"Si escribes, que nadie sepa cómo escribes, ni a qué horas, ni de qué modo."
Vida de Quijote y Sancho
"Pensar es reflexionar sobre lo que se sabe." (H.- G. Gadamer) "La dificultad en filosofía está en no decir más de lo que sabemos." (L. Wittgenstein) "Hemos definido el filosofar como un preguntar que comprende a partir de una emoción esencial de la existencia." (M. Heidegger) "El hombre siempre es más de lo que se sabe de él." (K. Jaspers)
"Si escribes, que nadie sepa cómo escribes, ni a qué horas, ni de qué modo."
Vida de Quijote y Sancho
Últimamente, en casa, cuando hablamos de política, o cuando discutimos (no parece que se pueda hablar propiamente de política si no se discute, en alguna de las variantes más o menos apolíneas o dionisiacas de esta actividad humana fundamental) lo hacemos a lo grande. No hablamos de las diferentes consecuencias de las políticas de derechas o izquierdas (para qué insistir), ni de las variedades (cuasi botánicas, a veces) de la izquierda (al menos de momento, mientras sigan gobernando los nuestros); no, ni siquiera hablamos ya (solo) de este país. Vamos a lo más importante, lo primero (prótos), aquello que va, o puede ir, mejor o peor. ¿Para quién, para qué, por qué? Ahí está la discusión.
Cómo escapar al marco impuesto por los medios de comunicación en cada momento, esa es otra cuestión, importante, urgente, que ya asusta. Y al de las llamadas redes sociales, que no son ya, salvo excepciones alternativas (de eso otro, precisamente), sino una extensión cuasi infinita de esos medios. Cuestión paralela, o indisociable, de aquella otra de la ideología de la que venía alertándome en unos QSY anteriores (p. ej., §116). Para otro momento. El caso es que, con ocasión del cambio de año, se difunden desde los medios de comunicación todo tipo de listas de datos, hechos, acontecimientos, en perspectiva temporal. Se impone también el marco de discusión pinkeriano (§99): ¿el mundo está cada vez peor o cada vez mejor? ¿La situación global del mundo mejora o empeora?
Es difícil separar la respuesta del marco en que se formula, y ni siquiera lo intentamos en nuestra animada discusión doméstica/universal (no propiamente académica, aunque incorpora cierta multidisciplinariedad que podríamos considerar académica). Aceptamos, pues, sin más, el supuesto (en sentido lógico-matemático) del debate modernidad (Ilustración)/postmodernidad, y vamos directamente a los datos. Pesa mucho en el debate lo sanitario (lo biopolítico, en el fondo), y ahí no parece que pueda haber mucha discusión: las cosas (por resumir) van claramente a mejor. Morbilidad, mortalidad, esperanza de vida (en sentido epidemiológico y ontológico), aun allí donde los datos son peores, han ido mejorando claramente en las últimas décadas. Es muy interesante esa dimensión profunda, invisible, de la historia humana, que solo se pone de manifiesto con el paso de las generaciones.
Sin embargo, ¿cómo podemos asumir a la vez, cognitiva y éticamente, esos datos de mejoría global y las infinitas tragedias humanas locales aún persistentes? Tragedias que son catástrofes: guerras, miseria, hambre, desastres climáticos, migraciones. La persistencia imperturbable, solo comparable a la de una religión, de un sistema socioeconómico profundamente injusto y depredador*. ¿Es compatible nuestro optimismo de izquierda -docta spes- con el catastrofismo inmanente a la izquierda occidental? Wärmestrom (corriente cálida) y Kältestrom (corriente fría), escribió acertadamente Bloch. No podemos/debemos abandonar ninguna de las dos, en su dialéctica. Tengo para mí (lo diré con esta expresión también favorita de Cordón) que, de alguna forma (que estaría muy bien poder demostrar alguna vez), las actitudes y acciones de los que somos por lo general tan catastrofistas (incluso las de algunos recalcitrantes del todo mal), forman parte del motor que contribuye a que sucesivas generaciones de seres humanos estén habitando un mundo en el fondo cada vez mejor (Dx**).
* Sistema, por otra (o la misma) parte, capaz de producir logros globales históricos, como la creación ultrarrápida de vacunas frente a la actual pandemia. ¿Pero a quién son realmente atribuibles esos logros? ¿Siempre (o solo) al sistema? ¿No, en alguna medida, y cada vez más, a eso que venimos llamando, lo público?
** Escuchando la suave ondulación de la voz de Natalie Merchant (Beloved wife).
¡Con qué firmeza un claro sentimiento de extrañeza nos indica en qué situaciones -dónde, cuándo y con quién- somos extranjeros! Es primero la conciencia la que se encoje y quiere huir; el lenguaje se hace artificial, y el cuerpo, entorpecido, pide salir de ahí. Sentirse extraño un instante, y saberlo, tiene un profundo valor epistemológico. (De Huellas, 1991)
Andaban algunos QSY errantes, inmaduros todavía, revoloteando por este espacio "gramatológico" (algunos de ellos también -todavía- bajo la fascinación de Derrida), y ha venido uno antiguo (§40) (mientras hacía su "copia de seguridad") a precipitarlos súbitamente (en el sentido químico del término, especialmente, como cuando sale mal una tinción de las que hacemos en el laboratorio, por lo general porque el material no estaba perfectamente limpio). Y así han quedado, in statu nascendi, como le gustaba decir con frecuencia a Cordón.
Uno de ellos tenía que ver con mi lectura en curso de El infinito en un junco, de Irene Vallejo, texto fluido y lúcido en defensa de los libros y la lectura, del que me he propuesto hacer (al menos) algún QSY poniéndolo en relación (todavía no sé con qué grado de justicia hermenéutica) con Las palabras, de Sartre. Lo personal de la lectura, la autobiografía de un lector, cómo compartirlo, poniendo así en juego todo su potencial entusiasmante, that is the question.
Estoy en la segunda planta del inmenso edificio que comparten la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense y el Instituto Anatómico Forense de Madrid. Mientras espero a que me abran una puerta trasera, interior, de acceso al Instituto, contemplo, a través de un ventanal, lo que ocurre en el patio interior de la Facultad. Ahí abajo hay una puerta abierta, creo que de la biblioteca (yo no estudié aquí), y algunos estudiantes han salido al jardín, al parecer, para descansar un rato. Hace muchos años que vengo con más o menos regularidad al Instituto a estudiar cerebros de autopsia, y creo que siempre he visto, mientras esperaba a que me abrieran, esa pintada justo al lado de la puerta de la biblioteca: "No estudies los libros, estudia la vida". Interesante disyunción para una facultad de Medicina, que podríamos "moderar" con un "solo" ("No solo estudies los libros..."), aunque no parece que sea eso lo que quiere decir.
Llevo ya unos años persiguiendo, para una tesis que quién sabe cuándo podré terminar (sin que sea eso lo principal, naturalmente, Ítaca, Cavafis), diferentes cuestiones relativas a la ontología de la vida en el pensamiento de Heidegger (especialmente en su diálogo recurrente con Aristóteles). A veces camino en penumbra, como todos, pero hay momentos de claridad que me indican, creo, que quizá no me haya equivocado. Estudio ahora los intensos años de desarrollo que precedieron a la publicación de Ser y tiempo en 1927. En una famosa conferencia de 1924, El concepto de tiempo, Heidegger sigue precisando su noción de Dasein ("ser ahí", existencia, vida humana), y explica: no podemos demostrarlo, ni mostrarlo, solo podemos serlo.
Así han quedado estos pequeños brotes de QSY, detenidos y en cierto modo enlazados entre sí. No se descarta que en el futuro adquieran una forma más madura cuando el material de trabajo esté más limpio.
Para un análisis profundo y sereno del mundo no nos deben interesar tanto la última ciencia y la última filosofía (en cuyas olas todavía nos mecemos) como las penúltimas, que constituyen en realidad la última imagen del mundo.
(...)
No hay que buscar una síntesis entre ciencia y filosofía (no me resisto a pensar que el resultado de esa síntesis es ya la filosofía misma), ni un todo en el que ambas disciplinas sean complementarias (algo que, quizá, sería posible en un mundo de soluciones, pero no en uno de problemas): basta por ahora con adoptar una ciencia y una filosofía que no se nieguen entre sí, que puedan ser pensadas a la vez.
(De Huellas, 1991)
Es posible que fuera demasiado decir “a la vez”. Bastaría, quizá, con decir “sucesivamente”.
Cuando hay tiempo y tranquilidad, voy haciendo copias de los textos de este QSY, que quién sabe si un buen día podrían desaparecer de golpe y sin avisar. No puedo evitar releerlos, aunque solo sea un poco, y medir esa extraña distancia que nos separa. Extraña porque existe y no existe, porque el texto está en el pasado y a la vez aquí y ahora cuando lo leo. El texto y lo que el texto cuenta. (También está en el futuro porque, si no, para qué iba uno a escribirlo, pero eso será mejor obviarlo ahora.)
Releo, así, §24, que trata quejosamente de ciertos problemas interpersonales/profesionales de entonces y de otros problemas similares de un "entonces" más remoto. Aquellos, los más antiguos, ya caducaron, afortunadamente, como consecuencia del paso del tiempo y aún más de algunas situaciones (bastante "límites") en que los agonistas pudimos mostrarnos finalmente nuestro elemental fondo humano (por dentro de la apariencia lupina).
El otro, el más reciente, sin embargo, venía persiguiéndome hasta hace muy poco como un mal sueño. Aprovecho esta superficie de inscripción (me gusta cómo lo dice mi profesora) para certificar que ese otro problema ya se ha resuelto. También tuvo algo que ver el paso del tiempo, porque en este caso fue por jubilación del perseguidor. Jubilosa (para mí, entre otros) jubilación.