres con su amiga Baba, huyendo primero de la vida estrecha del pueblo (Las chicas de campo, título anterior de la saga) y de la vida absurda y hostil de Dublín. Caithleen ha dejado atrás (a duras penas) un amor roto, a un solitario Pigmalión que la ha querido y despreciado, diríase que a partes iguales. Y estudia Filología. Es inevitable buscar a la propia autora transfigurada detrás de esa voz.
"Hasta Baba se da cuenta de lo mucho que he cambiado, y me dice que como no deje de estudiar por las noches acabaré hecha una pobre desgraciada con gafas y zapatos planos. Lo que Baba no sabe es que por fin estoy aprendiendo a ser yo misma, y cuando sea capaz de expresarme imagino que no me sentiré tan sola ni tan lejos del mundo al que él trato de llevarme demasiado pronto."*
Ser capaz de expresarse, ese afán, ese placer.
* O'Brien E. La chica de ojos verdes. Traducción de Regina López Muñoz. Madrid: Errata Naturae; 2014, pp. 330-1.
No hay comentarios:
Publicar un comentario