martes, 16 de febrero de 2021

204. Margarit

 

"Como un traidor de Shakespeare, la opulencia

planea siempre un crimen."

 

Joan Margarit (1938 - 2021)

 

"Visc en ciutats amb edificis alts,
inclinats, al biaix i que exhibeixen,
sumptuosos, la força del perill
i de la insensatesa.
Titani i vidre reflectint els núvols.
Però la vida són també bastides,
uns humils esquelets per anar amunt.
Com un traïdor de Shakespeare, l’opulència
planeja sempre un crim.
I jo sóc una carta mal escrita
pels qui van obrir pas a l’aigua fins als horts.
Vinc d’allí. El que hi hagi en mi de noble
no pot venir d’enlloc més que de la pobresa.
La que amb humilitat treu la bastida
d’uns murs ben rectes, verticals i clàssics.
La que amb l’aixada va apartar la terra.
L’he coneguda. Sé què és.
Mai no la confondré amb tot allò
que hi ha de miserable en l’opulència
."

                                                           Vinc d'allí 



domingo, 14 de febrero de 2021

203. Dieta de datos

 De repente, hay que dedicar varias semanas in toto a escribir un artículo científico. Please, ajústese al deadline, terrible palabreja. Una tabla de datos, generalmente inmensa, reunidos uno a uno a lo largo de los años, como un benedictino (así me dijo una vez un neurólogo al que tengo mucho respeto, científico, académico y personal). Los datos, en su birlibirloque (muchas veces) estadístico, la bibliografía (los datos de los otros), el paradigma (las teorías de nuestros mayores, como los endoxa aristotélicos), algunas tímidas hipótesis (¡cuidado!), y un límite más allá del cual todo es especulación. Sana dieta antes de volver a las nociones y los conceptos difíciles de la filosofía y sus interminables interpretaciones (que parecen multiplicarse de este lado tanto como los datos de aquel otro). Sana, pero, como toda dieta, y como decimos en otra lengua, invocando las necesarias celebraciones de la vida, ¡sabe a pouco!



sábado, 13 de febrero de 2021

202. La sonrisa de la máquina

 Noche negra para comenzar un fin de semana. Uno de los congeladores del biobanco (de cerebros), lleno de muestras que ha costado muchos años recoger, se negó a seguir enfriando (-80oC). Eso debió de ocurrir en algún momento de la tarde. Por la noche, cuando avisó el vigilante, ya estaba a -65oC. Fui para allá lo antes que pude y pasé 4 o 5 horas, no sé bien, vigilando la pantallita del congelador y el lento trazo del registro de tempeatura, subiendo muy lentamente, con alguna oscilación, a veces, que me hacía pensar que la cosa, lo que fuera que le estuviera ocurriendo a esa terca máquina, empezaba a resolverse. El motor seguía funcionando, solo había que entender por qué no estaba enfriando. No, a pesar de las frecuentes, pequeñas e imaginarias esperanzas (un breve salto en el registro de temperatura que parecía empezar a descender), al cabo de esas horas la temperatura había subido 4 grados más. Se acabó, "no vale querer", como dice una persona con la que trabajé muy a gusto hace años. Siguiente fase del protocolo: trasladar el contenido del congelador, todo, al espacio libre de los otros arcones. Eso me llevó un par de horas más. El congelador renuente, liberado ya de su contenido, empezó a subir su temperatura rápidamente. Así se despidió de mí después de la noche en blanco que pasamos juntos, con una empinada curva de temperatura corriendo alegremente hacia la descongelación. Bye bye, good night, me voy a descansar un rato. 

Esta mañana volví a la sala de congeladores. A pesar de los restos del pequeño caos producido por la transferencia de material, todo estaba en orden, cada congelador zumbando con su pesada carga y a la temperatura adecuada. Al entrar me habían pasado una nota que dejó el vigilante al irse a las 8 de la mañana. El congelador averiado: -33oC. Antes de irme miré la pantalla: -35oC, y una lenta curva, claramente descendente, de temperatura. Eran las 2 de la tarde. Vaya, ahora sí, y me parecío que nos despedimos con una fatigada e irónica sonrisa.