Hay algo magnético y perfecto en las narraciones de esos
inmensos escritores-viajeros (Melville, Conrad… también Cervantes), que pertenece a la
más pura esencia de las historias contadas sobre las cosas humanas. Es como si
hubieran visto clara y definitivamente dentro de la naturaleza (existencia)
humana, y nos condujeran narrativamente por ese espacio real y mítico,
transparente. Sea como sea, o como uno sea capaz de expresarlo pobremente, hay
momentos de máxima lucidez narrativa (lectora, mejor) en que nos sentimos
perfectamente incorporados (en cierto modo con el narrador, pero también con
los personajes) a una historia contada. Me ocurre ahora releyendo Nostromo,
de nuevo una historia perfecta y perfectamente contada. Hay otras ocasiones,
como en el Jude de Hardy, en que esa sensación es aún más intensa, y llega a
doler (también en Tess). Pero eso tiene que ver más con la naturaleza de la historia y de los
personajes. Conrad nos protege un poco de eso (también Melville); y me admira
aun más que sea capaz de relatar cosas tan humanamente terribles poniéndonos a
salvo del ¿sentimentalismo? (y no digamos Melville).
Todo eso no deja de ser aun un poco confuso para mí. Me
quedo con el insustituible sabor y la perfección de la narración que, de alguna
forma, nos permite vivir dentro de ella. No se me ocurre otra función que
pudiera ser más esencial a la narrativa: vivir. (De Huellas, 2011)