miércoles, 28 de agosto de 2024

377. Las verdades y las voces

Reunión de verano, vacaciones, de una pequeña tribu de izquierdas, feliz, con todo. Ya en los postres, como se dice, se habla francamente de política, a pesar de los riesgos, por todos conocidos. Hablamos más alto, también más tosco, intentamos resumir en un brochazo lo que habría que pararse a dibujar con más detalle. Nos conocemos bien todos y sabemos, más o menos, lo que vamos a decir unos y otros. Intentamos argumentar, pero lo hacemos todos a la vez, y así es imposible. Hay prisa en decirlo todo, o lo más importante, o solo esa clave que nadie sabría interpretar tan bien como quien la deja caer ahí como un martillazo. Tienen razón nuestros hijos cuando dicen que todo esto es, por lo demás, cosa de machos.

Al final cunde cierta sensación compartida de desastre, de fracaso (de la tribu o de la izquierda, en esa visión un tanto burguesa de que es mejor no discutir mucho, que tanto da, si se puede pasar un rato agradable, comiendo y bebiendo y hablando de cualquier cosa). Sin embargo, quiero ver algo positivo en esos momentos de oscuridad y confusión, de arañazos a veces duraderos (¿qué argumentación política no tiene su componente retórico ad hominem?) A voces, a golpes también, todos estamos peleando ahí por una verdad común, compartida, que, si no nos parece evidente, sí creemos al menos posible (aunque cada uno de nosotros piense que es la suya, exclusivamente). Si no, ¿qué sentido tendría discutir con tanta pasión? Yo diría (y busco ahí la compañía de Vattimo) que esa verdad existe, pero que no es, por decir así, teórica, y que tiene menos que ver con los fuegos artificiales de la discusión (mucho ruido muy efímero, afortunadamente) que con eso que nos llevó a reunirnos e incluso a ponernos a hablar de política. Algo por lo que nos buscamos unos a otros y que, malgré tout, no dejamos de buscar juntos. 



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