Leo ahora, en estas últimas semanas, sobre Foucault y su aproximación a la memoria (y a lo que él llamó contra-memoria), preparando así, todavía desordenadamente, una próxima intervención (exótica para mí) en un congreso de homenaje al filósofo francés. No tengo una familiaridad con Foucault como la que tengo con otros filósofos contemporáneos (no sé, familiaridad, afinidad, proximidad), pero me deslumbra su estilo de escritura (y, por lo tanto, de pensamiento), y sé que, a pesar de la mirada fría y descarnada (el análisis, la crítica, del poder), hay un lugar importante en su filosofía para el cuerpo, la calidez, el placer, el dolor y la compasión. Y también (o por todo ello, precisamente), para la rabia.
Uno de los caminos que vengo explorando (también por otros, diversos, motivos que arrastro conmigo) es el lugar y la función de la imagen técnica, tecnológica (la fotografía, el cine y derivados) en la memoria personal y colectiva (densamente entrelazadas a través de esos medios técnicos).
Venía así, leyendo a Susan Sontag, sus reflexiones, muy oportunas, sobre las imágenes que nos vienen transmitiendo el sufrimiento humano durante las últimas décadas, sin dejar de pensar en Gaza, naturalmente, este último episodio insoportable de la crueldad extrema transmitido cada día, cada hora, cada muerto. Y encuentro esto:
"La pregunta es: ¿a quién queremos culpar? Con más exactitud, ¿a quién creemos que tenemos derecho a culpar? Los niños de Hiroshima y Nagasaki no fueron menos inocentes que los destruidos hombres (y algunas mujeres) jóvenes afroamericanos colgados de los árboles de un Estados Unidos pueblerino. Más de cien mil civiles, tres cuartas partes mujeres, fueron masacrados durante los ataques con bombas incendiarias de las fuerzas aéreas en Dresde la noche del 13 de febrero de 1945; setenta y dos mil civiles fueron incinerados en unos segundos con la bomba estadounidense lanzada sobre Hisroshima. La lista podría ser mucho más larga. Reitero, ¿a quién queremos culpar? ¿Qué atrocidades del pasado irremediable nos parece que estamos obligados a revisar?" *
Y del pasado más inmediato, de ayer y de hoy. ¿A quién?, pregunta Sontag. Foucault, lúcido, habló de dispositivos de poder, de dominación, pero también hay responsabilidades, culpas, muchas, personales (cínicamente ocultas, la mayoría de las veces) y colectivas (cínicamente inconscientes, podríamos decir).
Creo que una de las virtudes de la tradición política, ideológica, en que me sitúo, estriba en no olvidar quiénes fueron y son los responsables, los culpables, de las maldades del mundo, en el pasado y en la actualidad, y en querer comprender por qué se cometieron. Y quiénes fueron las víctimas y por qué. Justicia hermenéutica, escribía aquí hace algún tiempo, recordando a Benjamin y a Vattimo (§220).
* Sontag S. Ante el dolor de los demás. Traducción de Aurelio Major. Barcelona: Penguin Random House, 2023, p. 81.